domingo, 29 de noviembre de 2009

9 La Temperancia SECCIÓN IX "LA COLOCACIÓN DEL FUNDAMENTO DE LA INTEMPERANCIA"

1. La Influencia Prenatal.
Dónde debe comenzar la reforma.
Los esfuerzos de nuestros obreros que enseñan la temperancia no tienen bastante alcance para desterrar la maldición de la intemperancia. Una vez formados los hábitos es difícil vencerlos. La reforma debe empezar con la madre antes del nacimiento de sus hijos; y si se siguieran fielmente las instrucciones de Dios, no existiría la intemperancia.
Debiera ser el esfuerzo constante de cada madre conformar sus hábitos con la voluntad de Dios, a fin de cooperar con él en proteger a sus hijos de los vicios destructores de la salud y la vida que existen en la actualidad. Sin dilación pónganse las madres en la debida relación con su Creador, para que por su gracia ayudadora levanten alrededor de sus hijos un baluarte contra la disipación y la intemperancia (Consejos Sobre el Régimen Alimenticio, pág. 266).

Los hábitos del padre y de la madre.
Como regla, cada hombre intemperante que cría hijos transmite sus inclinaciones y tendencias malas a su descendencia (Review and Herald, 21-11-1882).
El niño será afectado para bien o para mal por los hábitos de la madre. Ella misma tiene que ser dominada por los buenos principios, y debe observar las leyes de la temperancia y el dominio propio, si quiere asegurar el bienestar de su hijo (Consejos Sobre el Régimen Alimenticio, pág. 256).

La herencia de las malas tendencias.
Los pensamientos y los sentimientos de la madre tendrán una poderosa influencia sobre el legado que ella da a su niño. Si permite que su mente se espacie en sus propios sentimientos, si cede al egoísmo y si es malhumorada y exigente, la disposición 152 de su hijo testificará de este temperamento. Así muchos han recibido, como un legado, tendencias al mal casi invencibles. El enemigo de las almas conoce este hecho mucho mejor que muchos padres. El pondrá sus tentaciones sobre la madre sabiendo que si ella no lo resiste, podrá afectar por la madre a su hijo. La única esperanza de la madre está en Dios. Pero puede acudir a él en busca de fortaleza y gracia, y no irá en vano (Signs of the Times, 13-9-1910).

Mensaje de Dios para cada madre.
En las Escrituras se explica el cuidado con que la madre debe vigilar sus propios hábitos de vida. Cuando el Señor quiso suscitarse a Sansón por libertador de Israel, "el ángel de Jehová" apareció a la madre y le dio instrucciones especiales respecto a sus hábitos de vida y a cómo debía tratar a su hijo. "No bebas -le dijo- vino, ni sidra, ni comas cosa inmunda" (Jueces 13: 13, 7).
Muchos padres creen que el efecto de las influencias prenatales es cosa de poca monta; pero el Cielo no las considera así. El mensaje enviado por un ángel de Dios y reiterado en forma solemnísima merece que le prestemos la mayor atención.
Al hablar a la madre hebrea, Dios se dirige a todas las madres de todos los tiempos. "Ha de guardar -dijo el ángel- todo lo que le mandé". El bienestar del niño dependerá de los hábitos de la madre. Ella tiene, pues, que someter sus apetitos y sus pasiones al dominio de los buenos principios. Hay algo que ella debe rehuir, algo contra lo cual debe luchar si quiere cumplir el propósito que Dios tiene para con ella al darle un hijo. Si, antes del nacimiento de éste, la madre procura complacerse a sí misma, si es egoísta, impaciente e imperiosa, estos rasgos de carácter se reflejarán en el temperamento del niño. Así se explica que muchos hijos hayan recibido por herencia tendencias al mal que son casi irresistibles.
Pero si la madre se atiene invariablemente a principios rectos, si es templada y abnegada, bondadosa, apacible y altruista, puede transmitir a su hijo estos mismos preciosos rasgos de carácter. Muy terminante fue la prohibición impuesta a la madre de Sansón respecto al vino. Cada gota de bebida alcohólica que la madre toma para halagar al paladar compromete la salud física, intelectual y moral 153 de su hijo, y es un pecado positivo contra su Creador (El Ministerio de Curación, págs. 288, 289).

Responsables del bienestar de las generaciones futuras.
Si las mujeres de las generaciones pasadas hubieran sido impulsadas siempre por motivos elevados, teniendo en cuenta que las futuras generaciones serían ennoblecidas o degradadas por su curso de acción, habrían llegado a la firme conclusión de que no unirían los intereses de su vida con hombres que fomentaran apetitos antinaturales por las bebidas alcohólicas y el tabaco, el cual es un lento, pero seguro y mortal veneno que debilita el sistema nervioso y degrada las nobles facultades de la mente. Si los hombres decidían permanecer maniatados por estos hábitos viles, las mujeres deberían haberlos dejado disfrutar de su soltería para que gozaran de esas compañías de su elección. Las mujeres no deberían haberse considerado a sí mismas de tan poco valor como para unir su destino con hombres que no tenían dominio sobre sus apetitos, sino cuya principal felicidad consistía en comer y beber y en halagar sus pasiones animales.
Las mujeres no siempre han seguido los dictados de la razón, sino de sus impulsos. En un alto grado, no han sentido las responsabilidades que descansaban sobre ellas de no formar hogares que estamparían sobre su descendencia un bajo nivel moral y una pasión por satisfacer apetitos degradados a expensas de la salud y aun de la vida. Dios las tendrá por responsables en gran medida por la salud física y el carácter moral así transmitido a las generaciones futuras (How to Live, Nº 2, págs. 27, 28).

El recién nacido.
La súplica del padre y la madre debiera ser que "nos enseñe lo que hayamos de hacer con el niño que ha de nacer" (Juec. 13: 8). Hemos presentado al lector lo que Dios ha dicho concerniente a la conducta de la madre antes del nacimiento de sus hijos. Pero esto no es todo. El ángel Gabriel fue enviado de los atrios celestiales para dar instrucción en cuanto al cuidado de los niños después de su nacimiento, a fin de que los padres comprendiesen plenamente su deber.
Más o menos en tiempo del primer advenimiento de Cristo, el ángel Gabriel visitó a Zacarías con un mensaje similar al que había sido dado a Manoa. Al anciano sacerdote se le dijo que su esposa tendría un hijo, que se llamaría 154 Juan. "Y -dijo el ángel- tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo" (Juan 1: 15). Este niño de la promesa habría de criarse con los hábitos de temperancia más estrictos. Se le iba a confiar una obra importante de reforma que consistiría en preparar el camino para Cristo.
Existía entre el pueblo la intemperancia en todas sus formas. El hábito de beber y comer con lujuria minaba la fuerza física, y degradaba la moral en tal forma que los crímenes más repugnantes que se cometían no parecían pecaminosos. La voz de Juan iba a llegar desde el desierto en son de reprensión por los hábitos pecaminosos de la gente, y sus propios hábitos de abstinencia iban a ser un reproche por los excesos de su tiempo (Consejos sobre el Régimen Alimenticio, págs. 265, 266).

2. La Fuerza de Las Tendencias Heredadas.
Se transmiten apetitos insaciables.
Ambos padres transmiten a sus hijos sus propias características, mentales y físicas, su temperamento y sus apetitos. Con frecuencia, como resultado de la intemperancia de los padres, los hijos carecen de la fuerza física y poder mental y moral. Los que beben alcohol y los que usan tabaco pueden transmitir a sus hijos sus deseos insaciables, su sangre inflamada y sus nervios irritables, y se les transmiten en efecto. Los licenciosos legan a menudo sus deseos pecaminosos, y aun enfermedades repugnantes, como herencia a su prole. Como los hijos tienen menos poder que sus padres para resistir la tentación, hay en cada generación tendencia a rebajarse más y más (Patriarcas y Profetas, pág. 604).

Hasta la tercera y cuarta generación.
Nuestros progenitores nos han transmitido costumbres y apetitos que están llenando el mundo con enfermedad. Los pecados de los padres, por causa del apetito pervertido, han visitado con terrible poder a los hijos hasta la tercera y cuarta generación. La mala alimentación de muchas generaciones, los hábitos de glotonería y de complacencia propia de la gente, están llenando nuestros hospicios, nuestras cárceles y nuestros manicomios. La intemperancia en beber té y café, vino, cerveza, ron y coñac, y el uso de tabaco, opio y otros narcóticos, ha resultado en gran degeneración mental y 155 física, y esta degeneración está aumentando constantemente (Review and Herald, 29-7-1884).

El legado a las generaciones venideras.
Dondequiera que los hábitos de los padres sean contrarios a la ley física, el daño hecho a sí mismos será repetido en las generaciones futuras (Manuscrito 3, 1897).
La raza está gimiendo bajo un peso de dolor acumulado debido a los pecados de generaciones anteriores. Y, sin embargo, con apenas una reflexión o cuidado, hombres y mujeres de la generación presente dan rienda suelta a la intemperancia hasta la saciedad y embriaguez, y con eso dejan, como un legado para la próxima generación, enfermedad, intelectos debilitados y costumbres corrompidas (Testimonies, tomo 4, pág. 31).

Contrarrestando tendencias heredadas.
Los padres pueden haber transmitido a sus hijos tendencias al apetito y la pasión, lo cual hará más difícil la tarea de educar y preparar a estos hijos para que sean estrictamente temperantes y tengan hábitos puros y virtuosos. Si el apetito por alimentos malsanos y por estimulantes y narcóticos les ha sido transmitido a ellos como un legado de sus padres, ¡qué responsabilidad terriblemente solemne descansa sobre los padres para contrarrestar las malas tendencias que les han dado a sus hijos! ¡Cuán fervientemente y diligentemente deberían los padres obrar para cumplir su deber, en fe y esperanza, para con su desdichada prole! (Testimonies, tomo 3, págs. 567, 568).

Hacer frente a la marea del mal.
Muchos sufren las consecuencias de las transgresiones de sus padres. Si bien no son responsables de lo que hicieron éstos, es, sin embargo, su deber averiguar lo que son o no son las violaciones de las leyes de la salud. Deberían evitar los hábitos malos de sus padres, y por medio de una vida correcta ponerse en mejores condiciones (El Ministerio de Curación, pág. 179).

Ahora se requiere mayor poder moral.
Para los hombres de esta generación es mucho mayor que lo que era varias generaciones atrás la necesidad de llamar en su ayuda al poder de la voluntad, fortalecido por la gracia de Dios, a fin de resistir las tentaciones de Satanás y oponerse a la menor complacencia del apetito pervertido. Pero la presente generación tiene menos poder de autocontrol 156 que el que tenían los que vivieron entonces. Aquellos que se entregan a estos estimulantes transmiten sus depravados apetitos y pasiones a sus hijos, y ahora se necesita mayor poder moral para oponerse a la intemperancia en todas sus formas. El único curso perfectamente seguro es mantenerse firme, observando temperancia estricta en todas las cosas, y nunca aventurándose en el camino de peligro (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 37).

3. Formación de Normas de Conducta.
 Comenzad desde la infancia.
Que los padres comiencen una cruzada contra la intemperancia en sus propios hogares, en sus propias familias, en los principios que les enseñan a sus hijos a seguir desde su misma infancia, y pueden esperar el éxito (Testimonies, tomo 3, pág. 567).

Enseñad diligentemente.
Enseñad a vuestros niños desde la cuna a practicar la abnegación y el dominio propio. . . . Inculcad en sus tiernas inteligencias la verdad de que Dios no nos ha creado para que viviéramos meramente para los placeres presentes, sino para nuestro bien final. Enseñadles que el ceder a la tentación es dar prueba de debilidad y perversidad, mientras que el resistir a ella denota nobleza y virilidad. Estas lecciones serán como semilla sembrada en suelo fértil, y darán fruto que llenará de alegría vuestro corazón (El Ministerio de Curación, pág. 300).

La importancia de comenzar precozmente.
No puede darse demasiada importancia a la primera educación de los niños. Las lecciones aprendidas, los hábitos adquiridos durante los años de la infancia y de la niñez, influyen en la formación del carácter y la dirección de la vida mucho más que todas las instrucciones y que toda la educación de los años subsiguientes (El Ministerio de Curación, págs. 293, 294).

Trascendente influencia de los hábitos tempranos.
En gran medida, el carácter se forma en los primeros años. Los hábitos establecidos entonces tienen más influencia en hacer a los hombres gigantes o enanos en intelecto, que cualquier dote natural; pues los mejores talentos pueden, por causa de malos hábitos, llegar a torcerse y debilitarse. Cuanto más temprano en la vida uno contrae hábitos perjudiciales, más firmemente éstos asirán a su víctima en la 157 esclavitud, y más ciertamente rebajarán su norma de espiritualidad (Counsels on Health, págs. 112, 113).

Es difícil desaprender los hábitos establecidos.
Es un asunto muy difícil desaprender los hábitos que han sido complacidos durante la vida. El demonio de la intemperancia es de gigantesca fuerza, y no es fácilmente vencido. . . . Os valdrá la pena, madres, emplear las preciosas horas que os han sido dadas por Dios en formar el carácter de vuestros hijos, y en enseñarles a adherirse estrictamente a los principios de temperancia en el comer y el beber (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 79).

El gusto por el licor creado en edad temprana.
Enseñad a vuestros hijos a aborrecer los estimulantes. Son muchos los que ignorantemente fomentan en ellos el apetito por estas cosas. He visto en Europa a nodrizas poner un vaso de vino o cerveza en los labios de los pequeños inocentes cultivando así en ellos el gusto por los estimulantes. A medida que crecen, aprenden a depender más y más de estas cosas, hasta que poco a poco quedan vencidos, y son arrastrados a la deriva y finalmente ocupan la sepultura de un borracho (Consejos sobre el Régimen Alimenticio, págs. 276, 277).

Los primeros tres años.
Permítase que el egoísmo, la ira y la terquedad sigan su curso durante los primeros tres años de la vida de un niño, y será difícil llevarlo a someterse a disciplina saludable. Su disposición ha llegado a ser descontenta, su deleite es hacer su propia voluntad y el control paterno le resulta desagradable. Estas malas tendencias crecen con el desarrollo del niño, hasta que en la virilidad el egoísmo supremo y una falta de autocontrol lo colocan a la merced de los males que corren a rienda suelta en nuestro país (Health Reformer, abril de 1877).

Grave responsabilidad de los padres.
Cuán difícil es obtener la victoria sobre el apetito una vez que éste se ha establecido. Cuán importante es que los padres críen a sus hijos con gustos puros y apetitos no pervertidos. Los padres deberían recordar siempre que descansa sobre ellos la responsabilidad de instruir a sus hijos en una forma tal que ellos tengan fibra moral para resistir el mal que los rodeará cuando salgan al mundo. 158
Cristo no pidió a su Padre que quitara a sus discípulos del mundo, sino que los guardara del mal en el mundo, que los guardara de ceder a las tentaciones que encontrarían por todos lados. Esta es la oración que padres y madres deberían ofrecer por sus hijos. Pero, ¿pleitearán con Dios y luego dejarán a sus hijos hacer como a ellos les agrada? Dios no puede guardar del mal a los hijos si los padres no cooperan con él. Los padres debieran emprender su obra valientemente y alegremente, llevándola adelante con infatigable esfuerzo (Review and Herald, 9-7-1901).
Aquellos que complacen el apetito de un niño y no le enseñan a controlar sus pasiones, puede que más tarde vean el terrible error que han cometido [cuando contemplen] al esclavo amante del tabaco y bebedor, cuyos sentidos están entorpecidos, y cuyos labios profieren falsedad y blasfemia (Counsels on Health, pág. 114).

Moldeando el carácter para resistir la tentación.
Los primeros pasos en la intemperancia se dan generalmente en la niñez o en la temprana juventud. Se da al niño alimento estimulante, y se despiertan insaciables apetitos antinaturales. Estos depravados apetitos se fomentan a medida que se desarrollan. El gusto continuamente llega a ser más pervertido; se desean estimulantes más fuertes y se gusta de ellos, hasta que pronto el esclavo del apetito desecha todo freno. El mal comenzó precozmente en la vida y podría haber sido evitado por los padres. Presenciamos en nuestro país activos esfuerzos para reprimir la intemperancia, mas se ha encontrado que es un asunto difícil subyugar y encadenar al fuerte y completamente desarrollado león.
Si la mitad de los esfuerzos que se ejercen para detener este mal gigante fuesen dirigidos hacia la instrucción de los padres en cuanto a su responsabilidad en formar los hábitos y caracteres de sus hijos, resultaría un beneficio mil veces mayor que del actual curso de combatir solamente el desarrollado mal. El apetito antinatural por licores espirituosos se origina en el hogar, en muchos casos en las mismas mesas de aquellos que son más entusiastas en principiar las campañas de temperancia. . . .
Los padres no deberían considerar ligeramente la tarea de instruir a sus hijos. Deberían emplear mucho tiempo en 159 el cuidadoso estudio de las leyes que regulan nuestro ser. Su primer objetivo debería ser aprender la manera adecuada de tratar con sus hijos a fin de que puedan asegurarles mentes sanas en cuerpos sanos. Demasiados padres están dominados por la costumbre en vez de estarlo por la razón sólida y las demandas de Dios. Muchos que profesan ser seguidores de Cristo son tristemente negligentes de los deberes del hogar. No advierten la importancia sagrada del depósito que Dios ha colocado en sus manos a fin de que moldeen los caracteres de sus hijos para que éstos tengan fibra moral para resistir las muchas tentaciones que entrampan los pies de la juventud (Signs of the Times, 17-11-1890).

Comenzad con la cuna.
Si los padres hubiesen hecho su deber en poner la mesa con alimento saludable, descartando sustancias irritantes y estimulantes, y al mismo tiempo hubiesen enseñado a sus hijos el dominio propio, y educado sus caracteres para que desarrollen poder moral, no tendríamos ahora que vérnoslas con el león de la intemperancia. Después que los hábitos de complacencia propia han sido formados y han crecido con su desarrollo y se han fortalecido con su poder, cuán difícil es entonces para los que no han sido adecuadamente instruidos en la juventud romper sus malos hábitos y aprender a refrenarse ellos mismos y a refrenar sus apetitos antinaturales. Cuán difícil es enseñar a los tales y hacerles sentir la necesidad de temperancia cristiana cuando alcancen la madurez. Las lecciones de la temperancia deberían comenzar con el niño mecido en la cuna (Review and Herald, 11-5-1876).

El ajuste de cuentas final.
Cuando los padres y los hijos se encuentren en el final ajuste de cuentas, ¡qué escena será presentada! Miles de hijos que han sido esclavos del apetito y el vicio degradante, cuyas vidas son ruinas morales, estarán cara a cara con sus padres, quienes hicieron de ellos lo que son. ¿Quién sino los padres debe cargar esta horrenda responsabilidad? ¿Hizo el Señor corruptos a estos jóvenes? ¡Oh, no! El los hizo a su imagen, un poco menor que los ángeles (Testimonies, tomo 3, pág. 568).

4. Ejemplo Y Conducción Paternales
Responsables por el carácter.
Solamente muy pocos padres comprenden que sus hijos son lo que su ejemplo y 160 disciplina los han hecho, y que ellos son responsables por los caracteres que desarrollan sus hijos (The Health Reformer, diciembre de 1872).
Es obra de las madres ayudar a sus hijos a adquirir hábitos correctos y gustos puros. Eduquen el apetito; enseñen a sus hijos a aborrecer los estimulantes. Críen a los hijos de modo que tengan vigor moral para resistir al mal que los rodea. Enséñenles a no dejarse desviar por nadie, a no ceder a ninguna influencia por fuerte que sea, sino a ejercer ellos mismos influencia sobre los demás para el bien (El Ministerio de Curación, pág. 257).

La madre un ejemplo.
La mujer debe ocupar en la familia una posición más sagrada y elevada que la del rey sobre su trono. Su gran obra es hacer de su vida un ejemplo vivo el cual desearía que sus hijos imiten (Testimonies, tomo 3, pág. 566).

Temperancia en todos los detalles de la vida hogareña.
Los padres deberían conducirse de tal modo que sus vidas sean una lección diaria de control sobre sí mismos y abstención para su casa. . . . Recomendamos con ahínco que los principios de la temperancia sean practicados en todos los detalles de la vida del hogar, que el ejemplo de los padres sea una lección de temperancia (Signs of the Times, 20-4-1882).

Dios completará los esfuerzos de los padres.
Cuando atendáis vuestros deberes como padre o madre, en el poder de Dios, con una firme determinación de nunca mitigar vuestros esfuerzos ni abandonar vuestro puesto del deber, esforzándonos en hacer de vuestros hijos lo que Dios haría de ellos, entonces Dios mirará sobre vosotros con aprobación. El sabe que estáis haciendo lo mejor que podéis, y él aumentará vuestro poder. Dios hará por sí mismo la parte de la obra que la madre o el padre no pueden hacer; él obrará con los esfuerzos sabios, pacientes, bien dirigidos de la madre temerosa de Dios. Padres, Dios no se propone hacer la obra que ha dejado para que vosotros hagáis en vuestro hogar. Si queréis tener a salvo a vuestros hijos de los peligros que los rodean en el mundo, no debéis entregaros a la indolencia y ser siervos perezosos (Review and Herald, 10-7-1888). 161

5. Enseñando Abnegación Y Autocontrol.
Comenzad con la niñez.
La abnegación y el autocontrol deberían ser enseñados a los hijos, e impuestos sobre ellos, hasta donde sea consecuente, desde la niñez. Y en primer lugar es importante que los pequeños sean enseñados que ellos comen para vivir, no viven para comer; que el apetito debe ser mantenido en sujeción a la voluntad, y que la voluntad debe estar gobernada por una razón serena e inteligente (Signs of the Times, 20-4-1882).

Enseñad principios de reforma.
Padres y madres, orad y velad. Guardaos mucho de la intemperancia en cualesquiera de sus formas. Enseñad a vuestros hijos los principios de una verdadera reforma pro salud. Enseñadles lo que deben evitar para conservar la salud. La ira de Dios ha comenzado ya a caer sobre los rebeldes. ¡Cuántos crímenes, cuántos pecados y prácticas inicuas se manifiestan por todas partes! (Joyas de los Testimonios, tomo 3, págs. 360, 361).

Enseñad el verdadero objeto de la vida.
En la Palabra de Dios han sido dadas instrucciones explícitas. Que estos principios sean llevados a efecto por la madre, con la cooperación y el apoyo del padre, y que los hijos sean enseñados desde la infancia a practicar hábitos de autocontrol. Enséñeseles que no es el objeto de la vida complacer los apetitos sensuales, sino honrar a Dios y bendecir a sus prójimos.
Padres y madres, trabajad ferviente y fielmente, contando con Dios por gracia y sabiduría. Sed firmes pero suaves. En todas vuestras órdenes proponeos asegurar el mayor bien para vuestros hijos y ved entonces que estas órdenes sean obedecidas. Vuestra energía y decisión deben ser firmes, sin embargo siempre en sujeción al Espíritu de Cristo. Entonces realmente podemos esperar ver que nuestros hijos sean "como plantas crecidas en su juventud, nuestras hijas como esquinas labradas como las de un palacio" (Signs of the Times, 13-9-1910).

Hay que culpar a los padres si los hijos son bebedores.
Hay un lamento general debido a que la intemperancia prevalece en un grado tan terrible; pero imputamos la causa principal a los padres y las madres que han colocado sobre sus mesas los medios por los cuales los apetitos de sus hijos son acostumbrados por estimulantes excitantes. Ellos mismos han sembrado en sus hijos las semillas de intemperancia, 162 y es culpa suya si sus hijos llegan a ser bebedores (Health Reformer, mayo de 1877).
Muchas veces el alimento es de tal índole que excita un deseo por las bebidas alcohólicas. Se presentan delante de los niños platos elaborados: alimentos condimentados, salsas sabrosas, tortas y pasteles. Estas comidas demasiado condimentadas irritan el estómago y crean un deseo de estimulantes cada vez más fuertes. No sólo se tienta al apetito con alimento inadecuado del cual se permite a los niños que lo consuman en abundancia, sino que se los deja que coman entre horas, y para cuando alcanzan los doce o catorce años de edad son dispépticos confirmados.
Posiblemente habréis visto el grabado que representa el estómago de un aficionado a las bebidas fuertes. Una condición similar se produce bajo la influencia de las especias fuertes. Con el estómago en una condición tal, hay un deseo vehemente de aplacar el apetito, de algo más y más fuerte. El próximo paso será encontrar a los hijos en la calle aprendiendo a fumar (Consejos sobre el Régimen Alimenticio, pág. 277).

El camino a la intemperancia.
El camino a la intemperancia. En su ignorancia o descuido, los padres dan a sus hijos las primeras lecciones en la intemperancia. En la mesa, cargada con condimentos dañinos, alimento muy sazonado y chucherías condimentadas con especias, el niño adquiere un gusto por lo que es perjudicial para él, lo cual tiende a irritar las tiernas capas del estómago, enciende la sangre, y fortalece las pasiones animales. El apetito pronto anhela alguna cosa más fuerte, y se usa tabaco para complacer ese deseo vehemente. Esta indulgencia solamente aumenta el ansia antinatural por estimulantes, se recurre pronto a las bebidas alcohólicas, y la embriaguez viene después. Este es el recorrido de la gran avenida a la intemperancia (Review and Herald, 6-9-1877).

Facultades morales paralizadas.
Mediante el canal del apetito, se encienden las pasiones y las facultades morales se paralizan, de suerte que la instrucción paternal en los principios de moralidad y verdadera bondad recae en el oído sin afectar el corazón. Las más terribles amonestaciones y amenazas de la Palabra de Dios no son suficientemente poderosas para mover el intelecto entorpecido y despertar la conciencia violada. 163
La complacencia del apetito y la pasión afiebra y debilita la mente, e inhabilita para la educación. Nuestra juventud necesita una educación fisiológica tanto como otros conocimientos científicos o literarios. Es importante que ellos comprendan la relación que su comer y beber, y sus hábitos generales, tienen con la salud y la vida. A medida que comprendan su propia constitución, sabrán cómo protegerse contra la debilidad y la enfermedad. Con una constitución sólida hay esperanza de lograr casi cualquier cosa. La benevolencia, el amor y la piedad pueden cultivarse. Una falta de vigor físico se manifestará en las facultades morales debilitadas. El apóstol dice: "No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias" (Health Reformer, diciembre de 1872).

Esto le atañe a uno.
Deberíais estudiar la temperancia en todas las cosas. Deberíais estudiarla en lo que coméis y en lo que bebéis. Y sin embargo decís: "A nadie le importa lo que como, o lo que bebo, o lo que pongo sobre mi mesa". Esto le atañe a uno, a menos que toméis a vuestros hijos y los encerréis, o entren en el desierto donde vosotros no seréis una carga sobre otros, y donde vuestros indóciles y viciosos hijos no corromperán la sociedad en la cual ellos se mezclen (Testimonies, tomo 2, pág. 362).

Enseñad a vuestros hijos independencia moral.
Los padres debieran enseñar a sus hijos a tener independencia moral, no a seguir el impulso y la inclinación, sino a ejercer sus facultades de razonamiento y actuar por principio. Que las madres pregunten, no por la última moda, sino por el camino del deber y la utilidad, y dirijan en esto los pasos de sus hijos. Los hábitos sencillos, la moral pura y una noble independencia en la debida dirección, serán de más valor a la juventud que los dones del genio, las dotes del saber, o el lustre externo que el mundo pueda darles. Enseñad a vuestros hijos a caminar en las sendas de justicia, y ellos a su vez conducirán a otros en el mismo camino. Así podréis ver al final que vuestra vida no ha sido en vano, pues habéis sido instrumentos en traer precioso fruto al granero de Dios (Review and Herald, 6-11-1883).

Estudien los padres las leyes de la vida.
Los padres debieran poner en primer término la comprensión de las leyes de la vida y la salud para que en la preparación del alimento o mediante cualesquiera otros hábitos, no hagan nada que 164 desarrolle malas tendencias en sus hijos. Cuán cuidadosamente debieran las madres estudiar cómo preparar sus mesas con el alimento más sencillo y saludable para que los ¿órganos digestivos no sean debilitados, alteradas las energías nerviosas y la instrucción que debieran dar a sus hijos contrarrestada por el alimento colocado delante de ellos. Este alimento o debilita o fortalece el estómago y tiene mucho que ver en el control de la salud física y moral de los hijos, que son propiedad de Dios adquirida con sangre. ¡Qué sagrado cometido es confiado a los padres al encomendárseles custodiar las constituciones físicas y morales de sus hijos a fin de que el sistema nervioso pueda estar bien equilibrado, y el alma no sea puesta en peligro! (Testimonies, tomo 3, pág. 568).

Los hijos también deben entender fisiología.
Los padres deben procurar despertar en sus hijos interés en el estudio de la fisiología. Desde el mismo amanecer de la razón, la mente humana debería tener entendimiento acerca de la estructura física. Podemos contemplar y admirar la obra de Dios en el mundo natural, pero la habitación humana es la más admirable. Es, por lo tanto, de la mayor importancia que la fisiología ocupe un lugar importante entre los estudios elegidos para los niños. Todos ellos deben estudiarla. Y luego, los padres deben cuidar de que a esto se añada la higiene práctica.
Debe hacerse comprender a los niños que todo órgano del cuerpo y toda facultad de la mente son dones de un Dios bueno y sabio, y que cada uno de ellos debe ser usado para su gloria. Debe insistiese en los debidos hábitos respecto al comer, al beber y al vestir. Los malos hábitos hacen a los jóvenes menos susceptibles a la instrucción bíblica. Los niños deben ser protegidos contra la complacencia del apetito, y especialmente contra el uso de estimulantes y narcóticos (Consejos para los Maestros, págs. 96, 97).

Preparados para hacer frente a la tentación.
Los hijos debieran ser enseñados y educados de modo que puedan calcular encontrarse con dificultades, y contar con tentaciones y peligros. Debieran ser enseñados a tener control sobre sí mismos y a superar noblemente las dificultades; y si ellos no se lanzan al peligro voluntariamente, e innecesariamente se colocan a sí mismos en el camino de la tentación; si evitan las malas influencias y la compañía viciosa, 165 y entonces son inevitablemente obligados a estar en peligrosa compañía, tendrán fuerza de carácter para mantenerse de parte de lo recto y preservar el principio, y saldrán en el poder de Dios con su moral incontaminado. Las facultades morales de los jóvenes que han sido educados correctamente, si ellos hacen de Dios su confianza, serán iguales como para resistir la prueba más poderosa (Health Reformer, diciembre de 1872).
Si los principios correctos en cuanto a la temperancia fueran implantados en la juventud que forma y moldea la sociedad, habría poca necesidad de cruzadas de temperancia. Prevalecerían la firmeza de carácter, el control moral, y en el poder de Jesús serían resistidas las tentaciones de estos últimos días (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 79).

6. La Juventud Y El Futuro
Un índice para el futuro.
Los jóvenes de hoy son un índice seguro para el futuro de la sociedad; y tal como los vemos, ¿qué podemos esperar para ese futuro? La mayoría son aficionados a la diversión y renuentes para trabajar. Carecen de valor moral para negar el yo y responder a las demandas del deber. Tienen solamente poco autocontrol, y llegan a estar excitados y enojados por el motivo más insignificante. Muchísimos en cada edad y etapa de la vida están sin principio o conciencia; y con sus hábitos ociosos y manirrotos están precipitándose en el vicio y corrompiendo la sociedad, hasta que nuestro mundo se convierta en una segunda Sodoma (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 45).

El tiempo para establecer buenos hábitos.
Si en la juventud se forman hábitos correctos y virtuosos, éstos generalmente caracterizarán la conducta del poseedor a través de la vida. En la mayoría de los casos, se encontrará que aquellos que en su vida posterior reverencian a Dios y honran lo recto, aprendieron esa lección antes que el mundo tuviera tiempo de estampar su imagen de pecado sobre el alma. Generalmente, los de edad madura son tan insensibles a las nuevas impresiones como lo es la roca endurecida; pero la juventud es impresionable. La juventud es el tiempo de adquirir conocimiento para practicarlo diariamente durante la vida; es entonces cuando puede formarse fácilmente un 166 carácter recto. Es el tiempo para establecer buenos hábitos, obtener y mantener el poder de autocontrol. La juventud es el tiempo de la siembra, y la semilla sembrada determina la cosecha tanto para esta vida como para la vida venidera (Counsels on Health, pág. 113).

Ser temperante es ser viril.
El único camino en el que cualquiera puede estar protegido contra el poder de la intemperancia, es absteniéndose totalmente de vino, cerveza y bebidas fuertes. Debemos enseñar a nuestros hijos que a fin de ser viriles no deben tocar estas cosas. Dios nos ha mostrado qué constituye la verdadera virilidad. El que venciere será honrado, y su nombre no será borrado del libro de vida (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 37).
En nuestras grandes ciudades hay cantinas a la mano derecha y a la izquierda que tientan a los transeúntes a complacer un apetito el cual, una vez establecido, es sumamente difícil de vencer. Los jóvenes debieran ser enseñados a nunca tocar tabaco o bebida embriagante. El alcohol roba a los hombres su facultad de raciocinio (Review and Herald, 15-6-1905).

Nadab y Abiú habían formado el hábito de beber.
Cualquier cosa que menoscabe la fuerza física, debilita la inteligencia y la hace menos clara para discernir entre el bien y el mal y entre lo justo y lo injusto. Este principio está ilustrado en el caso de Nadab y Abiú. Dios les encomendó la ejecución de la obra más sagrada, permitiéndoles que se acercasen a él en el cumplimiento del servicio que les había señalado; pero ellos tenían la costumbre de tomar vino y emprendieron el servicio sagrado del santuario con la mente confusa. . . . "y salió fuego de delante de Jehová que los quemó, y murieron delante de Jehová" (La Educación Cristiana, pág. 295).

Una advertencia a los padres y los jóvenes.
Padres e hijos debieran ser amonestados por la historia de Nadab y Abiú. La complacencia del apetito pervirtió la facultad de raciocinio, y condujo al quebrantamiento de un mandamiento expreso, lo cual trajo el juicio de Dios sobre ellos. Aun cuando los hijos pueden no haber tenido la debida instrucción, y sus caracteres no hayan sido moldeados apropiadamente, Dios se propone relacionarlos consigo mismo como lo hizo con Nadab y Abiú, si hacen caso de sus mandamientos. 167 Si con fe y valor someten su voluntad en sumisión a la voluntad de Dios, él les enseñará y sus vidas serán como el lirio blanco puro, pleno de fragancia en las aguas estancadas. En el poder de Jesús deben resolverse a controlar la inclinación y la pasión, y ganar victorias sobre las tentaciones de Satanás cada día. Este es el camino que Dios ha señalado para que los hombres sirvan a los elevados propósitos divinos (Signs of the Times, 8-7-1880).

El único digno de honra:
El joven que está determinado a mantener su apetito bajo el control de Dios, y que rechaza la primera tentación a beber licor embriagante diciendo con cortesía pero firmemente: "No, gracias", es el único digno de honra. Que los jóvenes asuman su posición como abstemios totales, aun cuando los hombres que ocupan un elevado sitial en el mundo no tengan el valor moral para tomar osadamente su firme posición contra un hábito que es ruinoso para la salud y la vida (Carta 166, 1903).

La influencia de un joven consagrado.
Un joven que ha sido instruido por la recta enseñanza hogareña llevará sólidas maderas en el edificio de su carácter, y por su ejemplo y vida, si sus facultades son empleadas debidamente, llegará a ser un poder en nuestro mundo para conducir a otros hacia arriba y hacia adelante en el camino de la justicia. La salvación de un alma es la salvación de muchas almas (Review and Herald, 10-7-1888).

Tejiendo una tela de hábitos.
Recordad que estáis diariamente tejiendo para vosotros mismos una tela de hábitos. Si estos hábitos están de acuerdo con la regla bíblica, estáis dando cada día pasos hacia el cielo, creciendo en gracia y el conocimiento de la verdad; y Dios os dará sabiduría como se la dio a Daniel. No elijáis los caminos de complacencia egoísta. Practicad hábitos de estricta temperancia y sed cuidadosos en guardar santamente las leyes que Dios ha establecido para gobernar vuestro ser físico. Dios tiene derechos sobre vuestras facultades Por eso es pecado la negligente desatención a las leyes de la salud. Cuanto mejor observéis las leyes de la salud, más claramente podréis discernir las tentaciones y resistirlas, y más claramente podréis discernir el valor de las cosas eternas (Youth's Instructor, 25-8-1886).

El ejemplo de Daniel.
Ningún joven o señorita podría ser más penosamente tentado que Daniel y sus compañeros. 168 A estos cuatro jóvenes hebreos se les asignó su ración de vino y carne de la mesa del rey. Pero ellos eligieron ser temperantes. Vieron que había peligro por doquiera, y que si ellos habían de resistir la tentación, debían hacer esfuerzos más decididos de su parte, y confiar los resultados a Dios. El joven que desee resistir como Daniel resistió debe ejercer sus facultades espirituales al máximo, cooperando con Dios y confiando totalmente en el poder que Dios ha prometido a todo el que viene a él en humilde obediencia.
Hay una constante guerra que debe reñirse entre la virtud y el vicio. Los elementos discordantes de uno, y los puros principios de la otra, están luchando por la supremacía. Satanás está aproximándose a cada alma con alguna forma de tentación tocante a la complacencia del apetito. La intemperancia es terriblemente prevaleciente. Miremos donde miremos, contemplamos este mal fomentado livianamente.

Rehusar es honroso.
Los seguidores de Jesús nunca serán avergonzados por practicar temperancia en todas las cosas. Entonces, ¿por qué algún joven debería sonrojarse con vergüenza al rehusar la copa de vino o la espumosa jarra de cerveza? Una negativa a complacer el apetito pervertido es un acto honroso. Pecar es indigno de un hombre; dar rienda suelta a hábitos dañinos en el comer y beber es ser débil, cobarde y degradado; pero renunciar al apetito pervertido es ser fuerte, valiente, noble. En la corte de Babilonia, Daniel estaba rodeado por tentaciones a pecar, pero con la ayuda de Cristo mantuvo su integridad. Quien no puede resistir la tentación, cuando toda facilidad para vencer ha sido puesta dentro de su alcance, no es registrado en los libros del cielo como un hombre.
"¡Atreveos a ser como Daniel, atreveos a ser los únicos!" Tened valor para hacer lo recto. Una reserva silenciosa y cobarde ante malos compañeros, mientras dais oído a sus ardides, os hace uno con ellos. "Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas".

Se necesita valor moral.
En todos los tiempos y en todas las circunstancias se requiere valor moral para adherirse a los principios de estricta temperancia. Podemos esperar que por seguir una conducta tal sorprenderemos a 169 quienes no se abstienen totalmente de todos los estimulantes, ¿pero cómo llevaremos adelante la obra de reforma si nos conformamos a los hábitos y las prácticas dañinos de aquellos con quienes nos asociamos? . . . .
En el nombre y por el poder de Jesús cada joven puede vencer al enemigo hoy en la cuestión del apetito pervertido. Mis queridos jóvenes amigos, avanzad paso a paso, hasta que todos vuestros hábitos estén en armonía con las leyes de la vida y la salud. Aquel que venció en el desierto de la tentación declara: "Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono" (The Youth's Instructor, 16-7-1903).

No somos eximidos de la tentación.
Daniel amó, temió y obedeció a Dios. No obstante, él no huyó del mundo para evitar su influencia corruptora. En la providencia de Dios Daniel estaba en el mundo pero no era del mundo. Rodeado con todas las tentaciones y fascinaciones de la vida de la corte, se sostuvo en la integridad de su alma, firme como una roca en su adhesión a los principios. Hizo de Dios su poder y Dios no lo olvidó en su tiempo de mayor necesidad (Testimonies, tomo 4, págs. 569, 570).

El resultado de la fiel instrucción hogareña.
Los padres de Daniel le habían enseñado en su niñez hábitos de estricta temperancia. Le enseñaron que debía ajustarse a las leyes de la naturaleza en todos sus hábitos; que su comida y bebida tenían una influencia directa sobre su naturaleza física, mental y moral, y que era responsable ante Dios por sus aptitudes; pues todas las había recibido como un don de Dios, y no debía empequeñecerlas o mutilarlas por algún curso de acción. Como resultado de esta enseñanza, la ley de Dios era enaltecido en la mente de Daniel, y reverenciada en su corazón. Durante los primeros años de su cautiverio, Daniel pasó a través de una ordalía que tenía como fin familiarizarlo con la magnificencia cortesana, con la hipocresía, y con el paganismo: ¡Una extraña escuela, realmente, para prepararlo para una vida de sobriedad, laboriosidad y fidelidad! Y sin embargo vivió incontaminado por la atmósfera de mal con la cual estaba rodeado.
El caso de Daniel y sus jóvenes compañeros ilustra los beneficios que pueden resultar de una dieta sobria, y muestra lo que Dios hará por aquellos que cooperen con él en la purificación y elevación del alma. Ellos fueron una 170 honra para Dios, y una luz clara y brillante en la corte de Babilonia.

El llamamiento que Dios nos hace.
En esta historia oímos la voz de Dios que se dirige a nosotros individualmente, invitándonos a que juntemos todos los preciosos rayos de luz sobre este tema de la temperancia cristiana, y a que nos coloquemos en la debida relación con las leyes de la salud.
Queremos tener una parte en la herencia eterna. Queremos tener un lugar en la ciudad de Dios, libre de toda impureza. Todo el cielo está observando para ver cómo estamos peleando la batalla contra la tentación. Todos los que profesan el nombre de Cristo anden de tal modo ante el mundo que puedan enseñar por ejemplo así como por precepto los principios de la vida verdadera. "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional" (Christian Temperance and Bible Hygiene, págs. 23, 24).

Los estudiantes deben tener cuidado.
La naturaleza del alimento y la manera en que se come, ejercen una poderosa influencia sobre la salud. Muchos estudiantes no han hecho nunca un esfuerzo resuelto por dominar el apetito, o por observar las debidas reglas de la alimentación. Algunos comen demasiado en las comidas, y otros entre horas, cuandoquiera se presenta la tentación.
La necesidad de tener cuidado en los hábitos de la alimentación, debe ser inculcada en la mente de los alumnos. Se me ha instruido que a los que asisten a nuestras escuelas no se les debe servir alimentos a base de carne y preparaciones de alimentos que se conocen como malsanos. No debe colocarse sobre la mesa cosa alguna que contribuya a alentar un deseo de estimulantes. Apelo a todos para que se nieguen a comer las cosas que perjudican la salud. Así pueden servir al Señor con sacrificio (Consejos para los Maestros, pág. 228).

Haced valer vuestra varonil libertad.
Jóvenes, que pensáis que no podéis comer los alimentos sencillos y nutritivos suministrados en el Health Institute [Instituto de Salud] y que debéis ir al restaurante y conseguir algo para complacer vuestro apetito, es tiempo que os levantéis y afirméis vuestra varonil libertad (Manuscrito 3, 1888). 171

No os metáis en tentación.
¿Dejaréis que el empleo temporal y terrenal os conduzca a la tentación? ¿Dudaréis de vuestro Señor que os ama? ¿Descuidaréis la obra que os ha sido dada, de trabajar para Dios? Estáis asociados con una clase de personas que son mundanas, sensuales, y diabólicas. Habéis respirado malaria moral, y estáis en serio peligro de fracasar donde podríais vencer si os colocarais en la debida relación con Jesús, haciendo de su vida y carácter vuestro criterio. Ahora bien, a fin de huir de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia, debéis ser participantes de la naturaleza divina. Es vuestro deber mantener vuestra alma en la atmósfera del cielo.
No debierais colocaros a vosotros mismos donde seréis corrompidos por un compañerismo disoluto. Como uno que ama vuestra alma yo os suplico que evitéis, tanto como sea posible, la compañía de los libertinos, los licenciosos y los impíos. Orad: "No nos metas en tentación", es decir, "oh Señor, no permitas que seamos vencidos cuando nos asalte la tentación". Velad y orad para que no os metáis en tentación. Hay una diferencia entre ser tentado y meterse en tentación (Carta 8, 1893).

Jesús fue sociable y sobrio.
Jesús reprendió la intemperancia, la complacencia propia y la necedad. Sin embargo, era sociable en su naturaleza. Aceptaba invitaciones a comer con el erudito y noble, así como con el pobre y afligido. En esas ocasiones, su conversación era elevadora e instructiva, y mantenía a sus oyentes extasiados. No daba permiso a escenas de disipación y jarana, pero la felicidad inocente le era placentera. Una boda judía era una ocasión solemne e imponente, el placer y gozo de la cual no desagradaban al Hijo del hombre (Redemption; or the Miracles of Jesus, págs. 13, 14).

Dirigid, pero no reprimáis.
La Palabra de Dios no condena o reprime la actividad del hombre, pero intenta darle una dirección correcta. Mientras el mundo está llenando mente y alma con excitación, el Señor pone la Biblia en sus manos, para que la estudie, aprecie y escuche como una guía para sus pies. La Palabra es su luz (Carta 8, 1893). 172   La Temperancia Con Elena G. de White

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