El que ama la instrucción ama la sabiduría; mas el que aborrece la reprensión es ignorante. Prov. 12:1.
Cuando desperté, estaba en la playa. Un salvavidas me había llevado hasta la arena. Aquella noche, acostado en el silencio de mi alcoba, reflexioné en todo lo que había sucedido. Joven todavía, con apenas 23 años, estaba pensando en renunciar a un ministerio que apenas había comenzado. Las cosas no marchaban de la manera que yo quería. En algún momento, imperceptiblemente, estaba perdiendo la ruta del vuelo que Dios había trazado para mi. Necesitaba una corrección. Corrección no es castigo, es crear circunstancias para cambiar el rumbo.
Al conducir el avión, frecuentemente el piloto encuentra tormentas en el camino. Esas tormentas pueden destruirlo o hacer que cambia de rumbo, para llegar salvo al destino. La vida en esta tierra es un viaje rumbo al glorioso destino que Dios tiene preparado. Con frecuencia, imperceptiblemente, olvidamos eso y salimos de la ruta. Dios permite entonces que aparezcan nubes atemorizantes para forzarnos a corregir el plan de vuelo. No rechaces la disciplina. Acéptala como un instrumento de redención.
Vale la pena repasar y evaluar la ruta todos los días. Es preciso. Es imprescindible. Es necesario. Ninguna corrección que viene de Dios tienes propósitos destructivos. La corrección divina es un instrumento de amor. El versículo de hoy dice: “El que aborrece la reprensión es ignorante”. Siéntete amado por Dios, aunque soplen vientos contrarios en tu vida. Acepta la reprensión divina, medita y cambia el rumbo. Porque “el que ama la instrucción ama la sabiduría; pero el que aborrece la represión es ignorante”.
Alejandro Bullón
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