LA
MÁS bella entre las ciudades del valle del Jordán era Sodoma, situada
en una llanura que era como el "huerto de Jehová" (Gén. 13:10) por su
fertilidad y hermosura. Allí florecía la abundante vegetación de los
trópicos. Allí abundaban la palmera, el olivo y la vid, y las flores
esparcían su fragancia durante todo el año. Abundantes mieses revestían
los campos, y muchos rebaños lanares y vacunos cubrían las colinas
circundantes. El arte y el comercio contribuían a enriquecer la
orgullosa ciudad de la llanura. Los tesoros del oriente adornaban sus
palacios, y las caravanas del desierto proveían sus mercados de
preciosos artículos. Con poco trabajo mental o físico, se podían
satisfacer todas las necesidades de la vida, y todo el año parecía una
larga serie de festividades.
La
abundancia general dio origen al lujo y al orgullo. La ociosidad y las
riquezas endurecen el corazón que nunca ha estado oprimido por la
necesidad ni sobrecargado por el pesar. El amor a los placeres fue
fomentado por la riqueza y la ociosidad, y la gente se entregó a la
complacencia sensual.
"He
aquí -dice Ezequiel,- que ésta fue la maldad de Sodoma tu hermana:
soberbia, hartura de pan, y abundancia de ociosidad tuvo ella y sus
hijas; y no corroboró la mano del afligido y del menesteroso. Y
ensoberbeciéronse, e hicieron abominación delante de mí, y quitélas como
vi bueno." (16: 49, 50.)
Nada
desean los hombres tanto como la riqueza y la ociosidad, y, sin
embargo, estas cosas fueron el origen de los pecados que acarrearon la
destrucción de las ciudades de la llanura.
La
vida inútil y ociosa de sus habitantes los hizo víctimas de las
tentaciones de Satanás, desfiguraron la imagen de Dios, y se hicieron
más satánicos que divinos. 153
La
ociosidad es la mayor maldición que puede caer sobre el hombre; porque
la siguen el vicio y el crimen. Debilita la mente, pervierte el
entendimiento y el alma.
Satanás
está al acecho, pronto para destruir a los imprudentes cuya ociosidad
le da ocasión de acercarse a ellos bajo cualquier disfraz atractivo.
Nunca tiene más éxito que cuando se aproxima a los hombres en sus horas
ociosas.
Reinaban
en Sodoma el alboroto y el júbilo, los festines y las borracheras. Las
más viles y más brutales pasiones imperaban desenfrenadas. Los
habitantes desafiaban públicamente a Dios y a su ley, y encontraban
deleite en los actos de violencia. Aunque tenían ante si el ejemplo del
mundo antediluviano, y sabían cómo se había manifestado la ira de Dios
en su destrucción, sin embargo, seguían la misma conducta impía.
Cuando
Lot se trasladó a Sodoma, la corrupción no se había generalizado, y
Dios en su misericordia permitió que brillasen rayos de luz en medio de
las tinieblas morales. Cuando Abrahán libró a los cautivos de los
elamitas, la atención del pueblo fue atraída a la verdadera fe. Abrahán
no era desconocido para los habitantes de Sodoma, y su veneración del
Dios invisible había sido para ellos objeto de ridículo; pero su
victoria sobre fuerzas muy superiores, y su magnánima disposición acerca
de los prisioneros y del botín, despertaron la admiración y el asombro.
Mientras alababan su habilidad y valentía, nadie pudo evitar la
convicción de que un poder divino le había dado la victoria. Y su
espíritu noble y desinteresado, tan extraño para los egoístas habitantes
de Sodoma, fue otra prueba de la superioridad de la religión a la que
honró por su valor y fidelidad.
Melquisedec,
al bendecir a Abrahán, había reconocido a Jehová como la fuente de todo
su poder y como autor de la victoria: "Bendito sea Abram del Dios alto,
poseedor de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios alto, que
entregó tus enemigos en tu mano." (Gén. 14:19, 20.) Dios estaba 154
hablando a aquel pueblo por su providencia, pero el último rayo de luz fue rechazado, como todos los anteriores.
Y
ahora se acercaba la última noche de Sodoma. Las nubes de la venganza
proyectaban ya sus sombras sobre la ciudad condenada. Pero los hombres
no las percibieron. Mientras se acercaban los ángeles con su misión
destructora, los hombres soñaban con prosperidad y placer. El último
día fue como todos los demás que habían llegado y desaparecido. La
noche se cerró sobre una escena de hermosura y seguridad. Los rayos del
sol poniente inundaron un panorama de incomparable belleza. La
frescura del atardecer había atraído fuera de las casas a los habitantes
de la ciudad, y las muchedumbres amantes del placer se paseaban gozando
de aquel momento.
A
la caída de la tarde, dos forasteros se acercaron a la puerta de la
ciudad. Parecían viajeros que venían a pasar allí la noche. Nadie pudo
reconocer en estos humildes caminantes a los poderosos heraldos del
juicio divino, y poco pensaba la alegre e indiferente muchedumbre que,
en su trato con estos mensajeros celestiales, esa misma noche colmaría
la culpabilidad que condenaba a su orgullosa ciudad. Pero hubo un
hombre que demostró a los forasteros una amable atención, convidándolos a
su casa. Lot no conocía el verdadero carácter de los visitantes, pero
la cortesía y la hospitalidad eran una costumbre en él, eran una parte
de su religión, eran lecciones que había aprendido del ejemplo de
Abrahán.
Si
no hubiera cultivado este espíritu de cortesía, habría sido abandonado
para que pereciera con los demás habitantes de Sodoma.
Muchas familias, al cerrar sus puertas a un forastero, han excluido a
algún mensajero de Dios, que les habría proporcionado bendición,
esperanza y paz.
En
la vida, todo acto, por insignificante que sea, tiene su influencia
para el bien o para el mal. La fidelidad o el descuido en lo que
parecen ser deberes menos importantes puede abrir la puerta a las más
ricas bendiciones o a las mayores calamidades.
Son
las cosas pequeñas las que prueban el 155 carácter. Dios mira con una
sonrisa complaciente los actos humildes de abnegación cotidiana, si se
realizan con un corazón alegre y voluntario. No hemos de vivir para
nosotros mismos, sino para los demás. Sólo olvidándonos de nosotros
mismos y abrigando un espíritu amable y ayudador, podemos hacer de
nuestra vida una bendición. Las pequeñas atenciones, los actos
sencillos de cortesía, contribuyen mucho a la felicidad de la vida, y el
descuido de estas cosas influye no poco en la miseria humana.
Conociendo
Lot el maltrato a que los forasteros estarían expuestos en Sodoma,
consideró deber suyo protegerlos, ofreciéndoles hospedaje en su propia
casa. Estaba sentado a la puerta de la ciudad cuando los viajeros se
acercaron, y al verlos, se levantó para ir a su encuentro, e
inclinándose cortésmente, les dijo: "Ahora, pues, mis señores, os ruego
que vengáis a casa de vuestro siervo y os hospedéis." (Véase Génesis
19.) Pareció que rehusaban su hospitalidad cuando contestaron: "No, que
en la plaza nos quedaremos esta noche." La intención de esta
contestación era doble: probar la sinceridad de Lot, y también aparentar
que ignoraban el carácter de los habitantes de Sodoma, como si
supusieran que había seguridad en quedarse en la calle durante la noche.
Su contestación hizo que Lot se sintiera más decidido a no dejarlos a
merced del populacho. Repitió su invitación hasta que cedieron y le
acompañaron a su casa.
Lot
había esperado ocultar su intención a los ociosos que estaban en la
puerta, llevando a los forasteros a su casa mediante un rodeo; pero la
vacilación y tardanza de éstos, así como las instancias de él dieron
tiempo a que los observaran; y antes de que se acostaran aquella noche,
una muchedumbre desenfrenada se reunió alrededor de la casa. Era una
inmensa multitud de jóvenes y ancianos, todos igualmente enardecidos por
las más bajas pasiones. Los forasteros se habían informado del
carácter de la ciudad, y Lot les había advertido que no se atrevieran a
salir de la casa por la noche;156 en ese momento se oyeron los gritos y
las mofas de la muchedumbre, que exigía que sacara afuera a los hombres.
Sabiendo
Lot que si provocaba la violencia de esta gente, podrían derribar
fácilmente la puerta de su casa, salió a ver si podía conseguir algo
mediante la persuasión. "Os ruego -dijo,- hermanos míos, que no hagáis
tal maldad." Sirviéndose de la palabra "hermanos" en el sentido de
vecinos, esperaba conciliárselos y avergonzarlos de sus malos
propósitos. Pero sus palabras fueron como aceite sobre las llamas. La
ira de la turba creció como una rugiente tempestad. Se burlaron de Lot
por intentar hacerse juez de ellos, y le amenazaron con tratarle peor de
cómo intentaban tratar a sus huéspedes. Se abalanzaron sobre él, y le
habrían despedazado si no le hubiesen librado los ángeles de Dios. Los
mensajeros celestiales "alargaron la mano, y metieron a Lot en casa con
ellos, y cerraron las puertas." Los sucesos que siguieron manifestaron
el carácter de los huéspedes a quienes había alojado. "Y a los hombres
que estaban a la puerta de la casa desde el menor hasta el mayor,
hirieron con ceguera; mas ellos se fatigaban por hallar la puerta." Si
por el endurecimiento de su corazón, no hubiesen sido afectados por
doble ceguedad, el golpe que Dios les asestara los habría atemorizado y
hecho desistir de sus obras impías.
Aquella
última noche no se distinguió porque se cometieran mayores pecados que
en otras noches anteriores; pero la misericordia, tanto tiempo
despreciada, al fin cesó de interceder por ellos. Los
habitantes de Sodoma habían pasado los límites de la longanimidad
divina, "el límite oculto entre la paciencia de Dios y su ira." Los fuegos de su venganza estaban por encenderse en el valle de Sidim.
Los
ángeles manifestaron a Lot el objeto de su misión: "Vamos a destruir
este lugar, por cuanto el clamor de ellos ha subido de punto delante de
Jehová; por tanto Jehová nos ha enviado para destruirlo." Los forasteros
a quienes Lot había tratado de proteger, le prometieron a su vez
protegerlo 157 a él y salvar también a todos los miembros de su familia
que huyeran con él de la ciudad impía. La turba ya cansada se había
marchado, y Lot salió para avisar a sus yernos. Repitió las palabras de
los ángeles: "Levantaos, salid de este lugar; porque Jehová va a
destruir esta ciudad." Pero
a ellos les pareció que Lot bromeaba. Se rieron de lo que llamaron sus
temores supersticiosos. Sus hijas se dejaron convencer por la
influencia de sus maridos. Se encontraban perfectamente bien donde estaban. No podían ver señal alguna de peligro. Todo estaba exactamente como antes. Tenían grandes haciendas, y no les parecía posible que la hermosa Sodoma iba a ser destruida.
Lleno
de dolor, regresó Lot a su casa, y contó su fracaso. Entonces los
ángeles le mandaron levantarse, llevar a su esposa y a sus dos hijas que
estaban aún en la casa, y abandonar la ciudad. Pero Lot se demoraba.
Aunque diariamente se afligía al presenciar actos de violencia, no tenía
un verdadero concepto de la abominable iniquidad y la depravación que
se practicaban en esa vil ciudad. No comprendía la terrible necesidad de que los juicios de Dios reprimiesen el pecado. Algunos de sus cercanos se aferraban a Sodoma, y su esposa se negaba a marcharse sin ellos. A Lot le parecía insoportable la idea de dejar a los que más quería en la tierra. Le
apenaba abandonar su suntuosa morada y la riqueza adquirida con el
trabajo de toda su vida, para salir como un pobre peregrino.
Aturdido por el dolor, se demoraba, y no podía marcharse. Si no
hubiese sido por los ángeles de Dios, todos habrían perecido en la ruina
de Sodoma. Los mensajeros celestiales asieron de la mano a Lot y a su
mujer y a sus hijas, y los llevaron fuera de la ciudad.
Allí
los dejaron los ángeles y se volvieron a Sodoma para cumplir su obra de
destrucción. Otro, Aquel a quien había implorado Abrahán, se acercó a
Lot. En todas las ciudades de la llanura, no se habían encontrado ni
siquiera diez justos; pero en respuesta al ruego del patriarca, el
hombre que temía 158 a Dios fue preservado de la destrucción. Con
vehemencia aterradora se le dio el mandamiento: "Escapa por tu vida; no
mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea
que perezcas." Cualquier tardanza o vacilación sería
ahora fatal. El retrasarse por echar una sola mirada a la ciudad
condenada, el detenerse un solo momento, sintiendo dejar un hogar tan
hermoso, les habría costado la vida. La tempestad del juicio divino
sólo esperaba que estos pobres fugitivos escapasen.
Pero
Lot, confuso y aterrado, protestó que no podía hacer lo que se le
exigía, por temor a que le ocurriera algún mal que le causara la muerte. Mientras vivía en aquella ciudad impía, en medio de la incredulidad, su fe había disminuido.
El Príncipe del cielo estaba a su lado, y sin embargo rogaba por su
vida como si el Dios que había manifestado tanto cuidado y amor hacia él
no estuviera dispuesto a seguir protegiéndole. Debiera haber confiado
plenamente en el mensajero divino, poniendo su voluntad y su vida en las
manos del Señor, sin duda ni pregunta alguna.
Pero
como tantos otros, trató de hacer planes por sí mismo: "He aquí ahora
esta ciudad está cerca para huir allá, la cual es pequeña: escaparé
ahora allá, (¿no es ella pequeña?) y vivirá mi alma." La ciudad
mencionada aquí era Bela, que más tarde se llamó Zoar. Estaba a pocas
millas de Sodoma, era tan corrompida como ésta, Y también condenada a la
destrucción. Pero Lot rogó que fuese conservada, insistiendo en que
era poco lo que pedía; y lo que deseaba le fue otorgado. El Señor le
aseguró: "He aquí he recibido también tu súplica sobre esto, y no
destruiré la ciudad de que has hablado." ¡Cuánta es la misericordia de
Dios hacia sus extraviadas criaturas!
Otra
vez se le dio la solemne orden de apresurarse, pues la tempestad de
fuego tardaría muy poco en llegar. Pero una de las personas fugitivas
se atrevió a mirar hacia atrás, hacia la ciudad condenada, y se
convirtió en monumento del juicio de Dios. Si
Lot mismo no hubiese vacilado en obedecer a la 159 advertencia del
ángel, y si hubiese huído con prontitud hacia las montañas, sin una
palabra de súplica ni de protesta, su esposa también habría podido
escapar. La influencia del ejemplo de él la habría
salvado del pecado que selló su condenación. Pero la vacilación y la
tardanza de él la indujeron a ella a considerar livianamente la
amonestación divina. Mientras su cuerpo estaba en la llanura, su corazón se asía de Sodoma, y con Sodoma pereció. Se
rebeló contra Dios porque sus juicios arrastraban a sus hijos y sus
bienes a la ruina. Aunque fue muy favorecida al ser llamada a que
saliera de la ciudad impía, creyó que se la trataban duramente, porque
tenía que dejar para ser destruidas las riquezas que habían acumulado
con el trabajo de muchos años. En vez de aceptar la
salvación con gratitud, miró hacia atrás presuntuosamente deseando la
vida de los que habían despreciado la advertencia divina. Su pecado
mostró que no era digna de la vida, por cuya conservación sentía tan
poca gratitud.
Debiéramos guardarnos de tratar tan ligeramente las benignas medidas que Dios toma para nuestra salvación. Hay cristianos que dicen: "No me interesa ser salvo, si mi esposa y mis hijos no se salvan conmigo." Les
parece que sin la presencia de los que les son tan queridos, el cielo
no sería el cielo para ellos. Pero, al albergar tales sentimientos,
¿tienen un concepto justo de su propia relación con Dios, en vista de su
gran bondad y misericordia hacia ellos? ¿Han olvidado que están
obligados por los lazos más fuertes del amor, del honor y de la
fidelidad a servir a su Creador y Salvador?
Las invitaciones de la misericordia se dirigen a todos; y porque nuestros amigos rechazan
el implorante amor del Salvador,
¿hemos de apartarnos también nosotros?
el implorante amor del Salvador,
¿hemos de apartarnos también nosotros?
La
redención del alma es preciosa. Cristo pagó un precio infinito por
nuestra salvación, y porque otros la desechen, ninguna persona que
aprecie el valor de este gran sacrificio, o el valor del alma,
despreciará la misericordia de Dios. El mismo hecho de que otros no
reconozcan los justos requerimientos de Dios 160 debiera incitarnos a
honrar al Creador con más diligencia, y a inducir a todos los que
alcance nuestra influencia a aceptar su amor.
"El
sol salía sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar." Los claros rayos
matutinos parecían anunciar sólo prosperidad y paz a las ciudades de la
llanura. Empezó el ajetreo de la vida diaria por las calles; los
hombres iban por sus distintos caminos, a su negocio o a los placeres
del día. Los yernos de Lot se burlaban de los temores y advertencias
del caduco anciano.
De repente, como un trueno en un cielo despejado, se desató la tempestad. El Señor hizo llover fuego y azufre del cielo sobre las ciudades y la fértil llanura.
Sus palacios y templos, las costosas moradas, los jardines y viñedos,
la muchedumbre amante del placer, que la noche anterior había injuriado a
los mensajeros del cielo, todo fue consumido. El humo de la
conflagración ascendió al cielo como si fuera el humo de un gran horno.
Y el hermoso valle de Sidim se convirtió en un desierto,
un sitio que jamás había de ser reconstruido ni habitado, como
testimonio para todas las generaciones de la seguridad con que el juicio
de Dios castiga el pecado.
Las llamas que consumieron las ciudades de la llanura transmiten hasta nuestros días la luz de su advertencia. Se
nos enseña la temible y solemne lección de que mientras la misericordia
de Dios tiene mucha paciencia con el transgresor, hay un límite más
allá del cual los hombres no pueden seguir en sus pecados. Cuando se llega a ese límite, se retira el ofrecimiento de la gracia y comienza la ejecución del juicio.
El
Redentor del mundo declara que hay pecados mayores que aquellos por los
cuales fueron destruidas Sodoma y Gomorra. Los que oyen la invitación
del Evangelio que llama a los pecadores al arrepentimiento, y no hacen
caso de ella, son más culpables ante Dios que los habitantes del valle
de Sidim.
Mayor
aun es el pecado de los que aseveran 161 conocer a Dios y guardar sus
mandamientos, y sin embargo, niegan a Cristo en su carácter y en su vida
diaria.
De
acuerdo con lo indicado por el Salvador, la suerte de Sodoma es una
solemne advertencia, no meramente para los que son culpables de pecados
manifiestos, sino para todos aquellos que están jugando con la luz y los
privilegios que vienen del cielo.
El
Testigo fiel dijo a la iglesia de Efeso: "Tengo contra ti que has
dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de dónde has caído, y
arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y
quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido."
(Apoc. 2:4, 5.)
Con
una compasión más tierna que la que conmueve el corazón de un padre
terrenal que perdona a su hijo pródigo y doliente, el Salvador anhela
que respondamos a su amor y al perdón que nos ofrece. Dice a los
extraviados: "Tornaos a mí, y yo me tornaré a vosotros." (Mal. 3:7.)
Pero si el pecador se niega obstinadamente a responder a la voz que le
llama con compasivo y tierno amor, será abandonado al fin en las
tinieblas.
El
corazón que ha menospreciado por mucho tiempo la misericordia de Dios
se endurece en el pecado, y ya no es susceptible a la influencia de la
gracia divina. Terrible será la suerte de aquel de quien por último el
Salvador declare: "Es dado a ídolos." (Ose. 4:17.)
En
el día del juicio, la suerte de las ciudades de la llanura será más
tolerable que la de aquellos que reconocieron el amor de Cristo y, sin
embargo, se apartaron para seguir los placeres de un mundo pecador.
Vosotros
que despreciáis los ofrecimientos de la misericordia, pensad en la
larga serie de asientos que se acumulan contra vosotros en los libros
del cielo; pues allá se registra la impiedad de las naciones, las
familias y los individuos.
Dios
puede soportar mucho mientras se lleva la cuenta, y puede enviar
llamados al arrepentimiento y ofrecer perdón; sin embargo, llegará el
momento cuando habrá completado la cuenta; cuando el alma habrá hecho su
elección; cuando por 162 su propia decisión el hombre habrá fijado su
destino. Entonces se dará la señal para ejecutar el juicio.
Hay
motivo para inquietarse por el estado religioso del mundo actual. Se
ha jugado con la gracia de Dios. La multitud ha anulado la ley de Dios
"enseñando doctrinas y mandamientos de hombres." (Mat. 15: 9.)
La
incredulidad prevalece en muchas iglesias de nuestra tierra; no es una
incredulidad en el sentido más amplio, que niegue abiertamente la
Sagrada Escritura, sino una incredulidad envuelta en la capa del
cristianismo, mientras mina la fe en la Biblia como revelación de Dios.
La devoción ferviente y la piedad viva han cedido el lugar a un
formalismo hueco. Como resultado prevalece la apostasía y el
sensualismo.
Cristo
declaró: "Asimismo también como fue en los días de Lot... como esto
será el día en que el Hijo del hombre se manifestará." (Luc. 17: 28-30.)
El registro diario de los acontecimientos atestigua el cumplimiento de
estas palabras. El mundo está madurando rápidamente para la
destrucción. Pronto se derramarán los juicios de Dios, y serán
consumidos el pecado y los pecadores.
Dijo
nuestro Salvador: "Mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean
cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y
venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá
sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra," sobre todos
aquellos cuyos intereses se concentran en este mundo. "Velad
pues, orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar
todas estas cosas que han de venir y de estar en pie delante del Hijo
del hombre." (Luc. 21: 34-36.)
Antes
de destruir a Sodoma, Dios mandó un mensaje a Lot: "Escapa por tu
vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte,
no sea que perezcas." La misma voz amonestadora fue oída por los
discípulos de Cristo antes de la destrucción de Jerusalén: "Y cuando
viereis a Jerusalem cercada de ejércitos, sabed entonces que su
destrucción ha llegado. Entonces los que estuvieron en Judea, huyan a
los 163 montes." (Luc. 21:20, 21.) No debían detenerse para salvar algo
de su hacienda, sino aprovechar lo mejor posible la ocasión para la
fuga.
Hubo
una salida, una separación decidida de los impíos, una fuga para salvar
la vida. Así fue en los días de Noé; así ocurrió en el caso de Lot;
así en el de los discípulos antes de la destrucción de Jerusalén, y así
será en los últimos días.
De nuevo se oye la voz de Dios en un mensaje de advertencia, que manda a su pueblo separarse de la impiedad creciente.
La
depravación y la apostasía que existirán en los últimos días en el
mundo religioso se le presentó al profeta Juan en la visión de
Babilonia, "la grande ciudad que tiene reino sobre los reyes de la
tierra." (Apoc. 17: 18.) Antes de que sea destruída se ha de oír la
llamada del cielo: "Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis
participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas." (Apoc.
18:4.)
Como
en días de Noé y Lot, es necesario separarse decididamente del pecado y
de los pecadores. No puede haber transigencia entre Dios y el mundo,
ni se puede volver atrás para conseguir tesoros terrenales. "No podéis
servir a Dios y a Mammón." (Mat. 6:24.)
Como
los habitantes del valle de Sidim, la gente sueña ahora con prosperidad
y paz. "Escapa por tu vida," es la advertencia de los ángeles de Dios;
pero se oyen otras voces que dicen; "No os inquietéis, no hay nada que
temer." La multitud vocea: "Paz y seguridad," mientras el Cielo declara
que una rápida destrucción está por caer sobre el transgresor. En la
noche anterior a su destrucción, las ciudades de la llanura se
entregaban desenfrenadamente a los placeres, y se burlaron de los
temores y advertencias del mensajero de Dios; pero
aquellos burladores perecieron en las llamas; en aquella misma noche la
puerta de la gracia fue cerrada para siempre para los impíos y
descuidados habitantes de Sodoma.
Dios no será siempre objeto de burla; no se jugará mucho tiempo con él.
"He aquí el día de Jehová viene, crudo, y de saña y ardor de ira, para
tomar la tierra en soledad, y raer de 164 ella sus pecadores." (Isa.
13:9.) La inmensa mayoría del mundo desechará la misericordia de Dios, y
será sumida en pronta e irremisible ruina.
Pero
el que presta oídos a la advertencia y "habita al abrigo del Altísimo,
morará bajo la sombra del Omnipotente." "Escudo y adarga es su verdad."
Para el tal es la promesa: "Saciarélo de larga vida, y mostraréle mi
salud." (Sal. 91:1, 4, 16.)
Lot
habitó poco tiempo en Zoar. La impiedad reinaba allí como en Sodoma, y
tuvo miedo de quedarse, por temor a que la ciudad fuese destruida.
Poco después Zoar fue destruída, tal como Dios lo había proyectado. Lot
se fue a los montes y vivió en una caverna, privado de todas las cosas
por las cuales se había atrevido a exponer a su familia a la influencia
de una ciudad impía. Pero hasta allá le siguió la maldición de Sodoma. La infame conducta de sus hijas fue la con secuencia de las malas compañías que habían tenido en aquel vil lugar.
La depravación moral de Sodoma se había filtrado de tal manera en su
carácter, que ellas no podían distinguir entre lo bueno y lo malo.
Los únicos descendientes de Lot, los moabitas y amonitas, fueron tribus
viles e idólatras, rebeldes contra Dios, y acérrimos enemigos de su
pueblo.
¡Cuán grande fue el contraste entre la vida de Lot y la de Abrahán!
Una vez habían sido compañeros, habían adorado ante el mismo altar, y
habían morado juntos en sus tiendas de peregrinos. Pero ¡qué separados
estaban ahora! Lot había elegido a Sodoma en busca de placer y
beneficios. Abandonando el altar de Abrahán y sus sacrificios diarios
ofrecidos al Dios viviente, había permitido a sus hijos mezclarse con un
pueblo depravado e idólatra; sin embargo, había conservado en su
corazón el temor de Dios, pues las Escrituras lo llaman "justo."
(2 Ped. 2: 7.)
Su
alma justa se afligía por la vil conversación que tenía que oír
diariamente, y por la violencia y los crímenes que no podía impedir.
Fue salvado, por fin, como un "tizón arrebatado del incendio" (Zac. 3:
2), 165 pero fue privado de su hacienda, perdió a su esposa y a hijos,
moró en cuevas como las fieras, en su vejez fue cubierto de infamia, y
dio al mundo no una generación de hombres piadosos, sino dos naciones
idólatras, que se enemistaron contra Dios y guerrearon contra su pueblo,
hasta que, cuan la medida de su impiedad estuvo llena, fueron condenada
la destrucción. ¡Qué terribles fueron las consecuencias que siguieron a un solo paso imprudente!
El
sabio Salomón dice: "No trabajes por ser rico; pon coto a tu
prudencia." "Alborota su casa el codicioso: mas el que aborrece las
dádivas, vivirá." (Prov. 23: 4; 15: 27.) Y el apóstol Pablo declara:
"Los que quieren enriquecerse, caen en tentación y lazo, y en muchas
codicias locas y dañosas, que hunden a los hombres en perdición y
muerte." (1 Tim. 6: 9.)
Cuando
Lot se estableció en Sodoma, estaba completamente decidido a abstenerse
de la impiedad y a "mandar a su casa después de sí" que obedeciera a
Dios. Pero fracasó rotundamente.
Las corruptoras influencias que le rodeaban afectaron su propia fe, y
la unión de sus hijas con los habitantes de Sodoma vinculó hasta cierto
punto sus intereses con el de ellos. El resultado está ante nosotros.
*Muchos
continúan cometiendo un error semejante. Cuando buscan donde
establecerse, miran las ventajas temporales pueden obtener, antes que
las influencias morales y sociales que los rodearán a ellos y a sus
familias. Con la esperanza de alcanzar mayor prosperidad, escogen un
país hermoso y fértil o se mudan a una ciudad floreciente; pero sus
hijos se ven rodeados de tentaciones, y muy a menudo entran en
relaciones poco favorables al desarrollo de la piedad y a la formación
de un carácter recto. El ambiente de baja moralidad, de incredulidad, o
indiferencia hacia las cosas religiosas, tiende a contrarrestar la
influencia de los padres. La juventud ve por todas partes ejemplos de
rebelión contra la autoridad de los padres y la de Dios; muchos se unen a
los infieles e incrédulos y echan su suerte con los enemigos de Dios.
166
Al
elegir un sitio para vivir, Dios quiere que consideremos ante todo las
influencias morales y religiosas que nos rodearan a nosotros y a
nuestras familias.
Podemos encontrarnos en posiciones difíciles, pues muchos no pueden
vivir en el medio en que quisieran. Pero dondequiera que el deber nos
llame, Dios nos ayudará a mantenernos incólumes, si velamos y oramos,
confiando en la gracia de Cristo. Pero no debemos exponernos
innecesariamente a influencias desfavorables a la formación de un
carácter cristiano. Si nos colocamos voluntariamente en un ambiente
mundano e incrédulo, desagradamos a Dios, y ahuyentamos a los ángeles de
nuestras casas.
Los
que procuran para sus hijos riquezas y honores terrenales a costa de
sus intereses eternos, comprenderán al fin que estas ventajas son una
terrible pérdida. Como Lot, muchos ven a sus hijos arruinados, y apenas
salvan su propia alma. La obra de su vida se pierde; y resulta en
triste fracaso. Si hubiesen ejercido verdadera sabiduría, sus hijos
habrían tenido menos prosperidad mundana, pero tendrían en cambio seguro
derecho a la herencia inmortal.
La herencia que Dios prometió a su pueblo
no está en este mundo.
Abrahán
no tuvo posesión en la tierra, "ni aun para asentar un pie." (Hech.
7:5.) Poseía grandes riquezas y las empleaba en honor de Dios y para el
bien de sus prójimos; pero no consideraba este mundo como su hogar. El
Señor le había ordenado que abandonara a sus compatriotas idólatras, con
la promesa de darle la tierra de Canaán como posesión eterna; y sin
embargo, ni él, ni su hijo, ni su nieto la recibieron. Cuando Abrahán
deseó un lugar donde sepultar sus muertos, tuvo que comprarlo a los
cananeos. Su única posesión en la tierra prometida fue aquella tumba
cavada en la peña en la cueva de Macpela.
Pero
Dios no faltó a su palabra; ni tuvo ésta su cumplimiento final en la
ocupación de la tierra de Canaán por el pueblo judío. "A Abraham fueron
hechas las promesas, y a su simiente." (Gál. 3:16.) Abrahán mismo debía
participar de 167 la herencia. Puede
parecer que el cumplimiento de la promesa de Dios tarda mucho; pues "un
día delante del Señor es como mil años y mil años como un día;" puede
parecer que se demora, pero al tiempo determinado "sin duda vendrá; no
tardará." (2 Ped. 3:8; Hab. 2:3.)
La
dádiva prometida a Abrahán y a su simiente incluía no sólo la tierra de
Canaán, sino toda la tierra. Así dice el apóstol: "No por la ley fue
dada la promesa a Abraham o a su simiente, que sería heredero del mundo,
sino por la justicia de la fe." (Rom. 4:13.) Y la Sagrada Escritura
enseña expresamente que las promesas hechas a Abrahán han de ser
cumplidas mediante Cristo. Todos los que pertenecen a Cristo, "ciertamente la simiente de Abrahán" son,
"y conforme a la promesa los herederos," herederos de la "herencia
incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse," herederos
de la tierra libre de la maldición del pecado. Porque "el reino, y el
señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo," será
"dado al pueblo de los santos del Altísimo;" y "los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz." (Gál. 3:29; 1 Ped. 1.4; Dan. 7:27; Sal. 37: 11.)
Dios
dio a Abrahán una vislumbre de esta herencia inmortal, y con esta
esperanza, él se conformó. "Por fe habitó en la tierra prometida como
en tierra ajena, morando en cabañas con Isaac y Jacob, herederos
juntamente de la misma promesa: porque esperaba ciudad con fundamentos,
el artífice y hacedor de la cual es Dios." (Heb. 11: 9, 10.)
De
la descendencia de Abrahán dice la Escritura: "Conforme a la fe
murieron todos éstos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de
lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y
advenedizos sobre la tierra."
Tenemos
que vivir aquí como "peregrinos y advenedizos," si deseamos la patria
"mejor, es a saber, la celestial." Los que son hijos de Abrahán desearán
la ciudad que él buscaba, "el artífice y hacedor de la cual es Dios."
(Vers. 13, 16.) 168
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