jueves, 19 de noviembre de 2009

01. La Primera Venida De Jesús. (MARANATHA CRISTO VIENE) EGW


Compilación de los escritos de ELENA G. DE WHITE
PRÓLOGO
"La doctrina del segundo advenimiento es verdaderamente la nota tónica de las Sagradas Escrituras -declaró la autora de los mensajes inspirados que hemos seleccionado para este ejemplar de Meditaciones Matinales- . . . En torno de su venida se agrupan las glorias de 'la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo' (Hech. 3: 21). Entonces será quebrantado el poder del mal que tanto tiempo duró; 'los reinos del mundo' vendrán a ser 'de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos' (Apoc. 11: 15)" (CS, 344, 346).

Los corazones de los miembros del pueblo de Dios, jóvenes y ancianos, laten con el intenso anhelo de ver llegar el día de liberación que está tan cerca. En vista del rápido cumplimiento de las profecías que confirman su fe en la inminencia del regreso del Señor, los fideicomisarios de las Publicaciones Elena G. de White encargaron a los miembros de su personal que compilaran una serie de meditaciones en torno del tema general de la escatología, para subrayar así la doctrina de la venida de nuestro Señor. La compilación no resultaría completa si no hubiera en ella lecturas que trataran acerca de las señales que nos indican la proximidad de la venida del Rey; de los acontecimientos que se van a producir en torno de su segunda venida; o de su glorioso reino de mil años; o asimismo si no hubiera comentarios que incursionaran en las profecías que se van a cumplir al fin de los mil años de silencio, durante los cuales Satanás estará encarcelado en esta tierra.

Las declaraciones claves con relación a un tema tan importante para la Iglesia Adventista, han aparecido impresas en los libros de Elena G. de White y en sus artículos Publicados en nuestros periódicos, y ésa es la razón por la cual nos referimos con tanta frecuencia a El Conflicto de los Siglos, El Deseado de Todas las Gentes, Primeros Escritos, los Testimonios, Joyas de los Testimonios, la Review and Herald y Signs of the Times. Enriquecen este volumen unas cuantas declaraciones que hemos encontrado en manuscritos inéditos.
En algunos casos hemos tenido que suprimir algunas líneas para evitar repeticiones o para eliminar alguna declaración marginal, o incluso para que el material seleccionado pueda caber en el espacio de una página. Estas eliminaciones de ningún modo han distorsionado o alterado el significado del pasaje original. 6

Las referencias que orientan al lector con respecto a la fuente original de los párrafos seleccionados, aparecen en las últimas páginas de este libro. También publicamos al final de esta obra un índice de referencias bíblicas que consideramos va a ser de mucho valor para nuestros lectores.
Nos parece oportuna la publicación de un libro devocional como éste, el undécimo con citas de la Hna. Elena G. de White, puesto que pone el acento en las profecías ya cumplidas y en las que se están cumpliendo. El material que hemos seleccionado es directo, franco e impresionante. Este mensaje debiera provocar un verdadero despertar, al inducir a los lectores a prepararse y a adquirir conciencia acerca del tema central que se aborda en estas páginas, y que es tan caro para los corazones de todos nosotros. Dios quiera que el resultado final consista en que muchos sean sellados en sus frentes con el sello del Dios vivo, de manera que estén en condiciones de pasar por el tiempo de angustia y de salir en paz al encuentro del Rey venidero. ¡Maranata!
LOS FIDEICOMISARIOS DE LOS ESCRITOS DE ELENA G. DE WHITE
10 de noviembre de 1975. 7


EL REY YA VIENE
"LA PRIMERA VENIDA DE JESÚS"
Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo,. . . para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. (Gál. 4: 4, 5).
La venida del Salvador había sido predicha en el Edén. Cuando Adán y Eva oyeron por primera vez la promesa, esperaban que se cumpliese pronto. Dieron gozosamente la bienvenida a su primogénito, esperando que fuese el Libertador. Pero el cumplimiento de la promesa tardó. Los que la recibieron primero, murieron sin verlo. Desde los días de Enoc, la promesa fue repetida por medio de los patriarcas y los profetas, manteniendo viva la esperanza de su aparición, y sin embargo no había venido. La profecía de Daniel revelaba el tiempo de su advenimiento, pero no todos interpretaban correctamente el mensaje. Transcurrió un siglo tras otro, y las voces de los profetas cesaron. La mano del opresor pesaba sobre Israel, y muchos estaban listos para exclamar: "Se van prolongando los días, y desaparecerá toda visión" (Eze. 12: 22).
Pero, como las estrellas en la vasta órbita de su derrotero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora. Por los símbolos de las densas tinieblas y el horno humeante, Dios había anunciado a Abrahán la servidumbre de Israel en Egipto, y había declarado que el tiempo de su estada allí abarcaría cuatrocientos años. "Después de esto -dijo Dios- saldrán con gran riqueza" (Gen. 15: 14). Y contra esta palabra se empeñó en vano todo el poder del orgulloso imperio de los faraones. "En el mismo día" señalado por la promesa divina, "todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto" (Exo. 12: 41). 
  Así también fue determinada en el concilio celestial la hora en que Cristo había de venir; y cuando el gran reloj del tiempo marcó aquella hora, Jesús nació en Belén.
 "Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo". La Providencia había dirigido los movimientos de las naciones, así como el flujo y reflujo de impulsos e influencias de origen humano, a tal punto que el mundo estaba maduro para la llegada del Libertador...

Entonces vino Jesús a restaurar en el hombre la imagen de su Hacedor. Nadie, excepto Cristo, puede amoldar de nuevo el carácter que ha sido arruinado por el pecado. Él vino para expulsar a los demonios que habían dominado la voluntad. Vino para levantarnos del polvo, para rehacer según el modelo divino el carácter que había sido mancillado, para hermosearlo con su propia gloria.* 8

LA LECCIÓN DE BELÉN  
Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan. (Heb. 9: 28).
Cuando se produjo el primer advenimiento de Cristo, los sacerdotes y los fariseos de la ciudad santa, a quienes fueran confiados los oráculos de Dios, habrían podido discernir las señales de los tiempos y proclamar la venida del Mesías prometido. La profecía de Miqueas señalaba el lugar de su nacimiento. (Miq. 5: 2.) Daniel especificaba el tiempo de su advenimiento. (Dan. 9: 25.) Dios había encomendado estas profecías a los caudillos de Israel; no tenían pues excusa por no saber que el Mesías estaba a punto de llegar y por no habérselo dicho al pueblo. Su ignorancia era resultado de culpable descuido. . . Todo el pueblo debería haber estado velando y esperando para hallarse entre los primeros en saludar al Redentor del mundo. En vez de todo esto, vemos, en Belén, a dos caminantes cansados que vienen de los collados de Nazaret, y que recorren toda la longitud de la angosta calle del pueblo hasta el extremo este de la ciudad, buscando en vano lugar de descanso y abrigo para la noche. Ninguna puerta se abre para recibirlos. En un miserable cobertizo para el ganado, encuentran al fin un refugio, y allí fue donde nació el Salvador del mundo. . .

No hay señales de que se espere a Cristo ni preparativos para recibir al Príncipe de la vida. Asombrado, el mensajero celestial está a punto de volverse al cielo con la vergonzosa noticia, cuando descubre un grupo de pastores que están cuidando sus rebaños durante la noche, y que al contemplar el cielo estrellado, meditan en la profecía de un Mesías que debe venir a la tierra y anhelan el advenimiento del Redentor del mundo. Aquí tenemos un grupo de seres humanos preparados para recibir el mensaje celestial. Y de pronto aparece el ángel del Señor proclamando las buenas nuevas de gran gozo...
¡Oh! ¡Qué lección encierra esta maravillosa historia de Belén! ¡Qué reconvención para nuestra incredulidad, nuestro orgullo y amor propio! ¡Cómo nos amonesta a que tengamos cuidado, no sea que por nuestra criminal indiferencia, nosotros también dejemos de discernir las señales de los tiempos, y no conozcamos el día de nuestra visitación!* 9


CUANDO JESÚS NACIÓ
Cuando Jesús nació en Belén. . . vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? (Mat. 2: 1, 2).
El Rey de gloria descendió muchísimo para asumir la humanidad; y los ángeles, que habían sido testigos de su esplendor en las cortes celestiales, cuando era adorado por todas las huestes del cielo, se desilusionaron al descubrir que su divino Comandante ocupaba un puesto que implicaba tan profunda humillación.
Los judíos se habían separado tanto de Dios por causa de sus malas obras, que los ángeles no les podían transmitir las nuevas del advenimiento del niño Redentor. Dios eligió a los sabios de Oriente para que cumplieran su voluntad...

La aparición desusada de una estrella grande y brillante, Que nunca habían visto antes, y que aparecía como una señal en los cielos, atrajo su atención. No tuvieron el privilegio de escuchar la proclamación de los ángeles a los pastores. Pero el Espíritu de Dios los impulsó a buscar al Visitante celestial que había venido a este mundo caído. Los sabios enderezaron su rumbo en la dirección en que la estrella parecía conducirlos. Al acercarse a la ciudad de Jerusalén, la estrella se envolvió en tinieblas, y no los guió más. Llegaron a la conclusión de que los judíos no podían ignorar el gran acontecimiento de la llegada del Mesías; de modo que comenzaron a inquirir al respecto en las proximidades de Jerusalén.
Los sabios se sorprendieron al verificar que no había un interés especial con respecto al tema de la venida del Mesías. . . Cuando abandonaron Jerusalén, ya no abrigaban tanta confianza y esperanza como cuando llegaron. Se maravillaban de que los judíos no tuvieran interés ni manifestaran gozo frente a la perspectiva del gran acontecimiento de la venida del Cristo.
Las iglesias de nuestro tiempo están buscando la grandeza mundana y están tan poco dispuestas a ver la luz de las profecías y a recibir la evidencia de su cumplimiento, que muestran que Cristo muy pronto vendrá, como los judíos con respecto a su primer advenimiento. Esperaban el reino temporal y triunfante del Mesías en Jerusalén. Los profesos cristianos de nuestra época esperan la prosperidad temporal de la iglesia, manifestada en la conversión del mundo, y el gozo del milenio temporal.* 10

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