viernes, 30 de julio de 2010

46. “No me desampares, oh Jehová; Dios mío, no te alejes de mí.”


Mira lo que dice Sal. 38:21 “No me desampares, oh Jehová; Dios mío, no te alejes de mí.”

Aquella trágica tarde en el Edén, Dios no se entristeció porque Adán y Eva habían comido un fruto, sino por lo que la desobediencia representaba. Los hijos amados, que antes corrían felices a los brazos del Padre, esta vez se escondieron de él. El pecado había creado un abismo de separación entre el Creador y la criatura. Esta es la consecuencia más cruel del pecado. Y hace que el ser humano viva únicamente preocupado con la exterioridad del cristianismo.

A partir de aquel día, la humanidad comenzó su caminata solitaria por el desierto de la vida. El tiempo se encargaría de mostrarle cuán triste es vivir separado de Dios. La separación produce desintegración, y la desintegración, la muerte.

En este Salmo 38, David describe las consecuencias visibles del pecado, y llora: "No hay nada sano en mi carne, a causa de tu ira; ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado". * Es que el pecado afecta la vida física del hombre. Le quita el deseo de vivir, deseo que genera las endorfinas que alimentan las células del cuerpo. La vida pierde sentido. La criatura deja de vivir, apenas existe.

"Hieren y supuran mis llagas, a causa de mi locura", continúa diciendo el salmista. * Su lamento describe lo que la conciencia es capaz de hacer en la mente del pecador. "¿Cómo pude hacer esta locura?", se desespera el pobre pecador, luego que la fascinación de la tentación acaba. Pero ya es tarde. Las consecuencias sociales del error aparecen como "flechas" que hieren el alma. "Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi plaga, y mis cercanos se han alejado". *

Tristeza, desolación. Abandono. Autocondenación. Cuchillos afilados que hieren hasta sangrar. David sabía muy bien lo que era eso. Pero, de todo el salmo, escogí apenas el versículo 21: "No me desampares, oh Jehová; Dios mío, no te alejes de mí". ¡Ah, corazón rebelde! Cuando las luces cegadoras de la tentación vengan a tu vida, piensa un poco en el mundo frío y oscuro que envuelve el corazón a causa del pecado, mira para arriba y clama con todas las fuerzas de tu ser: "No me desampares, oh Jehová; Dios mío, no te alejes de mí".

* Sal. 38:3,5,11.

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