Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro
de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un
corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en
mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.
(Ezequiel 36: 26, 27).
El corazón puede ser la residencia del Espíritu Santo,
y así como es posible que la paz de Cristo, que supera toda comprensión, habite
en el creyente gracias al poder transformador de su gracia, también puede habilitarlo
para participar en las cortes de gloria.
Sin embargo, si el cerebro, cada músculo y cada nervio
es utilizado para servir al yo, el tal no estará colocando a Dios y al cielo en
primer lugar. Si las energías se invierten en el mundo, será imposible tejer en
el carácter las gracias de Cristo.
Usted podrá tener éxito en amontonar fortunas para
glorificar su yo. Sin embargo, recuerde que "donde esté vuestro tesoro,
allí estará también vuestro corazón" (Mat. 6:21).
Los asuntos de interés eterno pueden ser considerados de importancia secundaria.
Hasta es posible participar en las expresiones
exteriores del culto y, sin embargo, el servicio ser una abominación para el
Dios de los cielos.
Es imposible servir al Señor y a las riquezas. Es
facultad de cada uno rendir el corazón para dedicar la voluntad, ya sea al
servicio del Omnipotente, o poner todas las energías a disposición del mundo.
Dios no acepta un servicio a medias.
"La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo
es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz"
(Luc. 11: 34).
Si el ojo es
sincero y posee orientación divina, la luz celestial brillará en el interior
del creyente que no siente atracción por las cosas terrenales.
Los que
depositan sus tesoros en el cielo experimentarán cambios en los propósitos del
corazón; escucharán los consejos y las exhortaciones de Cristo, y también
fijarán los pensamientos en la recompensa eterna. Harán todos los planes
teniendo en cuenta el futuro y la vida inmortal. Usted será atraído por sus tesoros.
No considere los intereses mundanales, sino más bien en todos sus quehaceres
silenciosamente pregunte: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" (Hech.
9: 6).
Review and Herald, 24 de enero de 1888. RP 51
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