Los ministros del Evangelio, como mensajeros de Dios a sus semejantes, no deben nunca perder de vista su misión ni sus responsabilidades. Si pierden su conexión con el cielo, están en mayor peligro que los demás, y pueden ejercer mayor influencia para mal. Satanás los vigila constantemente, esperando que se manifieste alguna debilidad, por medio de la cual pueda atacarlos con éxito. OE17
miércoles, 4 de mayo de 2011
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Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala (Santiago 4:16).
Decía Quevedo que “más fácil es escribir contra el orgullo que vencerlo”. Con todo, pensemos: “¿Cuál sería el primer paso para erradicarlo? ¿Cómo se manifiesta el orgullo? ¿Qué diferencia hay entre él, la soberbia, la arrogancia, y otras palabras que revelan sentimientos semejantes? ¿Valen de algo?
Para Salvador de Madariaga “la soberbia es una forma de la hinchazón del yo que, como tal, produce protuberancias y excrecencias varias que el lenguaje decora con nombres también varios, tales como ´orgullo´, ´arrogancia´, ´altivez´, ´vanidad´”. Términos, en realidad tan llenos de “sustancia personal” que “no permiten confusión entre ellos”.
La soberbia –por ejemplo– aun en su propio nombre “revela su estirpe y abolengo, pues acusa parentesco con todo lo que está ´sobre´, encima, ´super´”. Naturalmente, para poder sentirse superior, necesita de otros con quienes compararse; de ahí –explica Madariaga– “la diferencia maestra entre la soberbia y el orgullo. El soberbio lo es por sentirse superior a los demás; el orgulloso es él, y eso le basta”. Por su parte, “la arrogancia es la forma colectiva de la soberbia”. El arrogante se ensoberbece no de lo que es o de lo que tiene como individuo, sino de lo que es o de lo que tiene como nación, como raza, o como grupo de privilegio. En cuanto a la altivez y la altanería, la diferencia estriba en que “el altivo manifiesta su altivez en formas pasivas”, mientras que el altanero muestra “su altanería en formas agresivas”.
A ojos de un observador común estos términos analizados por Madariaga podrían parecer distintos nombres para un mismo sentir. Pero las Escrituras ya se referían a ellos insinuando sus peculiares diferencias. En boca del profeta Jeremías, decía: “Hemos oído la soberbia de Moab, que es muy soberbio, arrogante, orgulloso, altivo y altanero de corazón. Yo conozco, dice Jehová, su cólera, pero no tendrá efecto; sus jactancias no le aprovecharán” (Jeremías 48:29, 30).
Hoy por hoy también nosotros podemos enorgullecernos de lo que tenemos o de lo que somos; compararnos con otros y sentirnos soberbios. Podemos ser arrogantes, respaldándonos en nuestro abolengo, nación, raza, y aun en nuestra asociación profesional, política o religiosa. Desde cualquiera de nuestras posiciones podemos ser altivos o altaneros. Las pasiones de los antiguos moabitas permanecen muy actuales y muy nuestras; pero también sigue vigente la sentencia divina: “Toda jactancia semejante es mala” (Santiago 4:16). No nos aprovechará.
La Voz.org
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