NOTA 1. Pág. 80. Aunque no sólo la justicia de Dios, sino también su fidelidad a su promesa misericordioso exigían estos el tierno amor y la bondad de Jehová se manifestaban en expresiones como éstas: "Arrepintióse Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y pesóle en su corazón," o sea, literalmente, "le dolía en su corazón." Por supuesto, una expresión explica la otra. Cuando leemos que Dios se arrepintió, se trata tan sólo de un modo humano de hablar, pues, como dice Calvino, "nada sucede por casualidad o que no se haya previsto." Se evoca "el dolor impuesto al amor divino por los pecados de los hombres," y que, en las palabras de Calvino, "cuando los terribles pecados de los hombres ofenden a Dios, es como si su corazón hubiese quedado herido por un dolor extraordinario." - Dr. Edersheim.
NOTA 2. Pág. 117. Adán vivió hasta que Matusalén llegó a los 243 años de edad. Matusalén vivió hasta que Sem, hijo de Noé, llegó a los 98 años. Sem vivió 150 años después del nacimiento de Abrahán, y 50 años después del nacimiento de Isaac. Abrahán vivió hasta que Jacob y Esaú tenían 15 años, e Isaac vivió hasta que ellos alcanzaron los 120 años. Así vemos cuán directamente los conocimientos que Dios había enseñado a Adán pudieron comunicarse a sus descendientes. Adán los transmitió a Matusalén, éste se los comunicó a Sem, Sem a Abrahán a Isaac, y estos patriarcas se los comunicaron a Jacob, padre de las tribus de Israel.
NOTA 3. Pág. 259. Este milagro tenía un significado que Moisés no pudo interpretar erróneamente. La serpiente era probablemente el basilisco o Ureo, la cobra. . . . Era el símbolo del poder real divino que se vela en la diadema de todos los faraones. Era una serpiente venenosa, como lo demuestran el hecho de que Moisés huía de ella y la mayoría de los pasajes en que se usa la misma palabra nahash, la cual se deriva de la palabra correspondiente a "silbar." Nunca ataca esta serpiente sin antes inflar el cuello y luego silbar; en los monumentos se la representa siempre con el cuello enormemente hinchado. La transformación de la vara no fue meramente un milagro, sino también una señal, al mismo tiempo que una garantía 821 representación de la victoria sobre el rey y los dioses de Egipto. -Speaker's Commentary.
NOTA 4. Pág. 263. En la orden dada con referencia a la liberación de Israel, el Señor dijo a Faraón: "Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva." (Exo. 4: 22, 23.) El salmista nos dice por qué libró Dios a Israel de Egipto: "Y sacó a su pueblo con gozo; con júbilo a sus escogidos. Y dióles las tierras de las gentes; y las labores de las naciones heredaron: para que guardasen sus estatutos, y observasen sus leyes." (Sal. 105: 43-45.) De estos versículos se desprende que los hebreos no podían servir a Dios en Egipto.
En Deut. 5: 14, 15 se recalca la parte del cuarto mandamiento que requiere que el siervo y la sierva descansen, y a los israelitas se les dijo que recordaran que ellos habían sido siervos en la tierra de Egipto. El Señor dijo: "Mas el séptimo es Sábado a Jehová tu Dios: ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni tu peregrino que está dentro de tus puertas: porque descanse tu siervo y tu sierva como tú. Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido: por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día del Sábado." En Exo. 5: 5 vemos que Moisés y Aarón hicieron al pueblo "cesar" o descansar de sus quehaceres.
De estos hechos podemos inferir que el sábado fue una de las cosas en que Israel no podía servir al Señor en Egipto; y cuando Moisés y Aarón llegaron con el mensaje de Dios (Exo. 4: 29-31) trataron de hacer una reforma, lo cual sólo sirvió para aumentar la opresión. Los israelitas fueron libertados para que pudieran observar los estatutos del Señor, inclusive, naturalmente, el cuarto mandamiento, y esto les imponía la obligación de observar tanto más estrictamente el sábado, así como la de guardar todos los mandamientos. En Deut. 24: 17, 18, se menciona su liberación y salida de Egipto como algo que los obligaba en forma especial a manifestar bondad hacia la viuda y los huérfanos. "No torcerás el derecho del peregrino y del huérfano; ni tomarás por prenda la ropa de la viuda: mas acuérdate que fuiste siervo en Egipto, y de allí te rescató Jehová tu Dios; por tanto, yo te mando que hagas esto."
NOTA 5. Pág. 278. Algunos extractos de la obra Filosofía del Plan de Salvación demuestran que las plagas tenían por objeto destruir la confianza de los egipcios en el poder y la protección de sus ídolos: 822
"El Primer milagro, al paso que probaba la autenticidad de la misión de Moisés, destruía las serpientes, que eran entre los egipcios objeto de adoración, y dejaba así patente desde el principio que sus dioses no podían ayudar al pueblo ni tampoco salvarse a sí mismos.
"El segundo milagro iba dirigido contra el río Nilo, el cual era otro objeto de veneración religiosa para los egipcios. Tenían este río por santo, como los hindúes consideran el Ganges; y hasta veneraban los peces de sus aguas como dignos de adoración. Bebían el agua con reverencia y deleite, y creían que había en sus ondas una fuerza divina que curaba las enfermedades del cuerpo. El agua de este objeto de su homenaje idólatra se transformó en sangre; los animales que contenía y que los egipcios adoraban se convirtieron en una masa de podredumbre.
"El tercer milagro estaba destinado a alcanzar el mismo fin: destruir la fe en el río como objeto de adoración. Se hizo producir por las aguas del Nilo una inmensa cantidad de ranas que infestaron toda la tierra y molestaron mucho al pueblo. De modo que por el poder del Dios verdadero su ídolo fue contaminado y transformado en una fuente de peligro para los moradores.
"Por el cuarto milagro de una serie cuya fuerza y severidad iban en aumento, vinieron piojos sobre los hombres y las bestias por toda la tierra. 'Ahora bien -dice Gleig,- si se recuerda que nadie podía acercarse a los altares de Egipto en caso de llevar sobre sí un insecto tan impuro, y si los sacerdotes, para resguardarse contra el más leve riesgo de contaminación llevaban solamente vestiduras de lino y se rasuraban la cabeza y el cuerpo todos los días,*se puede imaginar la severidad de este castigo milagroso impuesto a la idolatría egipcia. Mientras duró, ningún acto de adoración pudo llevarse a cabo, y fue tan grave que los magos mismos exclamaron: 'Dedo de Dios es éste.'
"El quinto milagro tenía por objeto destruir la confianza del pueblo en Belcebú, o dios de las moscas, que era reverenciado como protector capaz de evitar los enjambres de moscas hambrientas que solían apestar la tierra durante la canícula y, según los egipcios, sólo eran eliminadas por la voluntad de ese ídolo. El milagro realizado ahora por Moisés probaba terminantemente la impotencia de Belcebú y obligaba al pueblo a buscar en otra parte auxilio y alivio del terrible castigo que sufría.
"El sexto milagro, que destruyó el ganado, excepto el de los israelitas, tenía por fin anular todo el sistema que hacía rendir culto a los animales. Este sistema, tan degradante y grosero, había llegado a ser un monstruo de muchas cabezas entre los egipcios. Tenían su 823 toro sagrado, y otros muchos animales sagrados, como el carnero, la ternera, la cabra, pero todos fueron muertos por intervención del Dios de Moisés. En esa forma, por un solo acto de su poder, Jehová manifestó su supremacía y destruyó la misma existencia de los ídolos bestiales.
"Acerca de cuán apropiada era la sexta plaga (o séptimo milagro), dice el escritor citado anteriormente, el lector recibirá una impresión mejor cuando se le recuerde que en Egipto había varios altares sobre los cuales se ofrecían ocasionalmente sacrificios humanos, para propiciar a Tifón, o sea el principio del mal. Como estas víctimas eran quemadas vivas, las cenizas eran recogidas por los sacerdotes que oficiaban, quienes las arrojaban luego al aire y las esparcían así para que el mal se desviara de todo sitio adonde un átomo de estas cenizas fuera llevado. Siguiendo las instrucciones de Jehová, Moisés tomó un puñado de cenizas del horno (el cual era muy probablemente usado con frecuencia por los egipcios en esa época para apartar las plagas), y lo arrojó al aire, como acostumbraban hacer los sacerdotes; pero en vez de impedir el mal, hizo brotar tumores y llagas en todos los habitantes de la tierra. Ni el rey, ni los sacerdotes ni el pueblo escaparon. De modo que los ritos sangrientos de Tifón se convirtieron en una maldición para los idólatras, se confirmó la supremacía de Jehová y se insistió en la liberación de los israelitas.
"El milagro noveno iba dirigido contra el culto de Serapis, cuyo oficio especial era proteger el país contra las langostas. Periódicamente esos insectos destructores caían sobre la tierra en grandes nubes, y, como una maldición entenebrecedora, devoraban y destruían los frutos de los campos y el verdor de los bosques. A la orden de Moisés vinieron estos terribles insectos, y sólo se retiraron cuando el mismo Moisés se lo ordenó. Así se hizo manifiesta la impotencia de Serapis, y se les enseñó a los idólatras cuán insensato y fútil era confiar en otra protección que la de Jehová, Dios de Israel.
"El octavo milagro y el décimo iban dirigidos contra la adoración de Isis y Osiris, a quienes, juntamente con el río Nilo, ponían en primer lugar en la larga serie de sus dioses.* Estos ídolos eran originalmente los que representaban el sol y la luna; se creía que dominaban la luz y los elementos; y su culto predominaba en alguna forma entre todas las naciones más antiguas. Los milagros que iban 824 dirigidos contra el culto de Isis y Osiris debieron hacer una profunda impresión tanto en los israelitas como en los egipcios. En un país donde llueve muy rara vez, donde la atmósfera está siempre en calma y los astros brillan cada noche, ¡cuán grande debió ser el terror que se apoderó de todos durante la rebelión de los elementos que se menciona en los anales hebreos; en ese largo plazo de tres días y tres noches cuando la lobreguez de las densas tinieblas se extendía como paño mortuorio sobre toda la tierra¡ Jehová de los ejércitos ordenó a la naturaleza que le proclamase Dios verdadero; el Dios de Israel confirmó su supremacía y ejerció su poder para envilecer los ídolos, destruir la idolatría y librar a los descendientes de Abrahán de la tierra de su esclavitud.
"Habiéndose revelado así el Todopoderoso como el Dios verdadero, gracias a su intervención milagrosa, después de continuar ejerciendo su poder en las medidas adaptadas a destruir las distintas formas de idolatría que existían en Egipto, el undécimo y último milagro fue un castigo encaminado a manifestar a todos los intelectos que Jehová era el Dios que ejecuta juicios en la tierra."
NOTA 6. Pág. 287. En Gén. 15: 13 leemos que el Señor dijo a Abrahán: "Ten por cierto que tu simiente será peregrina en tierra no suya, y servirá a los de allí, y serán por ellos afligidos cuatrocientos años." Exo. 12:40 dice: "El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto, fue cuatrocientos y treinta años." Pero Pablo, en Gál. 3: 15-17, dice que desde el tiempo en que se hizo el pacto con Abrahán hasta que se dio la ley en el Sinaí pasaron 430 años.
A juzgar por estos pasajes de las Escrituras, no hemos de entender que los israelitas estuvieron en Egipto cuatrocientos años. El tiempo que realmente pasaron en Egipto no pudo ser más que 215 años. La Biblia dice que "el tiempo que los hijos de Israel habitaron" fue 430 años. Abrahán, Isaac y Jacob, antepasados de los israelitas, habitaron en Canaán. El período de los 430 años principia con la promesa dada a Abrahán cuando se le ordenó salir de Ur de Caldea. Los cuatrocientos años a los cuales se refiere Gén. 15: 13, principian más tarde. Obsérvese que el período de cuatrocientos años no sólo es una época de peregrinaje, sino también de aflicción. Este período principia, de acuerdo con las Escrituras, treinta años más tarde, o sea más o menos en el tiempo cuando Ismael, "el que era engendrado según la carne, perseguía al que había nacido según el Espíritu [Isaac]." (Gál. 4: 29.)
NOTA 7. Pág. 326. El becerro de oro era una representación del toro o buey sagrado, llamado Apis, que los egipcios adoraban, y que 825 los israelitas debieron conocer durante su larga estada en Egipto. Con referencia a este dios Apis y a lo que significaba, leemos lo siguiente:
"Apis, el toro adorado por los antiguos egipcios, quienes lo consideraban como símbolo de Osiris, dios del Nilo, marido de Isis y la gran divinidad de Egipto." -Enciclopedia, de Chambers.
La Enciclopedia Británica (art. "Apis"), refiriéndose a los autores griegos y a las inscripciones jeroglíficas, dice: "Según este punto de vista, Apis era la encarnación de Osiris manifestada en la forma de un toro."
Puesto que el toro Apis era considerado como manifestación visible de Osiris, debemos saber qué representaba éste último para poder comprender la adoración del becerro por los israelitas. Cuando nuevamente de la Enciclopedia Británica, transcribimos lo siguiente:
"Todos los misterios de los egipcios y toda su doctrina de la vida futura, se fundan en este culto [de Osiris]. A Osiris se le identifica con el sol. . . . La adoración del sol era la forma primitiva de la religión egipcia y tal vez de la anterior a ella."
"A Osiris se dedicaban las oraciones y las ofrendas por los muertos; y a él se dirigen todas las inscripciones de los sepulcros, excepto las del período más antiguo." "El toro o buey Apis que lleva en lenguaje egipcio el mismo nombre que el Nilo, es decir Hapi, era adorado en Menfis.... Era considerado como emblema viviente de Osiris, de modo que estaba relacionado con el sol y con el Nilo."
De estos extractos se desprende que el culto rendido por los israelitas al becerro de oro era realmente la forma egipcia de adorar al sol, idolatría que siempre ha sido la mayor antagonista del culto tributado al verdadero Dios. Es ciertamente significativo que precisamente cuando Dios se manifestaba a los israelitas en manera especial, y les hacía conocer su día de reposo, volvieron ellos al antiguo culto del sal, cuyo principal día festivo, el primer día de la semana, contendió siempre por la supremacía con el día especialmente característica del culto al Dios verdadero.
Al adorar el becerro de oro, los israelitas profesaban estar adorando a Dios, y al inaugurar ese culto del ídolo, Aarón dijo: "Mañana será fiesta a Jehová." Se proponía adorar a Dios, como los egipcios adoraban a Osiris, bajo el símbolo de la imagen. Pero Dios no podía aceptar ese culto. Aunque se lo ofrecían en su nombre, era el dios sol, y no Jehová, quien era el verdadero objeto de su adoración.
La adoración del buey Apis iba acompañada del más grosero libertinaje, y los anales bíblicos indican que el culto del becerro al cual se entregaron los israelitas fue acompañado de todo el libertinaje común en el culto pagano. Leemos: "Y el día siguiente 826 madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron pacíficos: y sentóse el pueblo a comer y a beber, y levantáronse a regocijarse." (Exo. 32: 6.) La palabra hebrea traducida por "regocijarse" significa regocijarse saltando, cantando y bailando. Este baile, practicado especialmente entre los egipcios, era indecente y sensual. La palabra traducida por "corrompido" en el versículo siguiente, donde se dice: "Tu pueblo que sacaste de tierra de Egipto se ha corrompido," es la misma que se emplea en Gén. 6: 11, 12, donde leemos que "toda carne había corrompido su camino sobre la tierra." Esto explica la terrible ira del Señor, y por qué deseaba exterminar al pueblo en seguida.
NOTA 8. Pág. 340. Los diez mandamientos eran el "pacto" al cual se refirió el Señor, cuando al proponer que haría alianza con Israel dijo: "Ahora pues, si dierais oído a mi voz, y guardarais mi pacto," etc. (Exo. 19: 5.) A los diez mandamientos se les llamó pacto de Dios antes de que se hiciera el pacto con Israel. No eran ellos un convenio hecho, sino algo que Dios les mandaba que cumplieran. Así el Decálogo es decir, el pacto de Dios, llegó a ser el fundamento de la alianza hecha entre él e Israel. Los diez mandamientos son, en sus detalles, "todas estas cosas," respecto a las cuales se hizo el pacto. (Véase Exo. 24: 8.)
NOTA 9. Pág. 368. Cuando se ofrecía un sacrificio expiatorio para un sacerdote o para toda la congregación, se llevaba la sangre al lugar santo, y era derramada ante la cortina y puesta sobre los cuernos del altar de oro. El sebo era consumido sobre el altar de holocaustos que estaba en el atrio, pero el cuerpo de la víctima era quemado fuera del campamento. (Véase Lev. 4: 1-21.)
Sin embargo, si el sacrificio era para un príncipe o para un miembro del pueblo, no se llevaba la sangre al lugar santo, sino que la carne era comida por el sacerdote, tal como el Señor le ordenó a Moisés: "El sacerdote que la ofreciera por expiación, la comerá: en el lugar santo será comida, en el atrio del tabernáculo del testimonio." (Lev. 6: 26. Véase también Lev. 4: 22-35.)
NOTA 10. Pág. 382. Que el que pronunció las palabras de la ley y llamó a Moisés al monte para hablarle era el Señor Jesucristo, es algo que se desprende de las siguientes consideraciones:
Fue por medio de Cristo cómo Dios se reveló al hombre en todos los tiempos. "Nosotros empero no tenemos más de un Dios, el Padre, del cual son todas las cosas, y nosotros en él: y un Señor Jesucristo, por el cual son todas las cosas, y nosotros por él." (1 Cor. 8: 6.) 827 "Este [Moisés] es aquél que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres; y recibió las palabras de vida para darnos." (Hech. 7: 38.) Este ángel era "el ángel de su faz" (Isa. 63: 9), el ángel en quien estaba el nombre de Jehová. (Exo. 23: 20-23.) La expresión no puede referirse a otro más que al Hijo de Dios.
Además, a Cristo se le llama el Verbo o Palabra de Dios. (Juan 1: 13.) Es llamado así porque en todas las edades Dios comunicó sus revelaciones al hombre por medio de él. Fue su Espíritu el que inspiró a los profetas. (1 Ped. 1: 10, 11.) Les fue revelado como el ángel de Jehová, el príncipe del ejército del Señor, Miguel el arcángel.
NOTA 11. Pág. 653. Hay quienes preguntan: Si el gobierno teocrático convenía en la época de Israel, ¿no tendría aplicación en este tiempo esa forma de gobierno? La contestación es sencilla: Una teocracia es un gobierno que deriva su poder directamente de Dios. El gobierno de Israel era una verdadera teocracia. Era realmente un gobierno ejercido por Dios. En la zarza ardiente, Dios encomendó a Moisés que sacara a su pueblo de Egipto. Mediante señales y prodigios, Dios libró a Israel de Egipto, y lo condujo por el desierto, y finalmente lo llevó a la tierra prometida. Allí lo gobernó por medio de jueces, hasta "Samuel, el profeta," a quien Dios habló cuando era aún niño, y por medio de quien hizo conocer su voluntad. En los días de Samuel, el pueblo solicitó tener un rey. Lo solicitado fue otorgado, y Dios escogió a Saúl, y Samuel le ungió como rey de Israel. Saúl no hizo la voluntad de Dios; y como rechazó y menospreció la palabra del Señor, Dios le rechazó como rey, y envió a Samuel a que ungiera a David rey de Israel; el Señor estableció el trono de David para siempre. Cuando Salomón sucedió a su padre David en el trono, el relato bíblico dice: "Y sentóse Salomón por rey en el trono de Jehová en lugar de David su padre." (1 Crón. 29: 23.) El trono de David era el trono del Señor, y Salomón se sentó en el trono de Jehová como rey del reino terrenal de Dios. La sucesión al trono siguió por el linaje de David hasta Sedecías, quien se sometió al rey de Babilonia, al cual prometió solemnemente, ante Dios, que le permanecería fiel. Pero Sedecías rompió su pacto; y entonces Dios le dijo:
"Y tú, profano e impío príncipe de Israel, cuyo día vino en el tiempo de la consumación de la maldad, Así ha dicho el Señor Jehová: Depón la tiara, quita la corona: ésta no será más ésta: al bajo alzaré, y al alto abatiré. Del revés, del revés, del revés la tornaré; y no será ésta más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y se la entregaré." (Eze. 21: 25-27; véase también 17: 1-21.) 828
El reino era entonces súbdito de Babilonia. Cuando cayó Babilonia y Medo-Persia le sucedió, fue tomado del revés la primera vez. Cuando cayó Medo-Persia, y le sucedió Grecia, fue tomado del revés la segunda vez. Cuando el Imperio Griego predio la supremacía y le sucedió en ella el Imperio Romano, fue tomado del revés la tercera vez. Y entonces dice la Palabra: "Hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y se la entregaré." ¿Quién es Aquel de quien es el derecho? "Y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono de David su padre. Y reinará en la casa de Jacob por siempre; y de su reino no habrá fin." (Luc. 1: 31-33.) Y mientras él estaba en la tierra, como "aquel profeta," Varón de dolores, experimentado en quebranto, declaró él mismo, la noche en la cual fue traicionado: "Mi reino no es de este mundo." Así fue quitado del mundo el trono del Señor, y "no será ... más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho," y entonces le será dado. Ese tiempo es el fin de este mundo, y el principio del venidero.
El Salvador dijo a los doce apóstoles: "Yo pues os ordeno un reino, como mi Padre me lo ordenó a mí, para que comáis y bebáis en mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos juzgando a las doce tribus de Israel." (Luc. 22: 29, 30.) Por la forma en que cita Mateo la promesa de Cristo a los doce apóstoles nos damos cuenta de cuándo será cumplida: "En la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel." (Mat. 19: 28.) En la parábola de las minas, Cristo se representa a sí mismo bajo la figura de un noble que "partió a una provincia lejos, para tomar para sí un reino, y volver." (Luc. 19: 12.) Y él mismo dijo cuándo se sentará en su trono de gloria: "Y cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán reunidas delante de él todas las gentes." (Mat. 25: 31, 32.)
A este tiempo se refiere el revelador cuando dice: "Los reinos del mundo han venido a ser los reinos de nuestro Señor, y de su Cristo: y reinará para siempre jamás." (Apoc. 11: 15.) El contexto demuestra claramente cuándo sucederá esto. "Y se han airado las naciones, y tu ira es venida, y el tiempo de los muertos, para que sean juzgados, y para que des el galardón a tus siervos los profetas, y a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeñitos y a los grandes, y para que destruyas los que destruyen la tierra." (Vers. 18.) El reino de Cristo se establecerá en la época del juicio final, cuando se dará la recompensa de los justos y el castigo de los impíos. Cuando todos los que se oponen a la soberanía de Cristo hayan sido destruidos, los 829 reinos de este mundo se convertirán en los reinos de nuestro Señor y de su Cristo.
Entonces Cristo reinará como "Rey de reyes y Señor de señores." (Apoc. 19: 16.) "El reino, y el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo; cuyo reino es reino eterno, y todos los señoríos le servirán y obedecerán." "Tomarán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos." (Dan. 7: 27, 18.)
Hasta que no llegue aquel tiempo no se puede establecer el reino de Cristo en la tierra. Su reino no es de este mundo. Sus seguidores han de considerarse como "peregrinos y advenedizos sobre la tierra." Pablo dice: "Nuestra vivienda es en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo." (Heb. 11: 13; Fil. 3: 20.) Desde que el reino de Israel desapareció, Dios no ha delegado su autoridad a ningún hombre o cuerpo de hombres para ejecutar sus leyes como tales. "Mía es la venganza: yo pagaré, dice el Señor." (Rom. 12: 19.) Los gobiernos civiles tienen que ver con las relaciones entre un hombre y otro hombre; pero no tienen nada que ver con las obligaciones que nacen de la relación del hombre con Dios.
Con excepción del reino de Israel, jamás ha existido en la tierra gobierno alguno en el cual Dios haya dirigido los asuntos del estado mediante hombres inspirados. Cada vez que los hombres trataron de formar un gobierno semejante al de Israel, tuvieron necesariamente que encargarse de interpretar y ejecutar la ley de Dios. Asumieron el derecho de dominar la conciencia, y así usurparon las prerrogativas de Dios.
En la dispensación anterior, mientras que los pecados contra Dios eran castigados con penas temporales, los juicios se ejecutaban no sólo por sanción divina, sino por su mandato directo y en obediencia a sus mandamientos. Había que dar muerte a los hechiceros y a los idólatras. Los hechos profanos y sacrílegos eran castigados con la pena capital. Y naciones enteras de idólatras debían ser exterminadas. Pero la ejecución de estas penas era dirigida por el que lee los corazones de los hombres, que conoce la medida de su culpabilidad, y que trata a sus criaturas con sabiduría y misericordia. Cuando los hombres dominados por flaquezas y pasiones humanas emprenden esta obra, es indiscutible que hay motivo por temer que reine la injusticia y la crueldad sin freno alguno. Se perpetrarán entonces los crímenes más inhumanos, y todo en el sagrado nombre de Cristo.
De las leyes de Israel que castigaban las ofensas contra Dios, se han sacado argumentos para probar que se deben castigar los pecados semejantes en esta época. Todos los perseguidores emplearon esos argumentos para justificar sus hechos. El principio de que 830 Dios delegó en las autoridades humanas el derecho de dominar la conciencia, es el fundamento mismo de la tiranía religiosa y de la persecución. Pero todos los que adoptan ese fundamento pierden de vista el hecho de que ahora vivimos en una dispensación distinta; que el reino de Israel era una figura del reino de Cristo, el cual no se establecerá antes de su segunda venida; y que las obligaciones dimanentes de la relación del hombre con Dios no deben ser reguladas ni impuestas por las autoridades humanas.
NOTA 12. Pág. 660. En referencia a la identidad del pueblo de Rama donde vivía Samuel con el de Rama de Benjamín, el Dr. Edersheim dice: "Estos dos detalles parecen establecidos: Saúl residía en Gabaa, y conoció por primera vez a Samuel en Rama. Pero si tal es el caso, parece imposible, en vista de lo que dice en 1 Sam. 10: 2, identificar el Rama de Samuel con el Rama de Benjamín, o considerarlo como el moderno Neby Samuel, que está situado a cuatro millas al noroeste de Jerusalén."
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