MIENTRAS
tanto, José y sus amos iban en camino a Egipto. Cuando la caravana
marchaba hacia el sur, hacia las fronteras de Canaán, el joven pudo
divisar a lo lejos las colinas entre las cuales se hallaban las tiendas
de su padre. Lloró amargamente al pensar en la soledad y el dolor de
aquel padre amoroso. Nuevamente recordó la escena de Dotán. Vio a sus
airados hermanos y sintió sus miradas furiosas dirigidas hacia él. Las
punzantes e injuriosas palabras con que habían contestado a sus súplicas
angustiosas resonaban aún en sus oídos.
Con el corazón palpitante pensaba en que le reservaría el porvenir. ¡Qué cambio de condición! ¡De hijo tiernamente querido había pasado a ser esclavo menospreciado y desamparado!
Solo y sin amigos, ¿cuál sería su suerte en la extraña tierra adonde iba?
Durante algún tiempo José se entregó al terror y al dolor sin poder dominarse.
Pero,
en la providencia de Dios, aun esto había de ser una bendición para él.
Aprendió en pocas horas, lo que de otra manera le hubiera requerido
muchos años.
Por
fuerte y tierno que hubiera sido el cariño de su padre, le había hecho
daño por su parcialidad y complacencia. Aquella preferencia poco
juiciosa había enfurecido a sus hermanos, y los había inducido a llevar a
cabo el cruel acto que lo alejaba ahora de su hogar. Sus efectos se
manifestaban también en su propio carácter. En él se habían fomentado defectos que ahora debía corregir.
Estaba comenzando a confiar en sí mismo y a ser exigente. Acostumbrado
al tierno cuidado de su padre, no se sintió preparado para afrontar las
dificultades que surgían ante él en la amarga y desamparada vida de
extranjero y esclavo. 215
Entonces sus pensamientos se dirigieron al Dios de su padre. En su niñez se le había enseñado a amarle y temerle.
A menudo, en la tienda de su padre, había escuchado la historia de la
visión que Jacob había presenciado cuando huyó de su casa desterrado y
fugitivo. Se le había hablado de las promesas que el Señor le hizo a
Jacob, y de cómo se habían cumplido; cómo en la hora de necesidad, los
ángeles habían venido a instruirle, confortarle y protegerle.
Y había comprendido el amor manifestado por Dios al proveer un Redentor para los hombres. Ahora, todas estas lecciones preciosas se presentaron vivamente ante él. José creyó que el Dios de sus padres sería su Dios. Entonces, allí mismo, se entregó por completo al Señor, y oró para pedir que el Guardián de Israel estuviese con él en el país adonde iba desterrado.
Su
alma se conmovió y tomó la alta resolución de mostrarse fiel a Dios y
de obrar en cualquier circunstancia cómo convenía a un súbdito del Rey
de los cielos.
Serviría
al Señor con corazón íntegro; afrontaría con toda fortaleza las pruebas
que le deparara su suerte, y cumpliría todo deber con fidelidad.
La experiencia de ese día fue el punto decisivo en la vida de José. Su
terrible calamidad le transformó de un niño mimado que era en un hombre
reflexivo, valiente, y sereno.
Al llegar a Egipto, José fue vendido a Potifar, jefe de la guardia real, a cuyo servicio permaneció durante diez años.
Allí estuvo expuesto a tentaciones extraordinarias. Estaba en medio de la idolatría.
La adoración de dioses falsos estaba rodeada de toda la pompa de la
realeza, sostenida por la riqueza y la cultura de la nación más
altamente civilizada de aquel entonces.
No obstante, José conservó su sencillez y fidelidad a Dios.
Las escenas y la seducción del vicio le circundaban por todas partes,
pero él permaneció como quien no veía ni oía. No permitió que sus
pensamientos se detuvieran en asuntos prohibidos.
El
deseo de ganarse el favor de los egipcios no pudo inducirle a ocultar
sus principios. Si hubiera tratado de hacer esto, habría sido vencido
por la 216 tentación; pero no se avergonzó de la religión de sus padres, y no hizo ningún esfuerzo por esconder el hecho de que adoraba a Jehová.
"Jehová
fue con José, y fue varón prosperado. . . . Y vio su señor que Jehová
era con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su
mano."
La
confianza de Potifar en José aumentaba diariamente, y por fin le
ascendió a mayordomo, con dominio completo sobre todas sus posesiones.
"Y dejó todo lo que tenía en mano de José; ni con él sabía de nada más
que del pan que comía." (Véase Génesis 39-41).
La
notable prosperidad que acompañaba a todo lo que se encargara a José no
era resultado de un milagro directo, sino que su industria, su interés y
su energía fueron coronados con la bendición divina.
José
atribuyó su éxito al favor de Dios, y hasta su amo idólatra aceptó eso
como el secreto de su sin igual prosperidad. Sin embargo, sin sus
esfuerzo constantes y bien dirigidos, nunca habría podido alcanzar tal
éxito. Dios fue glorificado por la fidelidad de su siervo. Era el
propósito divino que por la pureza y la rectitud, el creyente en Dios
apareciera en marcado contraste con los idólatras, para que así la luz
de la gracia celestial brillase en medio de las tinieblas del paganismo.
La
dulzura y la fidelidad de José cautivaron el corazón del jefe de la
guardia real, que llegó a considerarlo más como un hijo que como un
esclavo.
El
joven entró en contacto con hombres de alta posición y de sabiduría, y
adquirió conocimientos de las ciencias, los idiomas y los negocios;
educación necesaria para quien sería más tarde primer ministro de
Egipto.
Pero la fe e integridad de José habían de acrisolarse mediante pruebas de fuego.
LA ESPOSA
de su amo trató de seducir al joven a que violara la ley de Dios.
Hasta entonces había permanecido sin mancharse con la maldad que
abundaba en aquella tierra pagana; pero ¿cómo enfrentaría esta
tentación, 217 tan repentina, tan fuerte, tan seductora? José sabía
muy bien cuál sería el resultado de su resistencia. Por un lado había encubrimiento, favor y premios; por el otro, desgracia, prisión, y posiblemente la muerte. Toda su vida futura dependía de la decisión de ese momento.
¿Triunfarían los buenos principios?
¿Se mantendría fiel a Dios?
Los ángeles presenciaban la escena con indecible ansiedad. La contestación de José revela el poder de los principios religiosos.
No quiso traicionar la confianza de su amo terrenal, y cualesquiera
que fueran las consecuencias, sería fiel a su Amo celestial.
Bajo
el ojo escudriñador de Dios y de los santos ángeles, muchos se toman
libertades de las que no se harían culpables en presencia de sus
semejantes. Pero José pensó primeramente en Dios. "¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?" dijo él.
Si
abrigáramos habitualmente la idea de que Dios ve y oye todo lo que
hacemos y decimos, y que conserva un fiel registro de nuestras palabras y
acciones, a las que deberemos hacer frente en el día final, temeríamos
pecar.
Recuerden
siempre los jóvenes que dondequiera que estén, y no importa lo que
hagan, están en la presencia de Dios. Ninguna parte de nuestra conducta
escapa a su observación. No podemos esconder nuestros caminos al
Altísimo.
Las
leyes humanas, aunque algunas veces son severas, a menudo se violan sin
que tal cosa se descubra; y por lo tanto, las transgresiones quedan sin
castigo. Pero no sucede así con la ley de Dios. La más profunda
medianoche no es cortina para el culpable. Puede creer que está solo;
pero para cada acto hay un testigo invisible. Los motivos mismos del
corazón están abiertos a la divina inspección. Todo acto, toda palabra,
todo pensamiento están tan exactamente anotados como si hubiera una
sola persona en todo el mundo, y como si la atención del Cielo estuviera
concentrada sobre ella.
José
sufrió por su integridad; pues su tentadora se vengó acusándolo de un
crimen abominable, y haciéndole encerrar 218 en una cárcel. Si Potifar
hubiese creído la acusación de su esposa contra José, el joven hebreo
habría perdido la vida; pero la modestia y la integridad que
uniformemente habían caracterizado su conducta fueron prueba de su
inocencia; y sin embargo, para salvar la reputación de la casa de su
amo, se le abandonó al deshonor y a la servidumbre.
Al
principio, José fue tratado con gran severidad por sus carceleros. El
salmista dice: "Afligieron sus pies con grillos; en hierro fue puesta su
persona. Hasta la hora que llegó su palabra, el dicho de Jehová le
probó." (Sal. 105: 18).
Pero
el verdadero carácter de José resplandeció, aun en la obscuridad del
calabozo. Mantuvo firmes su fe y su paciencia; los años de su fiel
servicio habían sido compensados de la manera más cruel; no obstante,
esto no le volvió sombrío ni desconfiado.
Tenía
la paz que emana de una inocencia consciente, y confió su caso a Dios.
No caviló en los perjuicios que sufría, sino que olvidó sus penas y
trató de aliviar las de los demás. Encontró una obra que hacer, aun en
la prisión.
Dios
le estaba preparando en la escuela de la aflicción, para que fuera de
mayor utilidad, y no rehusó someterse a la disciplina que necesitaba.
En la cárcel, presenciando los resultados de la opresión y la tiranía, y
los efectos del crimen, aprendió lecciones de justicia, simpatía y
misericordia que le prepararon para ejercer el poder con sabiduría y compasión.
Poco a poco José ganó la confianza del carcelero, y se le confió por fin el cuidado de todos los presos. Fue
la obra que ejecutó en la prisión, la integridad de su vida diaria, y
su simpatía hacia los que estaban en dificultad y congoja, lo que le
abrió paso hacia la prosperidad y los honores futuros. Cada rayo de luz que derramamos sobre los demás se refleja sobre nosotros mismos.
Toda palabra bondadosa y compasiva que se diga a los angustiados, todo
acto que tienda a aliviar a los oprimidos, y toda dádiva que se otorgue
a los necesitados, si son impulsados por motivos sanos, resultarán en
bendiciones para el dador. 219
El panadero principal y
el primer copero del rey habían sido encerrados en la prisión por
alguna ofensa que habían cometido, y fueron puestos bajo el cuidado de
José. Una mañana, observando que parecían muy tristes, bondadosamente
les preguntó el motivo y le dijeron que cada uno había tenido un sueño
extraordinario, cuyo significado anhelaban conocer. "¿No son de Dios
las declaraciones? Contádmelo ahora," dijo José. Cuando cada uno
relató su sueño, José les hizo saber su significado: Dentro de tres días
el jefe de los coperos habla de ser reintegrado a su puesto, y había de
poner la copa en las manos de Faraón como antes, pero el principal de
los panaderos sería muerto por orden del rey. En ambos casos, el
acontecimiento ocurrió tal como lo predijo.
El copero del rey había
expresado la más profunda gratitud a José, tanto por la feliz
interpretación de su sueño como por otros muchos actos de bondadosa
atención; y José, refiriéndose en forma muy conmovedora a su propio
encarcelamiento injusto, le imploró que en compensación presentara su
caso ante el rey. "Acuérdate, pues, de mí para contigo -dijo- cuando
tuvieres ese bien, y ruégote que uses conmigo de misericordia, y hagas
mención de mi a Faraón, y me saques de esta casa: porque hurtado he sido
de la tierra de los Hebreos; y tampoco he hecho aquí porqué me hubiesen
de poner en la cárcel." El principal de los coperos vio su sueño cumplido en todo detalle; pero cuando fue reintegrado al favor real, ya no se acordó de su benefactor. Durante dos años más, José
permaneció preso. La esperanza que se había encendido en su corazón se
desvaneció poco a poco, y a todas las otras tribulaciones se agregó el
amargo aguijón de la ingratitud.
Pero una mano divina estaba por abrir las puertas de la prisión.
El rey de Egipto tuvo una noche dos sueños que, por lo visto, indicaban
el mismo acontecimiento, y parecían anunciar alguna gran calamidad. El
no podía determinar su significado, pero continuaban turbándole. Los magos y los 220 sabios de su reino no pudieron interpretarlos. La perplejidad y congoja del rey aumentaban, y el terror se esparcía por todo su palacio.
El alboroto general trajo a la memoria del copero las circunstancias de su propio sueño; con él recordó a José, y sintió remordimiento por su olvido e ingratitud. Informó
inmediatamente al rey cómo su propio sueño y el del primer panadero
habían sido interpretados por el prisionero hebreo, y cómo las
predicciones se habían cumplido.
Fue humillante para
Faraón tener que dejar a los magos y sabios de su reino para consultar a
un esclavo extranjero; pero estaba listo para aceptar el servicio del
más ínfimo con tal que su mente atormentada pudiese encontrar alivio.
En seguida se hizo venir a José. Este se quitó su indumentaria de preso
y .se cortó el cabello, pues le había crecido mucho durante el período
de su desgracia y reclusión. Entonces fue llevado ante el rey.
"Y
dijo Faraón a José: Yo he tenido un sueño, y no hay quien lo declare;
mas he oído decir de ti, que oyes sueños para declararlos. Y respondió
José a Faraón, diciendo: No está en mí; Dios será el que responda paz a Faraón." La respuesta de José al rey revela su humildad y su fe en Dios. Modestamente rechazó el honor de poseer en sí mismo sabiduría superior. "No está en mí." Sólo Dios puede explicar estos misterios.
Entonces
Faraón procedió a relatarle sus sueños: "En mi sueño parecíame que
estaba a la orilla del río; y que del río subían siete vacas de gruesas
carnes y hermosa apariencia, que pacían en el prado: y que otras siete
vacas subían después de ellas, flacas y de muy fea traza; tan
extenuadas, que no he visto otras semejantes en toda la tierra de Egipto
en fealdad: y las vacas flacas y feas devoraban a las siete primeras
vacas gruesas: y entraban en sus entrañas, mas no se conocía que
hubiesen entrado en ellas, porque su parecer era aún malo, como de
primero.
Y
yo desperté. Vi también soñando, que siete espigas subían en una misma
caña llenas y hermosas; 221 y que otras siete espigas menudas,
marchitas, abatidas del Solano, subían después de ellas: y las espigas
menudas devoraban a las siete espigas hermosas; y helo dicho a los
magos, mas no hay quién me lo declare."
"El sueño de Faraón es uno mismo -contestó José:- Dios
ha mostrado a Faraón lo que va a hacer." Habría siete años de
abundancia. Los campos y las huertas rendirían cosechas más abundantes
que nunca. Y este período sería seguido de siete años de hambre. "Y
aquella abundancia no se echará de ver a causa del hambre siguiente, la
cual será gravísima." La repetición del sueño era evidencia tanto de la
certeza como de la proximidad del cumplimiento. "Por tanto, provéase
ahora Faraón de un varón prudente y sabio -agregó José,- y póngalo sobre
la tierra de Egipto. Haga esto Faraón, y ponga gobernadores sobre el
país, y quinte la tierra de Egipto en los siete años de la hartura; y
junten toda la provisión de estos buenos años que vienen, y alleguen el
trigo bajo la mano de Faraón para mantenimiento de las ciudades; y
guárdenlo. Y esté aquella provisión en depósito para el país, para los
siete años del hambre que serán en la tierra de Egipto."
La
interpretación fue tan razonable y consecuente, y el procedimiento que
recomendó tan juicioso y perspicaz, que no se podía dudar de que todo
era correcto. Pero ¿a quién se había de confiar la ejecución del plan?
De la sabiduría de esta elección dependía la preservación de la nación.
El rey estaba perplejo.
Durante algún tiempo consideró el problema de ese nombramiento.
Mediante el jefe de los coperos, el monarca había sabido de la sabiduría
y la prudencia manifestadas por José en la administración de la cárcel;
era evidente que poseía habilidad administrativa en alto grado.
El copero, ahora lleno de remordimiento, trató de expiar su ingratitud anterior, alabando entusiastamente a su benefactor.
Otras averiguaciones hechas
por el rey comprobaron la exactitud de su informe. En todo el reino,
José había sido el único hombre dotado de sabiduría para indicar el
peligro que 222 amenazaba al país y los preparativos necesarios para
hacerle frente; y el rey se convenció de que ese joven era el más capaz
para ejecutar los planes que había propuesto. Era evidente que el poder
divino estaba con él, y que ninguno de los estadistas del rey se
hallaba tan bien capacitado como José para dirigir los asuntos de la
nación frente a esa crisis.
El
hecho de que era hebreo y esclavo era de poca importancia cuando se
tomaba en cuenta su manifiesta sabiduría y su sano juicio. "¿Hemos de hallar otro hombre como éste, en quien haya espíritu de Dios?" dijo el rey a sus consejeros.
Se
decidió el nombramiento, y se le hizo este sorprendente anuncio a José:
"Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio
como tú: tú serás sobre mi casa y por tu dicho se gobernará todo mí
pueblo: solamente en el trono seré yo mayor que tú." El rey procedió a
investir a José con las insignias de su elevada posición. "Entonces
Faraón quitó su anillo de su mano, y púsolo en la mano de José, e hízole
vestir de ropas de lino finísimo, y puso un collar de oro en su cuello;
e hízolo subir en su segundo carro, y pregonaron delante de él: Doblad la rodilla."
"Púsolo
por señor de su casa, y por enseñoreador en toda su posesión; para que
reprimiera a sus grandes como él quisiese, y a sus ancianos enseñara
sabiduría." (Sal. 105: 21, 22.)
Desde el calabozo, José fue exaltado a la posición de gobernante de toda la tierra de Egipto. Era un puesto honorable; sin embargo, estaba lleno de dificultades y riesgos.
Uno
no puede ocupar un puesto elevado sin exponerse al peligro. Así como
la tempestad deja incólume a la humilde flor del valle mientras
desarraiga al majestuoso árbol de la cumbre de la montaña, así los que
han mantenido su integridad en la vida humilde pueden ser arrastrados al
abismo por las tentaciones que acosan al éxito y al honor mundanos.
Pero el carácter de José soportó la prueba tanto de la adversidad como de la prosperidad.
Manifestó en el palacio de Faraón la misma fidelidad hacia Dios que había demostrado en su 223 celda de prisionero.
Era
aún extranjero en tierra pagana, separado de su parentela que adoraba a
Dios; pero creía plenamente que la mano divina había guiado sus pasos, y
confiando siempre en Dios, cumplía fielmente los deberes de su puesto.
Mediante
José la atención del rey y de los grandes de Egipto fue dirigida hacia
el verdadero Dios; y a pesar de que siguieron adhiriéndose a la
idolatría, aprendieron a respetar los principios revelados en la vida y
el carácter del adorador de Jehová.
¿Cómo pudo José dar tal ejemplo de firmeza de carácter, rectitud y sabiduría?
En
sus primeros años había seguido el deber antes que su inclinación; y la
integridad, la confianza sencilla y la disposición noble del joven
fructificaron en las acciones del hombre.
Una vida sencilla y pura había favorecido el desarrollo vigoroso de las facultades tanto físicas como intelectuales.
La
comunión con Dios mediante sus obras y la contemplación de las grandes
verdades contadas a los herederos de la fe habían elevado y ennoblecido
su naturaleza espiritual al ampliar y fortalecer su mente como ningún
otro estudio pudo haberlo hecho.
La
atención fiel al deber en toda posición, desde la más baja hasta la más
elevada, había educado todas sus facultades para el más alto servicio.
El
que vive de acuerdo con la voluntad del Creador adquiere con ello el
desarrollo más positivo y noble de su carácter. "El temor del Señor es
la sabiduría, y el apartarse del mal la inteligencia."
(Job. 28: 28.)
Pocos
se dan cuenta de la influencia de las cosas pequeñas de la vida en el
desarrollo del carácter. Ninguna tarea que debamos cumplir es realmente
pequeña.
Las
variadas circunstancias que afrontamos día tras día están concebidas
para probar nuestra fidelidad, y han de capacitarnos para mayores
responsabilidades.
Adhiriéndose a los principios rectos en las transacciones ordinarias de la vida, la mente se acostumbra a mantener las demandas del deber por encima del placer y de las inclinaciones propias.
Las
mentes disciplinadas en esta 224 forma no vacilan entre el bien y el
mal, como la caña que tiembla movida por el viento; son fieles al deber
porque han desarrollado hábitos de lealtad y veracidad. Mediante la
fidelidad en lo mínimo, adquieren fuerza para ser fieles en asuntos
mayores.
Un
carácter recto es de mucho más valor que el oro de Ofir. Sin él nadie
puede elevarse a un cargo honorable. Pero el carácter no se hereda. No se puede comprar. La excelencia moral y las buenas cualidades mentales no son el resultado de la casualidad.
Los dones más preciosos carecen de valor a menos que sean aprovechados.
La formación de un carácter noble es la obra de toda una vida, y debe
ser el resultado de un esfuerzo aplicado y perseverante. Dios da las
oportunidades; el éxito depende del uso que se haga de ellas. 225
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