AL
PROCLAMAR las verdades del Evangelio eterno a toda nación, tribu,
lengua y pueblo, la iglesia de Dios en la tierra está cumpliendo hoy la
antigua profecía: "Florecerá y echará renuevos Israel, y la haz del mundo se henchirá de fruto."(Isa. 27:6). Los que siguen a Jesús,
en cooperación con los seres celestiales, están ocupando rápidamente
los lugares desiertos de la tierra; y como resultado de sus labores
obtienen una abundante mies de preciosas almas. Hoy, como nunca antes, la diseminación de la verdad bíblica por medio de una iglesia consagrada ofrece a los hijos de los hombres los beneficios predichos siglos ha en la promesa hecha a Abrahán y a todo Israel, a la iglesia de Dios en la tierra en toda época: "Bendecirte he, ... y serás bendición."(Gén. 12:2).
Esta promesa de bendición
debiera haberse cumplido en gran medida durante los siglos que
siguieron al regreso de los israelitas de las tierras de su cautiverio. Dios quería
que toda la tierra fuese preparada para el primer advenimiento de
Cristo, así como hoy se está preparando el terreno para su segunda
venida. Al fin de los años de aquel humillante destierro, Dios aseguró misericordiosamente a su pueblo Israel, mediante Zacarías:
"Yo he restituído a Sión, y moraré en medio de Jerusalem: y Jerusalem
se llamará Ciudad de Verdad, y el monte de Jehová de los ejércitos,
Monte de Santidad." Y acerca de su pueblo dijo: "He aquí, ... yo seré a ellos por Dios con verdad y con justicia." (Zac. 8:3,7,8).
Estas promesas
les eran hechas a condición de que obedecieran. No debían repetirse los
pecados que habían caracterizado a los israelitas antes del cautiverio.
El Señor exhortó a los 520 que estaban reedificando: "Juzgad
juicio verdadero, y haced misericordia y piedad cada cual con su
hermano: no agraviéis a la viuda, ni al huérfano, ni al extranjero, ni
al pobre; ni ninguno piense mal en su corazón contra su hermano."
"Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad en vuestras puertas
verdad y juicio de paz."(Zac. 7:9,10;8:16). Ricas eran las recompensas, tanto temporales como espirituales, que se prometían a quienes pusieran en práctica estos principios de justicia. El Señor declaró:
"Habrá simiente de paz; la vid dará su fruto, y dará su producto la
tierra, y los cielos darán su rocío; y haré que el resto de este pueblo
posea todo esto. Y será que como fuisteis maldición entre las gentes, oh casa de Judá y casa de Israel, así os salvaré, y seréis bendición." (Zac. 8:12,13).
Mediante el cautiverio babilónico los israelitas quedaron eficazmente curados del culto a las imágenes talladas.
Después de su regreso, dedicaron mucha atención a la instrucción
religiosa y al estudio de lo que había sido escrito en el libro de la
ley y en los profetas concerniente al culto del Dios verdadero.
La reconstrucción del templo les permitió seguir con todos los servicios rituales del santuario. Bajo la dirección de Zorobabel, Esdras y Nehemías, se comprometieron repetidas veces a cumplir todos los mandamientos y estatutos de Jehová. Los tiempos de prosperidad que siguieron evidenciaron ampliamente cuán dispuesto estaba Dios a aceptarlos y perdonarlos; y sin embargo, con miopía fatal, se desviaron vez tras vez de su glorioso destino, y guardaron egoístamente para sí lo que habría impartido sanidad y vida espiritual a incontables multitudes.
Este incumplimiento
del propósito divino era muy aparente en días de Malaquías. El
mensajero del Señor reprendió severamente los males que privaban a
Israel de prosperidad temporal y de poder espiritual. En esta reprensión
de los transgresores, el profeta no perdonó a los sacerdotes ni al
pueblo. La "carga de la palabra de Jehová contra Israel, por 521 mano de Malaquías" era que las lecciones pasadas no se olvidasen, y que el pacto hecho por Jehová con la casa de Israel se cumpliese con fidelidad. La bendición
de Dios podía obtenerse tan sólo por un arrepentimiento de todo
corazón. Instaba el profeta: "Ahora pues, orad a la faz de Dios que
tenga piedad de nosotros."(Mal. 1:1,9).
Sin embargo, ningún fracaso temporal de Israel había de frustrar el plan milenario para redimir a la humanidad. Tal
vez aquellos a quienes el profeta hablaba no escucharían el mensaje
dado; pero los propósitos de Jehová se cumplirían a pesar de ello. El Señor declaró por su mensajero: "Desde
donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las
gentes; y en todo lugar se ofrece a mi nombre perfume, y presente
limpio; porque grande es mi nombre entre las gentes."(Vers 11)
El pacto "de vida y de paz"
que Dios había hecho con los hijos de Leví, el pacto que habría traído
indecibles bendiciones si se lo hubiese cumplido, el Señor ofreció
renovarlo con los que habían sido una vez caudillos espirituales, pero
que por la transgresión se habían tornado "viles y bajos a todo el
pueblo."(Mal. 2:5,9).
Solemnemente los que obraban mal
fueron avisados de que vendría el día del juicio y que Jehová se
proponía castigar a todo transgresor con una presta destrucción. No
obstante, nadie era dejado sin esperanza; las profecías de juicio que
emitía Malaquías iban acompañadas de invitaciones a los impenitentes
para que hicieran la paz con Dios. El Señor los instaba así: "Tornaos a mí, y yo me tornaré a vosotros." (Mal. 3:7).
Parecería que todo corazón debiera responder a una invitación tal.
El Dios del cielo ruega a sus hijos errantes que vuelvan a él, a fin de
poder cooperar de nuevo con él para llevar adelante su obra en la
tierra.
El Señor extiende su mano para tomar la de Israel, a fin de
ayudarle a regresar a la senda estrecha de la abnegación y a compartir
con él la herencia 522 como hijos de Dios. ¿Escucharán la súplica? ¿Discernirán su única esperanza?
¡Cuán triste es el relato de que en tiempos de Malaquías los israelitas
titubeaban en entregar sus orgullosos corazones en una obediencia
presta y amante para una cooperación cordial! En su respuesta se nota el
esfuerzo por justificarse: "¿En qué hemos de tornar?"(Mal. 3:7).
El Señor revela a su pueblo uno de sus pecados especiales. Pregunta:
"¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado."(Mal. 3:8).
No reconociendo todavía su pecado, los desobedientes preguntan:
"¿En qué te hemos robado?"(Mal. 3:8).
La respuesta del Señor es definida: "Los diezmos y las primicias. Malditos sois con maldición,
porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los
diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto,
dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los
cielos, y vaciaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.
Increparé también por vosotros al devorador, y no os corromperá el fruto
de la tierra; ni vuestra vid en el campo abortará, dice Jehová de los
ejércitos. Y todas las gentes os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos."(Mal. 3:9-12).
Dios bendice el trabajo de las manos de los hombres, para que ellos le devuelvan la porción que le pertenece.
Les da el sol y la lluvia; hace florecer la vegetación; les da salud y capacidad para adquirir recursos.
Toda bendición proviene de su mano bondadosa, y él desea que hombres y mujeres manifiesten su gratitud devolviéndole una porción en diezmos y ofrendas, ofrendas de agradecimiento, de buena voluntad y pacíficas.
Han de consagrar sus recursos al servicio de él, para que su viña no permanezca árida.
Deben estudiar lo que el Señor haría si estuviese en su lugar. Deben llevarle en oración todos los asuntos difíciles. Han de revelar un interés altruista en el fortalecimiento de su obra en todas partes del mundo.
Mediante mensajes como los dados por Malaquías,
el último 523 profeta del Antiguo Testamento, así como mediante la
opresión impuesta por los enemigos paganos, los israelitas aprendieron
finalmente la lección de que la verdadera prosperidad depende de la
obediencia a la ley de Dios. Pero en el caso de muchos de entre el
pueblo, la
obediencia no era fruto de la fe ni del amor. Sus motivos eran
egoístas. Prestaban un servicio exterior para alcanzar grandeza
nacional.
El pueblo escogido no llegó a ser la luz del mundo, sino que se encerró en sí mismo y se aisló del mundo para salvaguardarse de ser seducido por la idolatría. Las restricciones
que Dios había dictado para prohibir los casamientos mixtos entre su
pueblo y los paganos, y para impedir que Israel participase en las
prácticas idólatras de las naciones circundantes, se pervirtieron al
punto de constituir un muro de separación entre los israelitas y todos
los demás pueblos, para privar a esos pueblos de las bendiciones que
Dios había ordenado
a Israel comunicar al mundo.
Al mismo tiempo, por sus pecados los judíos se estaban separando ellos mismos de Dios. Eran incapaces de discernir el profundo significado espiritual de su servicio simbólico. Dominados
por un sentimiento de justicia propia, confiaban en sus propias obras,
en los sacrificios y los ritos mismos, en vez de los méritos de Aquel a
quien señalaban todas esas cosas.
De este modo, "ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia"(Rom. 10:3), se encerraron en un formalismo egoísta. Careciendo del Espíritu y de la gracia de Dios, procuraron suplir esta falta mediante una rigurosa observancia de las ceremonias y los ritos religiosos. Sin conformarse con los ritos que Dios mismo había ordenado, agravaron los mandamientos divinos con innumerables exacciones propias. Cuanto más se alejaban de Dios, más rigurosos se volvían en la observancia de esas formas. Con todas estas minuciosas y gravosas exacciones, resultaba en la práctica imposible que el pueblo guardase la ley.
Los
grandes principios de justicia presentados en el Decálogo y las
gloriosas verdades reveladas en el servicio simbólico se 524 obscurecían
por igual, sepultados bajo una masa de tradiciones y estatutos humanos. Los que deseaban realmente servir a Dios y procuraban observar toda la ley según lo ordenado por los sacerdotes y príncipes, gemían bajo una carga pesadísima.
Como nación, el pueblo de Israel,
aunque deseaba el advenimiento del Mesías, estaba tan separado de Dios
en su corazón y en su vida que no podía tener un concepto correcto del
carácter ni de la misión del Redentor prometido.
En vez de desear la redención del pecado,
así como la gloria y la paz de la santidad, su corazón anhelaba obtener
liberación de sus enemigos nacionales y recobrar el poder mundanal. Esperaba al Mesías como conquistador que quebrase todo yugo y exaltase a Israel para que dominase todas las naciones.
Así había logrado Satanás preparar el corazón del pueblo para que rechazase al Salvador cuando apareciera. El orgullo que había en el corazón de ese pueblo y sus falsos conceptos acerca del carácter
y la misión del Mesías les impedirían pesar con sinceridad las evidencias de su carácter de tal.
Durante más de mil años el pueblo judío había aguardado la venida del Salvador prometido.
Sus esperanzas más halagüeñas se habían basado en ese acontecimiento.
Durante mil años, en cantos y profecías, en los ritos del templo y en
las oraciones familiares, se había reverenciado su nombre; y sin embargo
cuando vino, no le reconocieron como el Mesías a quien tanto habían
esperado. "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron." (Juan 1:11).
Para sus corazones amantes del mundo,el Amado del cielo fue "como raíz de tierra seca." A sus ojos no hubo "parecer en él, ni hermosura;" no discernieron en él; belleza que se lo hiciese desear. (Isa. 53:2).
Toda la vida de Jesús de Nazaret entre el pueblo judío fue
un reproche para el egoísmo que este pueblo reveló al no querer
reconocer los justos derechos del Dueño de la viña que se les había dado
a cultivar. Odiaron su ejemplo de veracidad y piedad; y cuando llegó la
prueba final, que significaba obedecer 525 para tener la vida eterna o
desobedecer y merecer la muerte eterna, rechazaron al Santo de Israel y
se hicieron responsables de su crucifixión en el Calvario.
En
la parábola de la viña que dio hacia el final de su ministerio en esta
tierra, Cristo llamó la atención de los maestros judíos a las ricas
bendiciones concedidas a Israel, y les mostró en ellas el derecho que
Dios tenía a que le obedeciesen. Les presentó claramente la gloria del
propósito de Dios, que ellos podrían haber cumplido por su obediencia.
Descorriendo el velo que ocultaba lo futuro, reveló cómo, al no cumplir ese propósito, toda la nación perdía su bendición y se acarreaba la ruina.
Dijo Cristo: "Fue
un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña; y la cercó de
vallado, y cavó en ella un lagar, y edificó una torre, y la dio a renta a
labradores, y se partió lejos."(Mat. 21:33).
El Salvador se refería a "la viña de Jehová de los ejércitos," que siglos antes el profeta Isaías había declarado era "la casa de Israel." (Isa. 5:7).
"Y cuando se acercó el tiempo de los frutos -continuó diciendo Cristo, el dueño de la viña,- envió sus siervos a los labradores,
para que recibiesen sus frutos. Mas los labradores, tomando a los
siervos, al uno hirieron, y al otro mataron, y al otro apedrearon. Envió
de nuevo otros siervos, más que los primeros; e hicieron con ellos de
la misma manera. Y a la postre les envió su hijo, diciendo: Tendrán
respeto a mi hijo. Mas los labradores, viendo al hijo, dijeron entre sí:
Este es el heredero; venid, matémosle, y tomemos su heredad. Y tomado,
le echaron fuera de la viña, y le mataron."(Mat. 21:34-39).
Habiendo descrito ante los sacerdotes el acto culminante de su maldad, Cristo les preguntó: "Cuando viniere el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?"(Mat. 21:40). Los sacerdotes habían estado siguiendo la narración con profundo interés; y sin considerar la relación que con ellos tenía el asunto, se unieron al pueblo para contestar: "A
los malos destruirá miserablemente, 526 y su viña dará a renta a otros
labradores, que le paguen el fruto a sus tiempos."(Mat. 21:41).
Sin darse cuenta de ello, habían pronunciado su propia condenación. Jesús los miró,
y bajo esa mirada escrutadora comprendieron que leía los secretos de su
corazón. Su divinidad fulguró delante de ellos con poder inconfundible.
Se vieron retratados en los labradores, e involuntariamente exclamaron:
¡No lo permita Dios!
Con solemnidad y pesar, Cristo preguntó:
"¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los que
edificaban, ésta fue hecha por cabeza de esquina: por el Señor es hecho
esto,
y es cosa maravillosa en nuestros ojos?
Por tanto os digo,
que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que
haga los frutos de él. Y el que cayere sobre esta piedra, será
quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará."(Mat. 21:34-44).
Si el pueblo le hubiese recibido, Cristo habría evitado a la nación judía su condenación.
Pero la envidia y los celos la hicieron implacable. Sus hijos resolvieron que no recibirían a Jesús de Nazaret como el Mesías.
Rechazaron la Luz del mundo y desde ese momento su vida quedó rodeada de tinieblas como de medianoche. La suerte predicha cayó sobre la nación judía. Sus propias fieras pasiones, irrefrenadas, obraron su ruina. En su ira ciega se destruyeron unos a otros.
Su orgullo rebelde y obstinado atrajo sobre ellos la ira de sus conquistadores romanos. Jerusalén fue destruída, el templo reducido a ruinas, y su sitio arado como un campo. Los hijos de Judá perecieron de las maneras más horribles. Millones fueron vendidos para servir como esclavos en tierras paganas.
Lo que Dios quiso hacer en favor del mundo por Israel, la
nación escogida, lo realizará finalmente mediante su iglesia que está
en la tierra hoy. Ya dio "su viña . . . a renta a otros labradores," a
saber a su pueblo guardador del pacto, que le dará fielmente "el fruto a
sus tiempos." Nunca ha carecido el Señor en esta tierra de
representantes fieles, que consideraron 527 como suyos los intereses de
él. Estos testigos de Dios se cuentan entre el Israel espiritual, y se
cumplirán en su favor todas las promesas del pacto que hizo Jehová con
su pueblo en la antigüedad.
HOY la iglesia de Dios tiene libertad para llevar a cabo el plan divino para la salvación de la humanidad perdida. Durante muchos siglos el pueblo de Dios sufrió la restricción de sus libertades. Se prohibía
predicar el Evangelio en su pureza, y se imponían las penas más severas
a quienes osaran desobedecer los mandatos de los hombres.
En consecuencia, la gran viña moral del Señor quedó casi completamente desocupada. El pueblo se veía privado de la luz que dimana de la Palabra de Dios. Las tinieblas del error y de la superstición amenazaban con borrar todo conocimiento de la verdadera religión. La iglesia de Dios en la tierra se hallaba tan ciertamente en cautiverio durante ese largo plazo de implacable persecución, como estuvieron los hijos de Israel cautivos en Babilonia durante el destierro.
Pero, gracias a Dios, su
iglesia no está ya en servidumbre. Al Israel espiritual han sido
devueltos los privilegios que fueron concedidos al pueblo de Dios cuando
se le libertó de Babilonia. En todas partes de la tierra, hombres y
mujeres están respondiendo al mensaje enviado por el Cielo, acerca del
cual Juan el revelador profetizó que sería proclamado antes del segundo
advenimiento de Cristo: "Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida." (Apoc. 14:7).
Las huestes del mal no
tienen ya poder para mantener cautiva a la iglesia, porque "ha caído,
ha caído Babilonia, aquella grande ciudad," que "ha dado a beber a todas
las naciones del vino del furor de su fornicación;" y al Israel
espiritual se da este mensaje: "Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas."(Apoc. 14:8; 18:4).
Así como los cautivos desterrados escucharon el mensaje: "Huid de en medio de Babilonia"
(Jer. 51:6), y fueron devueltos a la tierra prometida, los 528 que hoy
temen a Dios prestan atención a la orden de retirarse de la Babilonia
espiritual, y pronto se destacarán como trofeos de la gracia divina en la tierra hecha nueva, la Canaán celestial.
En los días de Malaquías,
los impenitentes preguntaban en son de burla: "¿Dónde está el Dios de
juicio?" Y recibieron la solemne respuesta: "Luego vendrá a su templo el
Señor, . . . el ángel del pacto. . . . ¿Y quién podrá sufrir el tiempo
de su venida? o ¿quién podrá estar cuando él se mostrará? Porque él es
como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y sentarse ha para
afinar y limpiar la plata: porque limpiará los hijos de Leví, los
afinará como a oro y como a plata; y ofrecerán a Jehová ofrenda con
justicia. Y será suave a Jehová la ofrenda de Judá y de Jerusalem, como
en los días pasados, y como en los años antiguos."(Mal. 2:17; 3:1-4).
Cuando estaba por aparecer el Mesías prometido, éste fue el mensaje del precursor de Cristo:
Arrepentíos, publicanos y pecadores; arrepentíos, fariseos y saduceos, "que el reino de los cielos se ha acercado." (Mat. 3:2).
Hoy, en el espíritu y poder de Elías y de Juan el Bautista,
los mensajeros enviados por Dios recuerdan a un mundo destinado al
juicio los acontecimientos solemnes que pronto han de suceder en
relación con las horas finales del tiempo de gracia y la aparición de
Cristo Jesús como Rey de reyes y Señor de señores.
Pronto será juzgado cada uno por lo que haya hecho por medio del cuerpo. La hora del juicio ha llegado,
y a los miembros de su iglesia en la tierra incumbe la solemne
responsabilidad de dar aviso a los que están, por así decirlo, en la
misma margen de la ruina eterna.
A todo ser humano que quiera escuchar en este vasto mundo,
deben presentarse claramente los principios que están en juego en la
gran controversia que se desarrolla, pues de ellos dependen los destinos
de toda la humanidad.
En estas horas finales del tiempo de gracia concedido a los hijos de los hombres, cuando
falta tan poco para que la suerte de cada alma sea decidida para
siempre, el Señor del cielo y de 529 la tierra espera que su iglesia se
levante a obrar como nunca antes. Los que han sido libertados en
Cristo por un conocimiento de la verdad preciosa son considerados por el
Señor Jesús como sus escogidos, favorecidos por sobre todos los demás
en la tierra; y él espera de ellos que manifiesten las alabanzas de
Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Las bendiciones
tan liberalmente concedidas deben ser comunicadas a otros.
La buena nueva de la salvación debe ir a toda nación, tribu, lengua y pueblo.
EN LAS VISIONES de los profetas antiguos se representaba al Señor de gloria
como otorgando luz especial a su iglesia en los días de tinieblas e
incredulidad que preceden a su segunda venida. Como Sol de Justicia, iba
a levantarse sobre su iglesia, para traer "salud" "en sus alas." (Mal. 4:2). Y de todo verdadero discípulo debe irradiar una influencia que difunda vida, valor, auxilio y verdadera sanidad.
La venida de Cristo se producirá en el momento más obscuro de la historia de esta tierra.
Los días de Noé y de Lot representan la condición del mundo precisamente antes que venga el Hijo del hombre. Apuntando hacia este tiempo, las Escrituras declaran que Satanás obrará con potencia y "con todo engaño de iniquidad." (2Tes. 2:9,10).
Su Obra queda claramente revelada por el aumento acelerado de las tinieblas, los múltiples errores, herejías y engaños de estos postreros días. No sólo está Satanás llevando cautivo al mundo, sino que sus seducciones están leudando a las iglesias que profesan ser de nuestro Señor Jesucristo.
La gran apostasía se
desarrollará en tinieblas tan densas como las de medianoche. Para el
pueblo de Dios, será una noche de prueba, de llanto y de persecución por
causa de la verdad. Pero de esa noche de tinieblas resplandecerá la luz
de Dios.
El
"mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz." (2 Cor. 4:6).
Cuando "la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban
sobre la haz del abismo, . . . el Espíritu de Dios se movía sobre la haz
de las aguas. Y dijo Dios: Sea la 530 luz: y fue la luz."(Gén. 1:2, 3). Así también en la noche de tinieblas espirituales dice Dios:
"Sea la luz." Ordena a su pueblo: "Levántate, resplandece; que ha
venido tu lumbre,
y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti."(Isa.
60:1).
Dice la Escritura:
"He aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad los pueblos: mas
sobre ti nacerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria."(Vers. 2.) Cristo, manifestación de la gloria del Padre, vino al mundo para ser su luz. Vino para representar a Dios ante los hombres, y de él fue escrito que "le ungió Dios de Espíritu Santo y de potencia" y "anduvo haciendo bienes." (Hech. 10:38).
En la sinagoga de Nazaret dijo:
"El Espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar
buenas nuevas a los pobres: me ha enviado para sanar a los quebrantados
de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista;
para poner en libertad a los quebrantados: para predicar el año
agradable del Señor." (Luc. 4:18, 19). Tal era la obra que encargó a sus discípulos que hiciesen.
Les dijo: "Vosotros sois la luz del mundo....
Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."
(Mat. 5:14,16).
Esta es la obra que el profeta Isaías describe cuando dice:
"¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes
metas en casa; que cuando vieres al desnudo, lo cubras, y no te escondas
de tu carne?
Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se dejará ver presto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia." (Isa. 58:7, 8). Así, en la noche de tinieblas espirituales, la gloria de Dios debe resplandecer mediante la obra que hace su iglesia al levantar al abatido y al consolar a los que lloran.
En todo nuestro derredor se oye el llanto de un mundo afligido. Por todos lados hay menesterosos y angustiados. Nos incumbe aliviar y suavizar las asperezas y miserias de la vida. Sólo el amor de Cristo puede satisfacer las necesidades del 531 alma. Si Cristo mora en nosotros, nuestro corazón rebosará de simpatía divina. Se abrirán los manantiales sellados de un amor ferviente como el de Cristo.
SON Muchos los que han quedado sin esperanza. Devolvámosles la alegría.
Muchos se han desanimado. Dirijámosles palabras de aliento. Oremos por ellos.
Hay quienes necesitan el pan de vida. Leámosles la Palabra de Dios.
Muchos tienen el alma aquejada por una enfermedad que ningún bálsamo ni médico puede curar.
Roguemos por estas almas. Llevémoslas a Jesús. Digámosles que en Galaad hay bálsamo y Médico.
La luz es una bendición universal que derrama sus tesoros sobre un mundo ingrato, profano y desmoralizado.
Lo mismo hace la luz del Sol de Justicia. Toda la tierra, que está rodeada por las tinieblas del pecado, de la tristeza y del dolor, debe ser iluminada por el conocimiento del amor de Dios. Ninguna secta, categoría ni clase de personas debe ser excluída de la luz que resplandece del trono celestial.
El Mensaje de esperanza y misericordia debe ser proclamado hasta los últimos confines de la tierra.
Todo aquel que quiera puede extender la mano, asirse de la fortaleza de Dios, reconciliarse con él y obtener paz.
Ya no deben quedar los paganos envueltos en obscuridad de medianoche.
La lobreguez debe desaparecer ante los brillantes rayos del Sol de Justicia.
Cristo ha tomado toda medida necesaria para que su iglesia sea un cuerpo transformado, iluminado por la Luz del mundo, en posesión de la gloria de Emmanuel. El se propone que todo cristiano esté rodeado de una atmósfera espiritual de luz y de paz. Desea que revelemos su gozo en nuestra vida."Levántate, resplandece; que ha venido tu lumbre, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti."(Isa. 60:1).
Cristo viene con poder y grande gloria. Viene con su propia gloria, y con la del Padre. Y le acompañarán los santos ángeles. Mientras todo el mundo esté sumido en tinieblas, habrá luz en toda morada de los santos. Percibirán la primera vislumbre de su segunda aparición. Una luz sin sombra brillará de su 532 resplandor, y Cristo el Redentor será admirado por todos los que le sirvieron.
Mientras huyan los impíos, los que siguieron a Cristo se regocijarán en su presencia.
Entonces los redimidos de entre los hombres recibirán la herencia que se les prometió.
Así obtendrá un cumplimiento literal el propósito de Dios para con Israel. El hombre no puede impedir que se cumpla la voluntad de Dios.
Aun en medio de las manifestaciones del mal, los propósitos de Dios han estado avanzando constantemente hacia su realización.
Así sucedió con la casa de Israel durante toda la historia de la monarquía dividida; y así sucede hoy con el Israel espiritual.
Mirando
a través de los siglos, al tiempo de esta restauración de Israel en la
tierra hecha nueva,
el vidente de Patmos testificó: "Miré, y
he aquí una gran compañía, la cual ninguno podía contar, de todas gentes
y linajes y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la
presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y palmas en sus manos;
y clamaban en alta voz, diciendo: Salvación a nuestro Dios que está
sentado sobre el trono, y al Cordero."(Apoc. 7:9-10).
"Y
todos los ángeles estaban de pie en torno del trono, y en torno de los
ancianos y de los cuatro seres vivientes (V.M.); y postráronse sobre sus
rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén:
La bendición y la gloria y la sabiduría, y la acción de gracias y la honra y la potencia y la fortaleza, sean a nuestro Dios para siempre jamás."
"Y
oí como la voz de una grande compañía, y como el ruido de muchas aguas,
y como la voz de grandes truenos, que decía: Aleluya: porque reinó el
Señor nuestro Dios Todopoderoso. Gocémonos y alegrémonos y démosle
gloria."
"Es el Señor de los señores, y el Rey de los reyes: y los que están con él son llamados, y elegidos, y fieles."
(Apoc. 7:9-12;19:6, 7;17:14). 533 PR/EGW/MHP
(Apoc. 7:9-12;19:6, 7;17:14). 533 PR/EGW/MHP
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