lunes, 2 de mayo de 2011

"El Cuidado de los Animales"


El justo cuida de la vida de su bestia; mas el corazón de los impíos es cruel.
(Proverbios 12:10).

Muchos se mantienen al margen del interés manifestado por los ecólogos en cuanto a la preservación de las especies en vías de extinción, y al mantenimiento y cuidado de las que todavía no corren peligro. Creen no tener nada que ver con ello. Pero, ¿qué si no fuera así? ¿Podría determinarse la extensión misma de su vida, por la forma como el individuo trata a los animales? ¿Hay relación entre este trato y su propia felicidad?
Cierta vez, el duque de Wellington encontró a un niño que lloraba desconsoladamente. Cuando le preguntó por qué, el niño comenzó a contarle. El día siguiente iría a la escuela por primera vez, y ... El duque no lo dejó proseguir. Reprochándole severamente, le dijo que su actitud era cobarde e indigna de un caballero. Pero el niño insistió. Su problema no era el día de clases, sino un sapo al que él cuidaba y quería, y de cuya suerte no habría de saber mientras estuviera en la escuela, porque nadie más tenía interés en él.

El duque, que era justo, pidió disculpas al chiquillo, y le prometió que él mismo se encargaría de darle noticias del batracio. Y lo hizo. Llegado el momento, el niño recibió una notita que decía: “El mariscal de campo duque de Wellington saluda atentamente al señorito. . . y tiene el placer de comunicarle que su sapo está bien”. Simpático el gesto del noble; y noble, el del simpático muchachito.

No a todos se les da por cuidar de los animales. Hay quienes no quieren saber nada con ellos, y quienes –aunque tienen algunos– los oprimen y los castigan brutalmente. Hay quienes incluso los matan por placer. Pero Dios desaprueba esta conducta, y juzga diferente a aquel que es bondadoso con los animales y a aquel que no lo es. “El justo –dice-- cuida de la vida de su bestia; mas el corazón de los impíos es cruel” (Proverbios 12:10). Amigo lector, nuestro amor a Dios debe incluir el amor por la hermosa tierra hecha por Él, y de todas sus criaturas.

La voz.org

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