ABRAHÁN
Volvió a Canaán "riquísimo en ganado, en plata y oro." Lot aún estaba
con él, y de nuevo llegaron a Betel, y establecieron su campamento junto
al altar que habían erigido anteriormente. Pronto comprendieron que las
riquezas acrecentadas aumentaban las dificultades. En medio de las
penurias y las pruebas habían vivido juntos en perfecta armonía, pero en
su prosperidad había peligro de discordias entre ellos. Los pastos no
eran suficientes para el ganado de ambos; y las frecuentes disputas
entre los pastores fueron traídas ante sus amos para que las
resolviesen.
Era
evidente que debían separarse : Abrahán era mayor que Lot, y superior a
él en parentesco, riqueza y posición; no obstante, él fue el primero en
sugerir planes para mantener la paz. A pesar de que Dios mismo le había
dado toda esa tierra, muy cortésmente renunció a su derecho. "No haya
ahora altercado -dijo Abrahán- entre mi y ti, entre mis pastores y los
tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo
te ruego que te apartes de mi. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a
la derecha: y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda." (Gén. 13:1-9.)
Este caso puso de manifiesto el noble y desinteresado espíritu de Abrahán.
¡Cuántos,
en circunstancias semejantes, habrían procurado a toda costa sus
preferencias y derechos personales! ¡Cuántas familias se han
desintegrado por esa razón! ¡Cuántas iglesias se han dividido, dando
lugar a que la causa de la verdad sea objeto de las burlas y el
menosprecio de los impíos!
"No
haya ahora altercado entre mí y ti," dijo Abrahán, "porque somos
hermanos." No sólo lo eran por parentesco natural sino también como
adoradores del verdadero 126 Dios. Los hijos de Dios forman una sola
familia en todo el mundo, y debería guiarlos el mismo espíritu de amor y
concordia. "Amándoos los unos a los otros con caridad fraternal;
previniéndoos con honra los unos a los otros" (Rom. 12: 10), es la
enseñanza de nuestro Salvador.
El
cultivo de una cortesía uniforme, y la voluntad de tratar a otros como
deseamos ser tratados nosotros, eliminaría la mitad de las dificultades
de la vida.
El
espíritu de ensalzamiento propio es el espíritu de Satanás; pero el
corazón que abriga el amor de Cristo poseerá esa caridad que no busca lo
suyo. El tal cumplirá la orden divina: "No mirando cada uno a lo suyo
propio, sino cada cual también a lo de los otros." (Fil. 2: 4.)
Aunque
Lot debía su prosperidad a su relación con Abrahán, no manifestó
gratitud hacia su bienhechor. La cortesía hubiese requerido que él
dejase escoger a Abrahán; pero en vez de hacer eso, trató egoístamente
de apoderarse de las mejores ventajas. "Y alzó Lot sus ojos, y vio toda
la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, . . . como el huerto
de Jehová, como la tierra de Egipto entrando en Zoar."
(Gén. 13:10-13.)
(Gén. 13:10-13.)
La
región más feraz de toda Palestina era el valle del Jordán, que a todos
aquellos que lo veían les recordaba el paraíso perdido, pues igualaba
en hermosura y producción a las llanuras fertilizadas por el Nilo que
hacia tan poco tiempo habían dejado.
También
había ciudades, ricas y hermosas, que invitaban a hacer provechosas
ganancias mediante el intercambio comercial en sus concurridos mercados.
Ofuscado por sus visiones de ganancias materiales, Lot pasó por alto los males morales y espirituales que encontraría allí.
Los
habitantes de la llanura eran "malos y pecadores para con Jehová en
gran manera,' pero Lot ignoraba eso, o si lo sabía, le dio poca
importancia. "Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del
Jordán...... y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma." (Vers. 13, 11.)
¡Cuán mal previó los terribles resultados de esa elección egoísta! 127
Después de separarse de Lot, Abrahán recibió otra vez del Señor la
promesa de que todo el país sería suyo. Poco tiempo después, se mudó a
Hebrón, levantó su tienda bajo el encinar de Mamre y al lado erigió un
altar para el Señor. En esas frescas mesetas, con sus olivares y
viñedos, sus ondulantes campos de trigo y las amplias tierras de
pastoreo circundadas de colinas, habitó Abrahán, satisfecho de su vida
sencilla y patriarcal, dejando a Lot el peligroso lujo del valle de
Sodoma.
Abrahán
fue honrado por los pueblos circunvecinos como un príncipe poderoso y
un caudillo sabio y capaz. No dejó de ejercer su influencia entre sus
vecinos. Su vida y su carácter, en contraste con la vida y el carácter
de los idólatras, ejercían una influencia notable en favor de la
verdadera fe. Su fidelidad hacia Dios fue inquebrantable, en tanto que
su afabilidad y benevolencia inspiraban confianza y amistad, y su
grandeza sin afectación imponía respeto y honra.
No retuvo su religión como un tesoro precioso que debía guardarse celosamente y pertenecer exclusivamente a su poseedor.
La
verdadera religión no puede considerarse así, pues un espíritu tal
sería contrario a los principios del Evangelio. Mientras Cristo more en
el corazón, será imposible esconder la luz de su presencia, u
obscurecerla. Por el contrario, brillará cada vez más a medida que día
tras día las nieblas del egoísmo y del pecado que envuelven el alma sean
disipadas por los brillantes rayos del Sol de justicia. Los hijos de
Dios son sus representantes en la tierra y él quiere que sean luces en
medio de las tinieblas morales de este mundo. Esparcidos por todos los
ámbitos de la tierra, en pueblos, ciudades y aldeas, son testigos de
Dios, los medios por los cuales él ha de comunicar a un mundo incrédulo
el conocimiento de su voluntad y las maravillas de su gracia. El se
propone que todos los que participan de la gran salvación sean sus
misioneros. La piedad de los cristianos constituye la norma mediante la
cual los infieles juzgan al Evangelio. 128 Las pruebas soportadas
pacientemente, las bendiciones recibidas con gratitud, la mansedumbre,
la bondad, la misericordia y el amor manifestados habitualmente, son las
luces que brillan en el carácter ante el mundo, y ponen de manifiesto
el contraste que existe con las tinieblas que proceden del egoísmo del
corazón natural.
Abrahán,
además de ser rico en fe, noble y generoso, inquebrantable en la
obediencia, y humilde en la sencillez de su vida de peregrino, era sabio
en la diplomacia, y valiente y diestro en la guerra. A pesar de ser
conocido como maestro de una nueva religión, tres príncipes, hermanos
entre sí y soberanos de las llanuras de los amorreos donde él vivía, le
demostraron su amistad invitándolo a aliarse con ellos para alcanzar
mayor seguridad; pues el país estaba lleno de violencia y opresión., Muy
pronto se le presentó una oportunidad para valerse de esta alianza.
Chedorlaomer, rey de Elam, había invadido la tierra de Canaán hacía
catorce años, y la había hecho su tributario. Varios de los príncipes se
habían rebelado ahora, y el rey elamita, con cuatro aliados, marchó de
nuevo contra el país con el fin de someterlo. Cinco reyes de Canaán
unieron sus fuerzas, y salieron al encuentro de los invasores en el
valle de Sidim, pero sólo para ser derrotados.
Una
gran parte del ejército fue destruida totalmente, y los que pudieron
escapar huyeron a las montañas en busca de seguridad. Los invasores
victoriosos saquearon las ciudades de la llanura, y se marcharon
llevándose un rico botín y muchos prisioneros, entre los cuales iban Lot
y su familia. Abrahán, que habitaba tranquilamente en el encinar de
Mamre, fue enterado por un fugitivo de lo ocurrido en aquella batalla y
de la desgracia de su sobrino. No había albergado en su corazón
resentimiento por la ingratitud de Lot. Se despertó por él todo su
afecto, y decidió rescatarlo. Buscando ante todo el consejo divino,
Abrahán se preparó para la guerra. En su propio campamento reunió a
trescientos 129 dieciocho de sus siervos adiestrados, hombres educados
en el temor de Dios, en el servicio de su señor y en el uso de las
armas. Sus aliados, Mamre, Escol y Aner, se le unieron con sus grupos, y
juntos salieron en persecución de los invasores.
Los
elamitas y sus aliados habían acampado en Dan, en la frontera
septentrional de Canaán. Envalentonados por su victoria, y sin temer un
asalto de parte de sus enemigos vencidos, se habían entregado por
completo a la orgía. El patriarca dividió sus fuerzas de tal manera que
éstas se aproximaran por distintos puntos, y convergieran en el
campamento enemigo, atacándolo durante la noche. Su ataque, vigoroso e
inesperado, logró una rápida victoria. El rey de Elam fue muerto, y sus
fuerzas, presas de pánico, fueron totalmente derrotadas.
Lot
y su familia, con todos los demás prisioneros y sus bienes, fueron
recuperados, y un rico botín de guerra cayó en poder de los vencedores.
Después de Dios, el triunfo se debió a Abrahán.
El
adorador de Jehová no sólo había prestado un gran servicio al país,
sino que también se había revelado hombre de valor. Se vio que la
justicia no es cobarde, y que la religión de Abrahán le daba valor para
mantener el derecho y defender a los oprimidos.
Su
heroica hazaña le dio amplia influencia entre las tribus circunvecinas.
A su regreso, el rey de Sodoma le salió al encuentro con su séquito
para honrarlo como conquistador. Le pidió que conservase los bienes,
solicitándole sólo la entrega de los prisioneros. Conforme a las leyes
de la guerra, el botín pertenecía a los vencedores; pero Abrahán no
había emprendido esta expedición con el objeto de obtener lucro, y
rehusó aprovecharse de los desdichados; sólo estipuló que sus aliados
recibiesen la porción a que tenían derecho.
Muy
pocos, si fueran sometidos a la misma prueba, se hubiesen mostrado tan
nobles como Abrahán. Pocos hubiesen resistido la tentación de asegurarse
tan rico botín. Su ejemplo es un reproche para los espíritus egoístas y
mercenarios.
Abrahán
tuvo en cuenta las exigencias de la justicia y la 130 humanidad. Su
conducta ilustra la máxima inspirada: "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo."
(Lev. 19:18.)
"He
alzado mi mano -dijo- a Jehová Dios alto, poseedor de los cielos y de
la tierra, que desde un hilo hasta la correa de un calzado, nada tomaré
de todo lo que es tuyo, porque no digas: Yo enriquecí a Abram." (Gén.
14:22, 23.) No quería darles motivo para que creyesen que había
emprendido la guerra con miras de lucro, ni que atribuyeran su
prosperidad a sus regalos o a su favor. Dios había prometido bendecir a
Abrahán, y a él debía adjudicársela la gloria.
Otro
que salió a dar la bienvenida al victorioso patriarca fue Melquisedec,
rey de Salem, quién trajo pan y vino para alimentar al ejército. Como
"sacerdote del Dios alto," bendijo a Abrahán, y dio gracias al Señor,
quien había obrado tan grande liberación por medio de su siervo. Y
"diole Abram los diezmos de todo." (Vers. 20.)
Abrahán
regresó alegremente a su campamento y a sus ganados; pero su espíritu
estaba perturbado por pensamientos que no le abandonaban. Había sido
hombre de paz, y hasta donde había podido, había evitado toda enemistad y
contienda; y con horror recordaba la escena de matanza que había
presenciado. Las naciones cuyas fuerzas había derrotado intentarían sin
duda invadir de nuevo a Canaán, y le harían a él objeto especial de su
venganza. Enredado en esta forma en las discordias nacionales, vería
interrumpirse la apacible quietud de su vida.
Por
otro lado, no había tomado posesión de Canaán, ni podía esperar ya un
heredero en quien la promesa se hubiese de cumplir. En una visión
nocturna, Abrahán oyó otra vez la voz divina: "No temas, Abram - fueron
las palabras del Príncipe de los príncipes; - yo soy tu escudo, y tu
galardón sobremanera grande" (Gén. 15:1)
Pero
tenía el ánimo tan deprimido por los presentimientos que no pudo esta
vez aceptar la promesa con absoluta confianza como lo había hecho antes.
Rogó que se le diera una evidencia tangible de que la promesa 131 sería
cumplida., ¿Cómo iba a cumplirse la promesa del pacto, mientras se le
negaba la dádiva de un hijo? "¿Qué me has de dar - dijo Abrahán, -
siendo así que ando sin hijo? ... Y he aquí que es mi heredero uno
nacido en mi casa." (Vers. 2, 3.) Se proponía adoptar a su fiel siervo
Eliezer como hijo y heredero. Pero se le aseguró que un hijo propio
había de ser su heredero.
Entonces
Dios lo llevó fuera de su tienda, y le dijo que mirara las innumerables
estrellas que brillaban en el firmamento; y mientras lo hacía le fueron
dirigidas las siguientes palabras: "Así será tu simiente." "Y creyó
Abrahán a Dios, y le fue atribuido a justicia." (Vers. 5; Rom. 4:3.) Aun
así el patriarca suplicó que se le diese una señal visible para
confirmar su fe, y como evidencia para las futuras generaciones de que
los bondadosos propósitos que Dios tenían para con ellas se cumplirían.
El
Señor se dignó concertar un pacto con su siervo, empleando las formas
acostumbradas entre los hombres para la ratificación de contratos
solemnes. En conformidad con las indicaciones divinas, Abrahán sacrificó
una novilla, una cabra y un carnero, cada uno de tres años de edad,
dividió cada cuerpo en dos partes y colocó las piezas a poca distancia
la una de la otra. Añadió una tórtola y un palomino, que no fueron
partidos. Hecho esto, Abrahán pasó reverentemente entre las porciones
del sacrificio, haciendo un solemne voto a Dios de obediencia perpetua.
Atenta y constantemente permaneció al lado de los animales partidos,
hasta la puesta del sol, para que no fuesen profanados o devorados por
las aves de rapiña. Al atardecer se durmió profundamente; y "el pavor de
una grande obscuridad cayó sobre él." (Gén. 15:12.) Y oyó la voz de
Dios diciéndole que no esperase la inmediata posesión de la tierra
prometida, y anunciándole los sufrimientos que su posteridad tendría que
soportar antes de tomar posesión de Canaán. Le fue revelado el plan de
redención, en la muerte de Cristo, el gran sacrificio, y su venida en
gloria. También vio Abrahán la, tierra restaurada a su belleza edénica,
que se le daría a él 132 para siempre, como pleno y final cumplimiento
de la promesa. Como garantía de este pacto de Dios con el hombre,
"dejóse ver un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasó entre
los animales divididos," y aquellos símbolos de la presencia divina
consumieron completamente las víctimas.
Y
otra vez oyó Abrahán una voz que confirmaba la dádiva de la tierra de
Canaán a sus descendientes, "desde el río de Egipto hasta el río grande,
el río Éufrates." (Vers. 18.) Cuando hacía casi veinticinco años que
Abrahán estaba en Canaán, el Señor se le apareció y le dijo: "Yo soy el
Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto." (Véase Gén. 17:1-
16.) Con reverencia el patriarca se postró, y el mensaje continuó así:
"Yo, he aquí mi pacto contigo: Serás padre de muchedumbre de gentes."
Como garantía del cumplimiento de este pacto, su nombre, que hasta
entonces era Abram, fue cambiado en "Abrahán," que significa: "padre de
muchedumbre de gentes." El nombre de Sarai se cambió por el de Sara,
"princesa;" pues, dijo la divina voz, "vendrá a ser madre de naciones;
reyes de pueblos serán de ella."
En
ese tiempo el rito de la circuncisión fue dado a Abrahán "por sello de
la justicia de la fe que tuvo en la incircuncisión." (Rom. 4:11.) Este
rito había de ser observado por el patriarca y sus descendientes como
señal de que estaban dedicados al servicio de Dios, y por consiguiente
separados de los idólatras y aceptados por Dios como su tesoro
especial.
Por
este rito se comprometían a cumplir, por su parte, las condiciones del
pacto hecho con Abrahán. No debían contraer matrimonio con los paganos;
pues haciéndolo perderían su reverencia hacia Dios y hacia su santa ley,
serían tentados a participar de las prácticas pecaminosas de otras
naciones, y serían inducidos a la idolatría. Dios confirió un gran honor
a Abrahán.
Los
ángeles del cielo anduvieron y hablaron con él como con un amigo.
Cuando los juicios de Dios estaban por caer sobre Sodoma, 133 este hecho
no le fue ocultado y él se convirtió en intercesor de los pecadores
para con Dios. Su entrevista con los ángeles presenta también un hermoso
ejemplo de hospitalidad. En un caluroso mediodía estival, el patriarca
estaba sentado a la puerta de su tienda, contemplando el tranquilo
panorama, cuando vio a lo lejos a tres viajeros que se aproximaban.
Antes de llegar a su tienda, los forasteros se detuvieron, como para
consultarse respecto al camino que debían seguir. Sin esperar que le
solicitasen favor alguno, Abrahán se levantó rápidamente, y cuando ellos
parecían volverse hacia otra dirección, él se apresuró a acercarse a
ellos, y con la mayor cortesía les pidió que le honrasen deteniéndose en
su casa para descansar. Con sus propias manos les trajo agua para que
se lavasen los pies y se quitasen el polvo del camino. El mismo escogió
los alimentos para los visitantes y mientras descansaban bajo la sombra
refrescante, se sirvió la mesa, y él se mantuvo respetuosamente al lado
de ellos, mientras participaban de su hospitalidad.
Este
acto de cortesía fue considerado por Dios de suficiente importancia
como para registrarlo en su Palabra; y mil años más tarde, un apóstol
inspirado se refirió a él, diciendo: "No olvidéis la hospitalidad,
porque por ésta algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles." (Heb. 13:2.)
Abrahán
no había visto en sus huéspedes más que tres viajeros cansados. No
imaginó que entre ellos había Uno a quien podría adorar sin cometer
pecado. En ese momento le fue revelado el verdadero carácter de los
mensajeros celestiales. Aunque iban en camino como mensajeros de ira, a
Abrahán, el hombre de fe, le hablaron primeramente de bendiciones.
Aunque
Dios es riguroso para notar la iniquidad y castigar la transgresión, no
se complace en la venganza. La obra de la destrucción es una "extraña
obra" (Isa. 28:21) para el que es infinito en amor. "El secreto de
Jehová es para los que le temen." (Sal. 25: 14) Abrahán había honrado a
Dios, y el Señor le honró, 134 haciéndole partícipe de sus consejos, y
revelándole sus propósitos. "¿Encubriré yo a Abrahán lo que voy a
hacer?" dijo el Señor. "El clamor de Sodoma y Gomorra se aumenta más y
más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y
veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y
si no, saberlo he." (Véase Gén. 18:17-33.)
Dios
conocía bien la medida de la culpabilidad de Sodoma; pero se expresó a
la manera de los hombres, para que la justicia de su trato fuese
comprendida. Antes de descargar sus juicios sobre los transgresores,
iría él mismo a examinar su conducta; si no habían traspasado los
límites de la misericordia divina, les concedería todavía más tiempo
para que se arrepintieran.
Dos
de los mensajeros celestiales se marcharon dejando a Abrahán solo con
Aquel a quien reconocía ahora como el Hijo de Dios. Y el hombre de fe
intercedió en favor de los habitantes de Sodoma. Una vez los había
salvado mediante su espada, ahora trató de salvarlos por medio de la
oración. Lot y su familia habitaban aún allí; y el amor desinteresado
que movió a Abrahán a rescatarlo de los elamitas, trató ahora de
salvarlo de la tempestad del juicio divino, si era la voluntad de Dios.
Con profunda reverencia y humildad rogó: "He aquí ahora que he comenzado
a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza." En su súplica no había
confianza en sí mismo, ni jactancia de su propia justicia. No pidió un
favor basado en su obediencia, o en los sacrificios que había hecho en
cumplimiento de la voluntad de Dios. Siendo él mismo pecador, intercedió
en favor de los pecadores. Semejante espíritu deben tener todos los que
se acercan a Dios.
Abrahán
manifestó la confianza de un niño que suplica a un padre a quien ama.
Se aproximó al mensajero celestial, y fervientemente le hizo su
petición. A pesar de que Lot habitaba en Sodoma, no participaba de la
impiedad de sus habitantes. Abrahán pensó que en aquella populosa ciudad
135 debía haber otros adoradores del verdadero Dios. Y tomando en
consideración este hecho, suplicó: "Lejos de ti el hacer tal, que hagas
morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío;
nunca tal hagas. El juez de toda la tierra ¿no ha de hacer lo que es
justo?" (Gén. 18:25.) Abrahán no imploró sólo una vez, sino muchas.
Atreviéndose a más a medida que se le concedía lo pedido, persistió
hasta que obtuvo la seguridad de que aunque hubiese allí sólo diez
personas justas, la ciudad sería perdonada.
El
amor hacia las almas a punto de perecer inspiraba las oraciones de
Abrahán. Aunque detestaba los pecados de aquella ciudad corrompida,
deseaba que los pecadores pudieran salvarse. Su profundo interés por
Sodoma demuestra la ansiedad que debemos experimentar por los impíos.
Debemos sentir odio hacia el pecado, y compasión y amor hacia el
pecador.
Por
todas partes, en derredor nuestro, hay almas que van hacia una ruina
tan desesperada y terrible como la que sobrecogió a Sodoma. Cada día
termina el tiempo de gracia para algunos. Cada hora, algunos pasan más
allá del alcance de la misericordia.
¿Y
dónde están las voces de amonestación y súplica que induzcan a los
pecadores a huir de esta pavorosa condenación? ¿Dónde están las manos
extendidas para sacar a los pecadores de la muerte? ¿Dónde están los que
con humildad y perseverante fe ruegan a Dios por ellos?
El espíritu de Abrahán fue el espíritu de Cristo. El
mismo Hijo de Dios es el gran intercesor en favor del pecador. El que
pagó el precio de su redención conoce el valor del alma humana.
Sintiendo hacia la iniquidad un antagonismo que sólo puede existir en
una naturaleza pura e inmaculada, Cristo manifestó hacia el pecador un
amor que sólo la bondad infinita pudo concebir. En la agonía de la
crucifixión, él mismo, cargado con el espantoso peso de los pecados del
mundo, oró por sus vilipendiadores y asesinos: "Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen." (Luc. 23: 34) 136
De
Abrahán está escrito que "fue llamado amigo de Dios," "padre de todos
los creyentes." (Sant. 2: 23; Rom. 4: 11) El testimonio de Dios acerca
de este fiel patriarca es: "Oyó Abrahán mi voz, y guardó mi precepto,
mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes." Y en otro lugar dice: "Yo
lo he conocido, sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí,
que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que
haga venir Jehová sobre Abrahán lo que ha hablado acerca de él." (Gén.
26:5; 18: 19).
Fue
un gran honor para Abrahán ser el padre del pueblo que durante siglos
fue guardián y preservador de la verdad de Dios para el mundo, de aquel
pueblo por medio del cual todas las naciones de la tierra iban a ser
bendecidas con el advenimiento del Mesías prometido. El que llamó al
patriarca le juzgó digno. Es Dios el que habla. El que entiende los
pensamientos desde antes y desde muy lejos y justiprecia a los hombres,
dice: "Lo he conocido." En lo que tocaba a Abrahán, no traicionaría la
verdad por motivos egoístas.
Guardaría
la ley y se conduciría recta y justamente. Y no sólo temería al Señor,
sino que también cultivaría la religión en su hogar. Instruiría a su
familia en la justicia. La ley de Dios sería la norma de su hogar.
La
familia de Abrahán comprendía más de mil almas. Los que por sus
enseñanzas eran inducidos a adorar al Dios único encontraban un hogar en
su campamento; y allí, como en una escuela, recibían una instrucción
que los preparaba para ser representantes de la verdadera fe. Así que
pesaba sobre Abrahán una gran responsabilidad.
Educaba a los padres de familia, y sus métodos de gobierno eran puestos en práctica en las casas que ellos presidían.
En
la antigüedad el padre era el jefe y el sacerdote de su propia familia,
y ejercía autoridad sobre sus hijos, aun después de que éstos tenían
sus propias familias. Sus descendientes aprendían a considerarle como su
jefe, tanto en los asuntos religiosos como en los seculares.
Abrahán
trató de 137 perpetuar este sistema patriarcal de gobierno, pues tendía
a conservar el conocimiento de Dios. Era necesario vincular a los
miembros de la familia, para construir una barrera contra la idolatría
tan generalizada y arraigada en aquel entonces. Abrahán trataba por
todos los medios a su alcance de evitar que los habitantes de su
campamento se mezclaran con los paganos y presenciaran sus prácticas
idólatras; pues sabía muy bien que la familiaridad con el mal iría
corrompiendo insensiblemente los sanos principios. Ponía el mayor
cuidado en excluir toda forma de religión falsa y en hacer comprender a
los suyos la majestad y gloria del Dios viviente como único objeto del
culto.
Era
sabio arreglo, dispuesto por Dios mismo, el que consistía en aislar a
su pueblo, en lo posible, de toda relación con los paganos, para hacer
de él un pueblo separado, que no se contase entre las naciones.
El
había separado a Abrahán de sus parientes idólatras, para que el
patriarca pudiese adiestrar y educar a su familia alejada de las
influencias seductoras que la hubieran rodeado en Mesopotamia, y para
que la verdadera fe fuese conservada en su pureza por sus descendientes,
de generación en generación.
El
afecto de Abrahán hacia sus hijos y su casa le movió a resguardar su fe
religiosa, y a inculcarles el conocimiento de los estatutos divinos,
como el legado más precioso que pudiera dejarles a ellos y por su medio
al mundo. A todos les enseñó que estaban bajo el gobierno del Dios del
cielo. No debía haber opresión de parte de los padres, ni desobediencia
de parte de los hijos.
La
ley de Dios había designado a cada uno sus obligaciones, y sólo
mediante la obediencia a dicha ley se podía obtener la felicidad y la
prosperidad. Su propio ejemplo, la silenciosa influencia de su vida
cotidiana, era una constante lección. La integridad inalterable, la
benevolencia y la desinteresada cortesía, que le habían granjeado la
admiración de los reyes, se manifestaban en el hogar. Había en esa vida
una fragancia, una nobleza y una 138 dulzura de carácter que revelaban a
todos que Abrahán estaba en relación con el Cielo. No descuidaba
siquiera al más humilde de sus siervos.
En
su casa no había una ley para el amo, y otra para el siervo; no había
un camino real para el rico, y otro para el pobre. Todos eran tratados
con justicia y simpatía, como coherederos de la gracia de la vida. El
"mandará a su casa después de sí."
En
Abrahán no se vería negligencia pecaminosa en lo referente a restringir
las malas inclinaciones de sus hijos, ni tampoco habría favoritismo
imprudente, indulgencia o debilidad; no sacrificaría su convicción del
deber ante las pretensiones de un amor mal entendido.
No
sólo daría Abrahán la instrucción apropiada, sino que mantendría la
autoridad de las leyes justas y rectas. ¡Cuán pocos son los que siguen
este ejemplo actualmente!
Muchos
padres manifiestan un sentimentalismo ciego y egoísta, un mal llamado
amor, que deja a los niños gobernarse por su propia voluntad cuando su
juicio no se ha formado aún y los dominan pasiones indisciplinadas. Esto
es ser cruel hacia la juventud, y cometer un gran mal contra el mundo.
La indulgencia de los padres provoca muchos desórdenes en las familias y
en la sociedad.
Confirma
en los jóvenes el deseo de seguir sus inclinaciones, en lugar de
someterse a los requerimientos divinos. Así crecen con aversión a
cumplir la voluntad de Dios, y transmiten su espíritu irreligioso e
insubordinado a sus hijos y a sus nietos.
Así como Abrahán, los padres deberían "mandar a su casa después de sí."
Enséñese
a los niños a obedecer a la autoridad de sus padres, e impóngase esta
obediencia como primer paso en la obediencia a la autoridad de Dios.
El
poco aprecio en que aun los dirigentes religiosos tienen la ley de Dios
ha producido muchos males. La enseñanza tan generalizada de que los
estatutos divinos ya no están en vigor es, en sus efectos morales sobre
las personas, semejante a la idolatría. Los que procuran disminuir los
requerimientos de la santa ley de Dios están socavando directamente el
fundamento 139 del gobierno de familias y naciones.
Los
padres religiosos que no andan en los estatutos de Dios, no mandan a su
familia que siga el camino del Señor. No hacen de la ley de Dios la
norma de la vida. Los
hijos, al fundar sus propios hogares, no se sienten obligados a enseñar
a sus propios hijos lo que nunca se les enseñó a ellos. Y
éste es el motivo porque hay tantas familias impías; ésta es la razón
porque la depravación se ha arraigado y extendido tanto. Mientras que
los mismos padres no anden conforme a la ley del Señor con corazón
perfecto, no estarán preparados para "mandar a sus hijos después de sí."
Es preciso hacer en este respecto una reforma amplia y profunda.
Los padres deben reformarse.
Los ministros necesitan reformarse;
necesitan
a Dios en sus hogares. Si quieren ver un estado de cosas diferente,
deben dar la Palabra de Dios a sus familias, y deben hacerla su
consejera. Deben enseñar a sus hijos que esta es la voz de Dios a ellos
dirigida y que deben obedecerle implícitamente.
Deben
instruir con paciencia a sus hijos; bondadosa e incesantemente deben
enseñarles a vivir para agradar a Dios. Los hijos de tales familias
estarán preparados para hacer frente a los sofismas de la incredulidad.
Aceptaron
la Biblia como base de su fe, y por consiguiente, tienen un fundamento
que no puede ser barrido por la ola de escepticismo que se avecina.
En
muchos hogares, se descuida la oración. Los padres creen que no
disponen de tiempo para el culto matutino o vespertino. No pueden
invertir unos momentos en dar gracias a Dios por sus abundantes
misericordias, por el bendito sol y las lluvias que hacen florecer la
vegetación, y por el cuidado de los santos ángeles. No tienen tiempo
para orar y pedir la ayuda y la dirección divinas, y la permanente
presencia de Jesús en el hogar. Salen a trabajar como va el buey o el
caballo, sin dedicar un solo pensamiento a Dios o al cielo.
Poseen
almas tan preciosas que para que no sucumbieran en la perdición eterna,
el Hijo de Dios dio su vida por su 140 rescate; sin embargo, aprecian
las grandes bondades del Señor muy poco más que las bestias que
perecen.
Como
los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a Dios deberían
erigir un altar al Señor dondequiera que se establezcan. Si alguna vez
hubo un tiempo cuando todo hogar debería ser una casa de oración, es
ahora.
Los
padres y las madres deberían elevar sus corazones a menudo hacia Dios
para suplicar humildemente por ellos mismos y por sus hijos. Que el
padre, como sacerdote de la familia, ponga sobre el altar de Dios el
sacrificio de la mañana y de la noche, mientras la esposa y los niños se
le unen en oración y alabanza. Jesús se complace en morar en un hogar
tal. De todo hogar cristiano debería irradiar una santa luz.
El
amor debe expresarse en hechos. Debe manifestarse en todas las
relaciones del hogar y revelarse en una amabilidad atenta, en una suave y
desinteresada cortesía.
Hay
hogares donde se pone en práctica este principio, hogares donde se
adora a Dios, y donde reina el amor verdadero. De estos hogares, de
mañana y de noche, la oración asciende hacia Dios como un dulce
incienso, y las misericordias y las bendiciones de Dios descienden sobre
los suplicantes como el rocío de la mañana.
Un
hogar piadoso bien dirigido constituye un argumento poderoso en favor
de la religión cristiana, un argumento que el incrédulo no puede negar.
Todos pueden ver que una influencia obra en la familia y afecta a los
hijos y que el Dios de Abrahán está con ellos.
Si
los hogares de los profesos cristianos tuviesen el debido molde
religioso, ejercerían una gran influencia en favor del bien. Serían,
ciertamente, "la luz del mundo." El Dios del cielo habla a todo padre
fiel por medio de las palabras dirigidas a Abrahán: "Porque yo lo he
conocido, sé que mandará a sus hijos, y a su casa después de sí, que
guarden el camino de Jehová, haciendo justicia, y juicio, para que haga
venir Jehová sobre Abrahán lo que ha hablado acerca de él.141
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