jueves, 5 de mayo de 2011

"Lo que no se Vende"



Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo (S. Lucas 14:33).

Hoy, cuando todo y todos parecen tener precio, sorprende saber de alguien que antepone sus principios, sus ideales y sus convicciones, a la ganancia material y aun a su misma vida. ¿Por qué lo hace? ¿Qué fuerza le impulsa? ¿Qué implica su entrega? ¿Qué reporta?
“El hombre cree que domina la tierra porque la pisa con sus plantas, sin embargo, es la tierra que no pisa (la distancia entre los pasos) la que lo hace llegar lejos”. Con esta cita de Laotsé, Marta Portal introducía sus reflexiones en torno a lo que no se vende. Había querido comprar a un vendedor de granos de Katmandú, uno de los cacharros de bronce que le servían de medida; pero el hombre se había negado a vendérselo. En su lugar, le había recomendado un sitio donde podría comprarlos nuevos, mas éstos no tenían historia, no encerraban anécdotas, y ella no los quería. Quedó, pues, sin vasija. Después. . . pensó. Y supo. . . “que existe también lo que no se compra. Lo que no se entiende. Lo no inventariable. La distancia entre dos pasos”.

Sí. Y es justamente esta distancia, este cuenco invendible, lo que mide nuestra verdadera dimensión y pesa nuestro verdadero valor.

Cuando el emperador Vespaciano pidió a Helvidio Prisco que no apareciera en el Senado a menos que estuviera dispuesto a callar su opinión; Prisco declaró que no podía dejar de ir, ni dejar de decir lo que creía justo. “Si lo decís, os haré morir”, advirtió Vespaciano. Y Prisco contestó: “Los dos haremos lo que está en nuestra conciencia: Yo diré la verdad y el pueblo os despreciará; vos me haréis morir y yo sufriré la muerte sin quejarme. ¿Acaso os he dicho que soy inmortal?”

Ni el soborno ni el temor a la muerte pudieron poner precio a su conciencia; sencillamente, porque no estaba en venta.

Pero, hay también otro heroísmo, que pocas veces se reconoce como tal.
Es el heroísmo de dejar el yo a un lado para entregar el alma a Jesucristo; y permitir con ello que ya no mande la voluntad individual, sino Dios mismo. Unos le llaman cobardía; otros, escapismo, y aun fanatismo. Pero no. Es simplemente. . . que no se vende. Nada vale para él lo que la promesa de Dios: “Gozáos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos”
(S. Mateo 5:12).

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