lunes, 2 de mayo de 2011

"Mis Hijos"


He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová (Isaías 8:18).
A menudo no nos damos cuenta del por qué de las actitudes hostiles, de la inseguridad, o de la rebeldía de nuestros hijos. Sin embargo, ¿hemos analizado nuestro proceder hacia ellos? ¿De qué manera los disciplinamos? ¿Podríamos evitar, y aun eliminar los conflictos emocionales en los niños?
“¡Qué suerte tienes tú muchacho! –explicaba el padre al niño que intentaba hachar un tronco viejo–. Cuando yo tenía tu edad, tenía que tumbar diez árboles todas las mañanas, convertirlos en leña, y llevarla hasta la casa; y para llegar a ella, tenía que pasar por tres montañas”. Después del sermonete, el hombre se fue.
Y el niño, hacha en mano, entre incrédulo y aburrido pensó en voz alta: “Me figuro que todas las leyendas empezaron en esas conversaciones entre padre e hijo”.

La escena corresponde a una de las historias de “Olafo, el vikingo”, de Dick Browne. Con todo, describe muy acertadamente nuestras propias actitudes como padres.
A menudo, a la sombra protectora del recuerdo idealizado, pensamos y pretendemos hacer creer a nuestros hijos, que nosotros a su edad éramos mejores que ellos.
Y no nos damos cuenta, o no queremos reconocer, que el comportamiento de ellos depende en mayor grado de nuestra integridad y de nuestro modo de entender y aplicar la disciplina.

Confiar en el niño, e inspirarle confianza a la vez, es factor clave para el éxito. Sin ella, el niño se sentirá inseguro, o bien de su propia capacidad, o bien de la validez de nuestras razones. Para que confíe en sí mismo, bastará con encomendarle algunas tareas domésticas adecuadas a su edad; y que cuando se equivoque y aun cuando se porte mal, nuestra crítica o reprimenda no sea excesivamente severa; pues la advertencia y el castigo deben ser proporcionales a la falta cometida por el niño, y no al enojo que nos provoca.

El inspirarles confianza dependerá de nuestra propia integridad. Si nuestros hijos ven que somos fieles a la verdad aun cuando las circunstancias y las personas nos presionan y se hace fácil mentir, ellos recibirán junto con el ejemplo, la gozosa certeza de que pueden confiar en sus padres. Y nosotros sentiremos la mayor de las satisfacciones: la de no haber vivido en vano.
Cuando al fin, Cristo venga, le diremos como el profeta:
“He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová” (Isaías 8:18); y recibiremos de él la amorosa respuesta: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré, entra en el gozo de tu Señor” (S. Mateo 25:21).

La voz.org

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