miércoles, 2 de diciembre de 2009

PR CAPÍTULO 17 El Llamamiento de Eliseo

Dios había ordenado a Elías que ungiese a otro hombre para que fuese profeta en su lugar. Le había dicho: "A Eliseo hijo de Saphat, . . . ungirás para que sea profeta en lugar de ti" (1 Rey. 19: 16); y en obediencia a la orden, Elías se fue en busca de Eliseo. Mientras se dirigía hacia el norte, notaba cuán cambiado estaba el escenario en comparación con lo que había sido poco tiempo antes. Entonces la tierra estaba quemada, y no se labraban las regiones agrícolas; porque hacía tres años y medio que no caía rocío ni lluvia. Ahora la vegetación brotaba por todos lados, como para redimir el tiempo de la sequía y del hambre.
El padre de Eliseo era un agricultor rico, cuya familia se contaba entre los que no habían doblado la rodilla ante Baal en un tiempo de apostasía casi universal. En su casa se honraba a Dios, y la obediencia a la fe del antiguo Israel era la norma de la vida diaria. En tal ambiente habían transcurrido los primeros años de Eliseo. En la quietud de la vida en el campo, bajo la enseñanza de Dios y de la naturaleza y gracias a la disciplina del trabajo útil, adquirió hábitos de sencillez y de obediencia a sus padres y a Dios que contribuyeron a hacerlo idóneo para el alto puesto que había de ocupar más tarde.
Llegó el llamamiento profético a Eliseo mientras que, con los criados de su padre, estaba arando en el campo. Se había dedicado al trabajo que tenía más a mano. Poseía capacidad para ser dirigente entre los hombres y la mansedumbre de quien está dispuesto a servir. Dotado de un espíritu tranquilo y amable, era sin embargo enérgico y firme. Manifestaba integridad y fidelidad, así como amor y temor de Dios; y en 163 el humilde cumplimiento del trabajo diario adquirió fuerza de propósito y nobleza de carácter, mientras crecía constantemente en gracia y conocimiento. Al cooperar con su padre en los deberes del hogar, aprendía a cooperar con Dios.
Por su fidelidad en las cosas pequeñas, Eliseo se estaba preparando para cumplir otros cometidos mayores. Día tras día, por la experiencia práctica, adquiría idoneidad para una obra más amplia y elevada. Aprendía a servir; y al aprender esto, aprendía también a dar instrucciones y a dirigir. Esto encierra una lección para todos. Nadie puede saber lo que Dios se propone lograr con sus disciplinas; pero todos pueden estar seguros de que la fidelidad en las cosas pequeñas es evidencia de idoneidad para llevar responsabilidades mayores. Cada acto de la vida es una revelación del carácter; y únicamente aquel que en los deberes pequeños demuestra ser "obrero que no tiene de qué avergonzarse" (2 Tim. 2: 15) puede ser honrado por Dios con una invitación a prestar un servicio más elevado.
El que considera que no tiene importancia la manera en que cumple las tareas más pequeñas, demuestra que no está preparado para un puesto de más honra. Puede considerarse muy competente para encargarse de los deberes mayores; pero Dios mira más hondo que la superficie. Después de la prueba, queda escrita esta sentencia contra él: "Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto." Su infidelidad reacciona sobre él mismo. No obtiene la gracia, el poder, la fuerza de carácter, que se reciben por una entrega sin reservas.
Por no estar relacionados con alguna obra directamente religiosa, muchos consideran que su vida es inútil, que nada hacen para hacer progresar el reino de Dios. Si tan sólo pudiesen hacer algo grande, ¡con cuánto gusto lo emprenderían! Pero porque sólo pueden servir en cosas pequeñas, se consideran justificados para no hacer nada. En esto yerran. Un hombre puede estar sirviendo activamente a Dios mientras se dedica a los deberes comunes de cada día; mientras derriba árboles, prepara la tierra, o sigue el arado. La madre que educa a 164 sus hijos para Cristo está tan ciertamente trabajando para Dios como el ministro en el púlpito.
Muchos sienten el anhelo de poseer algún talento especial con que hacer una obra maravillosa, mientras pierden de vista los deberes que tienen a mano, cuyo cumplimiento llenaría la vida de fragancia. Ejecuten los padres los deberes que se encuentran directamente en su camino. El éxito no depende tanto del talento como de la energía y de la buena voluntad. No es la posesión de talentos magníficos lo que nos habilita para prestar un servicio aceptable, sino el cumplimiento concienzudo de los deberes diarios, el espíritu contento, el interés sincero y sin afectación por el bienestar de los demás. En la suerte más humilde puede hallarse verdadera excelencia. Las tareas más comunes, realizadas con una fidelidad impregnada de amor, son hermosas a la vista de Dios.
Cuando Elías, divinamente dirigido en la búsqueda de un sucesor, pasó al lado del campo en el cual Eliseo estaba arando, echó sobre los hombros del joven el manto de la consagración. Durante el hambre, la familia de Safat se había familiarizado con la obra y la misión de Elías; y ahora el Espíritu de Dios impresionó el corazón de Eliseo acerca de lo que significaba el acto del profeta. Era para él la señal de que Dios le llamaba a ser sucesor de Elías.
"Entonces dejando él los bueyes, vino corriendo en pos de Elías, y dijo: Ruégote que me dejes besar mi padre y mi madre, y luego te seguiré." Elías respondió: "Ve, vuelve: ¿qué te he hecho yo?" (1 Rey. 19: 20, 21.) No dijo esto para rechazarlo, sino para probar su fe. Eliseo debía tener en cuenta el costo, decidir por sí mismo si quería aceptar o rechazar el llamamiento. Si sus deseos se aferraban a su hogar y sus ventajas, quedaba libre para permanecer allí. Pero el joven comprendió el significado del llamamiento. Sabía que provenía de Dios, y no vaciló en obedecer. Ni por todas las ventajas mundanales se habría privado de la oportunidad de llegar a ser mensajero de Dios, ni habría sacrificado el privilegio de estar 165 asociado con su siervo. "Y volvióse de en pos de él, y tomó un par de bueyes, y matólos, y con el arado de los bueyes coció la carne de ellos, y dióla al pueblo que comiesen. Después se levantó, y fue tras Elías, y servíale." (Vers. 20, 21.) Sin vacilación, abandonó un hogar donde se le amaba, para acompañar al profeta en su vida incierta.
Si Eliseo hubiese preguntado a Elías qué se esperaba de él, cuál iba a ser su trabajo, se le habría contestado: Dios lo sabe; él te lo hará saber. Si confías en el Señor, él responderá a cada una de tus preguntas. Puedes acompañarme si tienes evidencias de que Dios te ha llamado. Debes saber por ti mismo que Dios me apoya, y que lo que oyes es su voz. Si puedes considerarlo todo como escorias a fin de obtener el favor de Dios, ven.
Este llamamiento se parecía al que recibió la respuesta dada por Cristo al joven rico que le preguntó: "¿Qué bien haré para tener la vida eterna ?" Cristo contestó: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, y sígueme." (Mat. 19: 16, 21.)
Eliseo aceptó el llamamiento a servir, y no miró atrás, a los placeres y comodidades que dejaba. El joven rico, al oír las palabras del Salvador, "se fue triste, porque tenía muchas posesiones." (Vers. 22.) No estaba dispuesto a hacer el sacrificio pedido. El amor que sentía por sus bienes era mayor que su amor a Dios. Al negarse a renunciar a todo por Cristo, demostró que era indigno de servir al Maestro.
La invitación a ponerlo todo sobre el altar del servicio le llega a cada uno. No se nos pide a todos que sirvamos como sirvió Eliseo, ni somos todos invitados a vender cuanto tenemos; pero Dios nos pide que demos a su servicio el primer lugar en nuestra vida, que no dejemos transcurrir un día sin hacer algo que haga progresar su obra en la tierra. El no espera de todos la misma clase de servicio. Uno puede ser llamado al ministerio en una tierra extraña; a otro se le pedirá tal vez que dé de sus recursos para sostener la obra del Evangelio. Dios acepta la ofrenda de cada uno. Lo que resulta necesario es la 166 consagración de la vida y de todos sus intereses. Los que hagan esta consagración oirán el llamamiento celestial y le obedecerán.
A cada uno de los que lleguen a participar de su gracia, el Señor indica una obra que ha de hacer en favor de los demás. Individualmente debemos levantarnos y decir: "Heme aquí; envíame a mí." Sea que uno sirva como ministro de la Palabra o como médico o como negociante o agricultor, profesional o mecánico, la responsabilidad descansa sobre él. Su obra es revelar a otros el Evangelio de su salvación. Cada empresa a la cual se dedique debe ser un medio hacia este fin.
Lo que al principio se requería de Eliseo no era una obra grande, pues los deberes comunes seguían constituyendo su disciplina. Se dice que derramaba agua sobre las manos de Elías, su maestro. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que el Señor indicase, y a cada paso aprendía lecciones de humildad y servicio. Como ayudante personal del profeta, continuó demostrándose fiel en las cosas pequeñas, mientras que con un propósito que se iba fortaleciendo con el transcurso de cada día, se dedicaba a la misión que Dios le había señalado.
La vida de Eliseo, después que se unió a Elías, no fue exenta de tentaciones. Tuvo él muchas pruebas; pero en toda emergencia confió en Dios. Estuvo tentado a recordar el hogar que había dejado, pero no prestó atención a esto. Habiendo puesto la mano al arado, estaba resuelto a no volver atrás, y a través de pruebas y tentaciones demostró que era fiel a su cometido.
El ministerio abarca mucho más que la predicación de la Palabra. Significa preparar a los jóvenes como Elías preparó a Eliseo; es decir, arrancarles de sus deberes comunes para asignarles en la obra de Dios responsabilidades que serán pequeñas al principio, pero que aumentarán a medida que ellos adquieran fuerza y experiencia. Hay en el ministerio hombres de fe y oración, hombres que pueden decir: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante 167 al Verbo de la vida; . . . lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos." (1 Juan 1: 1, 3.) Los obreros jóvenes e inexpertos deben ser preparados por el trabajo realizado en relación con estos experimentados siervos de Dios. Así aprenderán a llevar cargas.
Los que se dedican a dar esta preparación a los obreros jóvenes prestan un servicio noble. El Señor mismo coopera con sus esfuerzos. Y los jóvenes a quienes se dirigieron las palabras de consagración y se otorga el privilegio de asociarse con obreros fervorosos y piadosos deben aprovechar en todo lo posible sus oportunidades. Dios los honró al elegirlos para servirle y al colocarlos donde pueden adquirir mayor idoneidad para él; deben ser humildes, fieles y obedientes y dispuestos a sacrificarse. Si se someten a la disciplina de Dios, ejecutando sus instrucciones y eligiendo a sus siervos como sus consejeros, se desarrollarán en hombres justos, de principios elevados, firmes, a quienes Dios pueda confiar responsabilidades.
Mientras se proclame el Evangelio en toda su pureza, habrá hombres que serán llamados del arado y de las vocaciones comerciales comunes, que suelen embargar la mente, y se educarán al lado de hombres de experiencia. Mientras aprendan a trabajar eficazmente, proclamarán la verdad con poder. Mediante admirables manifestaciones de la providencia divina, serán eliminadas y arrojadas al mar montañas de dificultades. El mensaje que tanto significa para los moradores de la tierra será oído y comprendido. Los hombres conocerán lo que es la verdad. La obra seguirá progresando cada vez más, hasta que toda la tierra haya sido amonestada; y entonces vendrá el fin.
Durante varios años después del llamamiento de Eliseo, él y Elías trabajaron juntos, de modo que el hombre más joven iba adquiriendo diariamente mayor preparación para su obra. Elías había sido usado por Dios para destruir males gigantescos. La idolatría que, fomentada por Acab y la pagana Jezabel, había seducido a la nación, había sido detenida en forma decidida. Habían sido muertos los profetas de Baal. Todo el 168 pueblo de Israel había quedado profundamente conmovido, y muchos volvían a adorar a Dios. Como sucesor de Elías, Eliseo debía esforzarse por guiar a Israel en sendas seguras mediante una instrucción paciente y cuidadosa. Su trato con Elías, el mayor profeta que se conociera desde Moisés, le preparó para la obra que pronto debería hacer solo.
Una y otra vez, durante esos años de ministerio conjunto, Elías debió reprender severamente males flagrantes. Cuando el impío Acab se apoderó del viñedo de Nabot, fue la voz de Elías la que profetizó su condenación y la de toda su casa. Y cuando Ocozías, después de la muerte de su padre Acab, despreció al Dios viviente y se dirigió a Baal - zebub, dios de Ecrón, fue la voz de Elías la que se oyó una vez más en ardiente protesta.
Las escuelas de los profetas establecidas por Samuel habían caído en decadencia durante los años de apostasía que hubo en Israel. Elías restableció estas escuelas y tomó medidas para que los jóvenes pudieran educarse en forma que los indujese a magnificar y honrar la ley. En el relato se mencionan tres de esas escuelas. Una estaba en Gilgal, otra en Betel y la tercera en Jericó. Precisamente antes que Elías fuese arrebatado al cielo, visitó con Eliseo estos centros de educación. El profeta de Dios repitió entonces las lecciones que les había dado en visitas anteriores. Instruyó especialmente a los jóvenes acerca de su alto privilegio de mantenerse lealmente fieles al Dios del cielo. También grabó en su mente la importancia que tenía el dejar que la sencillez caracterizase todo detalle de su educación. Solamente así podrían recibir la impresión celestial y salir a trabajar en los caminos del Señor.
El corazón de Elías quedó alentado al ver él lo que lograban esas escuelas. La obra de reforma no había terminado, pero en todo el reino podía verse que se verificaba la palabra del Señor: "Y yo haré que queden en Israel siete mil; todas rodillas que no se encorvaron a Baal." (1 Rey. 19: 18.)
Mientras Eliseo acompañaba al profeta en su jira de servicio 169 de una escuela a la otra, su fe y su resolución fueron probadas una vez más. En Gilgal y también en Betel y en Jericó, el profeta le invitó a que se volviera atrás. Dijo Elías: "Quédate ahora aquí, porque Jehová me ha enviado a Beth - el." Pero en su tarea anterior, al guiar el arado, Eliseo había aprendido a no cejar ni a desalentarse; y ahora que había puesto la mano al arado en otro ramo del deber, no iba a dejarse desviar de su propósito. No quería separarse de su maestro mientras hubiese oportunidad de adquirir mayor preparación para servir. Aunque Elías no lo sabía, la revelación de que iba a ser trasladado había sido comunicada a sus discípulos en las escuelas de los profetas, y en particular a Eliseo. De manera que el probado siervo del hombre de Dios se mantuvo a su lado. Cada vez que le invitó a regresar, dio esta respuesta: "Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré."
"Fueron pues ambos a dos.... Y ellos dos se pararon junto al Jordán. Tomando entonces Elías su manto, doblólo e hirió las aguas, las cuales se apartaron a uno y a otro lado, y pasaron ambos en seco. Y como hubieron pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieres que haga por ti, antes que sea quitado de contigo."
Eliseo no solicitó honores mundanales ni algún puesto elevado entre los grandes de la tierra. Lo que él anhelaba era una gran medida del Espíritu que Dios había otorgado tan liberalmente al que estaba a punto de ser honrado por la traslación. Sabía que nada que no fuese el Espíritu que había descansado sobre Elías podría hacerle idóneo para ocupar en Israel el lugar al cual Dios le había llamado; de modo que pidió: "Ruégote que tenga yo . . . una doble porción de tu espíritu." (V.M.) En respuesta a esta petición, Elías dijo: "Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será así hecho; mas si no, no. Y aconteció que, yendo ellos hablando, he aquí, un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos: y Elías subió al cielo en un torbellino." (2 Rey. 2: 1-11.)
Elías fue un símbolo de los santos que vivirán en la tierra 170 en ocasión del segundo advenimiento de Cristo, y que serán "transformados, en un momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta" (1 Cor. 15: 51, 52), sin pasar por la muerte. Como representante de los que serán así trasladados, Elías, cuando se acercaba el fin del ministerio de Cristo en la tierra, tuvo ocasión de estar con Moisés al lado del Salvador sobre el monte de la transfiguración. En esos seres glorificados, los discípulos vieron en miniatura una representación del reino de los redimidos. Contemplaron a Jesús revestido de la luz del cielo; oyeron la "voz de la nube" (Luc. 9: 35) que le reconocía como Hijo de Dios; vieron a Moisés, representante de los que serán resucitados de los muertos en ocasión del segundo advenimiento; y también estaba Elías, para representar a los que al final de la historia de esta tierra serán cambiados de seres mortales en inmortales y serán trasladados al cielo sin pasar por la muerte.
En el desierto, en la soledad y el desaliento, Elías había dicho que estaba cansado de la vida, y había rogado que se le dejase morir. Pero en su misericordia el Señor no había hecho caso de sus palabras. Elías tenía que realizar todavía una gran obra; y cuando esta obra estuviese hecha no iba a perecer en el desaliento y la soledad. No le tocaría descender a la tumba, sino ascender con los ángeles de Dios a la presencia de su gloria.
"Y viéndolo Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más le vio, y trabando de sus vestidos, rompiólos en dos partes. Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y paróse a la orilla del Jordán. Y tomando el manto de Elías que se le había caído, hirió las aguas, y dijo: ¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías? Y así que hubo del mismo modo herido las aguas, apartáronse a uno y a otro lado, y pasó Eliseo. Y viéndole los hijos de los profetas que estaban en Jericó de la otra parte, dijeron: El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo. Y viniéronle a recibir, e inclináronse a él hasta la tierra." (2 Rey. 2: 12-15.)
Cuando en su providencia el Señor ve conveniente retirar 171 de su obra a aquellos a quienes dio sabiduría, sabe ayudar y fortalecer a sus sucesores, con tal que ellos esperen auxilio de él y anden en sus caminos. Hasta pueden ser más sabios que sus predecesores; porque pueden sacar provecho de su experiencia y adquirir sabiduría de sus errores.
De entonces en adelante Eliseo ocupó el lugar de Elías. El que había sido fiel en lo poco iba a demostrarse también fiel en lo mucho. 172

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