Los ministros del Evangelio, como mensajeros de Dios a sus semejantes, no deben nunca perder de vista su misión ni sus responsabilidades. Si pierden su conexión con el cielo, están en mayor peligro que los demás, y pueden ejercer mayor influencia para mal. Satanás los vigila constantemente, esperando que se manifieste alguna debilidad, por medio de la cual pueda atacarlos con éxito. OE17
jueves, 19 de noviembre de 2009
32. ! MARANATA ELSEÑOR VIENE ¡ "La Gloria del Mundo Celestial"
LAS GLORIAS DEL MUNDO CELESTIAL. Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera. (Isa. 64: 4).
Muchos han ansiado penetrar en las glorias del mundo del futuro y que los secretos de los misterios eternos les sean revelados; pero han insistido en vano. Lo revelado es para nosotros y para nuestros hijos. . . El gran Revelador ha manifestado ante nuestras inteligencias muchas cosas que son esenciales a fin de que podamos comprender los atractivos celestiales y estimar la recompensa. . .
Las revelaciones de Jesús respecto de las cosas celestiales son de tal carácter que sólo la mente espiritual las puede apreciar. La imaginación puede recurrir a sus más poderosas facultades a fin de imaginar las glorias del cielo, pero "cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman" (1 Cor. 2: 9). Las inteligencias celestiales nos rodean. . . Los ángeles de luz crean una atmósfera celestial alrededor del alma, elevándonos hacia lo invisible y lo eterno. No podemos contemplar sus formas con nuestra vista natural; sólo mediante la visión espiritual podemos discernir las cosas celestiales. Nuestras facultades humanas serían aniquiladas por la gloria indescriptible de los ángeles de luz. Sólo el oído espiritual puede percibir la armonía de las voces celestiales. No es el plan de Dios que se despierten las emociones mediante descripciones ampulosas. . . Con suficiente claridad se ha presentado a sí mismo, el camino, la verdad y la vida, como el único medio por el cual se puede obtener la salvación. En verdad no se exige nada más que eso. *
Él podría conducir al alma humana hasta los umbrales del cielo y mostrarle, a través de la puerta abierta, la gloria que surge del interior del santuario celestial, y que resplandece a través de sus portales; pero debemos contemplarla por fe, no mediante nuestra vista natural. El no olvida que somos sus agentes humanos, que debemos hacer la obra de Dios en un mundo totalmente marchito y malogrado por la maldición. En este mundo envuelto en la mortaja de la lobreguez moral, donde tinieblas cubren la tierra y oscuridad las naciones, debemos andar en la luz del cielo. * 331
CONTEMPLAD LAS COSAS ETERNAS.
No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Cor. 4: 18).
Si la iglesia estuviese dispuesta a vestirse con la justicia de Cristo, apartándose de toda obediencia al mundo, se presentaría ante ella el amanecer de un brillante y glorioso día. La promesa que Dios le hizo permanecerá firme para siempre. . . La verdad, pasando por alto a los que la desprecian y rechazan, triunfará. Aunque a veces ha parecido sufrir retrasos, su progreso nunca ha sido detenido. . . Dotado de energía divina, [el mensaje] podrá abrirse camino a través de las barreras más fuertes, y triunfar sobre todo obstáculo.
¿Qué sostuvo al Hijo de Dios en su vida de pruebas y sacrificios? Vio los resultados del trabajo de su alma y fue saciado. Mirando hacia la eternidad, contempló la felicidad de los que por su humillación obtuvieron el perdón y la vida eterna. Su oído captó la aclamación de los redimidos. Oyó a los rescatados cantar el himno de Moisés y del Cordero.
Podemos tener una visión del futuro, de la bienaventuranza en el cielo. En la Biblia se revelan visiones de la gloria futura, escenas bosquejadas por la mano de Dios, las cuales son muy estimadas por su iglesia. Por la fe podemos estar en el umbral de la ciudad eterna, y oír la bondadosa bienvenida dada a los que en esta vida cooperaron con Cristo, considerándose honrados al sufrir por su causa. Cuando se expresen las palabras: "Venid, benditos de mi Padre", pondrán sus coronas a los pies del Redentor, exclamando: "El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. . . Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria, y el poder, por los siglos de los siglos" (Mat. 25: 34; Apoc. 5: 12, 13).
Allí los redimidos darán la bienvenida a los que los condujeron al Salvador, y todos se unirán para alabar al que murió para que los seres humanos pudiesen tener la vida que se mide con la de Dios. El conflicto terminó. . . Himnos de victoria llenan todo el cielo al elevar los redimidos el gozoso cántico: Digno, digno es el Cordero que fue muerto, y que vive nuevamente como vencedor. * 332
BIENAVENTURADOS LOS QUE LAVAN SUS VESTIDURAS
Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. (Apoc. 22: 14).
¿Esperamos llegar al cielo al fin y unirnos al coro celestial? Como descendimos a la tumba así saldremos, en cuanto concierne al carácter. . . Ahora es el momento de lavar y planchar. . .
Juan vio el trono de Dios rodeado por un grupo, y preguntó: "¿Quiénes son éstos?" La respuesta fue: "Son los que. . . han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero" (Apoc. 7: 14). Cristo los lleva a las fuentes de aguas vivas y allí está el árbol de la vida y el precioso Salvador. Se nos presenta aquí una vida que se mide con la vida de Dios. Allí no hay dolor, pena, enfermedad o muerte. Todo es paz, armonía y amor. . .
Ahora es el momento de recibir gracia, fortaleza y poder para combinarlos con nuestros esfuerzos humanos a fin de que podamos formar caracteres para la vida eterna. Cuando hagamos esto, descubriremos que los ángeles de Dios nos servirán, y seremos herederos de Dios y coherederos de Cristo. Y cuando suene la última trompeta, y los muertos sean llamados de su prisión y transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, se colocarán las coronas de gloria inmortal sobre la cabeza de los merecedores. Las puertas perlinas se abrirán para dejar entrar a las naciones que han guardado la verdad. El conflicto habrá terminado.
"Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo" (Mat. 25: 34). ¿Deseamos esta bendición? Yo sí, y creo que vosotros también. Dios os ayude para librar las batallas de esta vida, ganar diariamente la victoria y al fin estar entre los que arrojarán sus coronas a los pies de Jesús, pulsarán las arpas de oro y llenarán el cielo con la música más dulce. * Deseo que améis a mi Jesús. . . No rechacéis a mi Salvador porque él pagó un precio infinito por vosotros. Veo en Jesús encantos incomparables, y deseo que vosotros también los veáis.* 333
EL JUICIO DURANTE EL MILENIO.
¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de la vida? (1 Cor. 6: 3).
Durante los mil años que transcurrirán entre la primera resurrección y la segunda, se verificará el juicio de los impíos. El apóstol señala este juicio como un acontecimiento que sigue al segundo advenimiento.
"No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor; el cual sacará a luz las obras encubiertas de las tinieblas, y pondrá de manifiesto los propósitos de los corazones". (1 Cor. 4: 5, VM). Daniel declara que cuando vino el Anciano de días, "se dio el juicio a los santos del Altísimo" (Dan. 7: 22). En ese entonces reinarán los justos como reyes y sacerdotes de Dios. San Juan dice en el Apocalipsis: "Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar". "Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años" (Apoc. 20: 4, 6). Entonces será cuando, como está predicho por San Pablo "los santos han de juzgar al mundo" (1 Cor. 6: 2).
Junto con Cristo juzgan a los impíos, comparando sus actos con el libro de la ley, la Biblia, y faltando cada caso en conformidad con los actos que cometieron por medio de su cuerpo. Entonces lo que los malos tienen que sufrir es medido según sus obras, y queda anotado frente a sus nombres en el libro de la muerte.
También Satanás y los ángeles malos son juzgados por Cristo y su pueblo. San Pablo dice: "¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?" (Vers. 3). Y San Judas declara que "a los ángeles que no guardaron su original estado, sino que dejaron su propia habitación, los ha guardado en prisiones eternas, bajo tinieblas, hasta el juicio del gran día" (Jud. 6: VM).
Al fin de los mil años vendrá la segunda resurrección. Entonces los impíos serán resucitados, y comparecerán ante Dios para la ejecución del juicio "decretado". Así el escritor del Apocalipsis, después de haber descripto la resurrección de los justos, dice: "Los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años" (Apoc. 20: 5). E Isaías declara con respecto a los impíos: "Serán juntados como se juntan los presos en el calabozo, y estarán encerrados en la cárcel; y después de muchos días serán sacados a suplicio" (Isa. 24: 22, VM). * 334
CRISTO REGRESA NUEVAMENTE A LA TIERRA.
También profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos. (Judas 14, 15).
Al fin de los mil años, Cristo regresa otra vez a la tierra. Lo acompaña la hueste de los redimidos, y lo sigue una comitiva de ángeles. Al descender en majestad aterradora, manda a los muertos impíos que resuciten para recibir su condenación. Se levanta ese gran ejército, innumerable como la arena del mar. ¡Qué contraste entre ellos y los que resucitaron en la primera resurrección! Los justos estaban revestidos de juventud y belleza inmortales. Los impíos llevan las huellas de la enfermedad y de la muerte.
Todas las miradas de esa inmensa multitud se vuelven para contemplar la gloria del Hijo de Dios. A su voz las huestes de los impíos exclaman: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" No es amor a Jesús lo que les inspira esta exclamación, sino que el poder de la verdad arranca esas palabras de sus labios. Los impíos salen de sus tumbas tales como a ellas bajaron, con la misma enemistad hacia Cristo y el mismo espíritu de rebelión. No disponen de un nuevo tiempo de gracia para remediar los defectos de su vida pasada, pues de nada les serviría. Toda una vida de pecado no ablandó sus corazones. De serles concedido un segundo tiempo de gracia, lo emplearían como el primero, eludiendo las exigencias de Dios e incitándose a la rebelión contra él.
Cristo baja sobre el monte de los Olivos, de donde ascendió después de su resurrección, y donde los ángeles repitieron la promesa de su regreso. El profeta dice: "Vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos". "Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente: y el monte de los Olivos se partirá por en medio. . . haciendo un valle muy grande". "Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre" (Zac. 14: 5, 4, 9). La Nueva Jerusalén, que desciende del cielo en su deslumbrante esplendor, se asienta en el lugar purificado y preparado para recibirla, y Cristo, su pueblo y los ángeles, entran en la santa ciudad. * 335
SATANÁS QUEDA LIBRE
Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá para engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra. (Apoc. 20: 7, 8).
Al fin de los mil años vendrá la segunda resurrección. Entonces los impíos serán resucitados, y comparecerán ante Dios para la ejecución del juicio "decretado". Así el escritor del Apocalipsis, después de haber descripto la resurrección de los justos, dice: "Los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años" (Apoc. 20: 5). E Isaías declara, con respecto a los impíos: "Serán juntados como se juntan los presos en el calabozo, y estarán encerrados en la cárcel; y después de muchos días serán sacados al suplicio"(Isa. 24: 22, VM).
Entonces Satanás se prepara para la última tremenda lucha por la supremacía. Mientras estaba despojado de su poder e imposibilitado para hacer su obra de engaño, el príncipe del mal se sentía abatido y desgraciado; pero cuando resucitan los impíos y ve las grandes multitudes que tiene a su lado, sus esperanzas reviven y resuelve no rendirse en el gran conflicto. Alistará bajo su bandera a todos los ejércitos de los perdidos y por medio de ellos tratará de ejecutar sus planes. Los impíos son sus cautivos. Al rechazar a Cristo aceptaron la autoridad del jefe de los rebeldes. Están listos para aceptar sus sugestiones y ejecutar sus órdenes. No obstante, fiel a su antigua astucia, no se da por Satanás. Pretende ser el príncipe que tiene derecho a la posesión de la tierra y cuya herencia le ha sido arrebatada injustamente. Se presenta ante sus súbditos engañados como redentor, asegurándoles que su poder los ha sacado de sus tumbas, y que está a punto de librarlos de la más cruel tiranía. Al no estar presente Cristo, Satanás obra milagros para sostener sus pretensiones. Fortalece a los débiles y a todos infunde su propio espíritu y energía. Propone dirigirlos contra el campamento de los santos y tomar posesión de la ciudad de Dios. En un arrebato belicoso señala los innumerables millones que han sido resucitados de entre los muertos, y declara que como jefe de ellos es muy capaz de destruir la ciudad y recuperar su trono y su reino. * 336
SE DISPONEN A ATACAR LA NUEVA JERUSALÉN.
Satanás. . . saldrá a engañar a las naciones. . . a fin de reunir [las] para la batalla. (Apoc. 20: 7, 8).
Entre aquella inmensa muchedumbre se cuentan numerosos representantes de la raza longeva que existía antes del diluvio; hombres de estatura elevada y de capacidad intelectual gigantesca, que habiendo cedido al dominio de los ángeles caídos, consagraron toda su habilidad y todos sus conocimientos a la exaltación de sí mismos; hombres cuyas obras artísticas maravillosas hicieron que el mundo idolatrase su genio, pero cuya crueldad y malos ardides mancillaron la tierra y borraron la imagen de Dios, de suerte que el Creador los hubo de raer de la superficie de la tierra. Allí hay reyes y generales que conquistaron naciones, hombres valientes que nunca perdieron una batalla, guerreros soberbios y ambiciosos cuya venida hacía temblar reinos. . . Al salir de la tumba, reasumen el curso de sus pensamientos en el punto mismo en que lo dejaran. Se levantan animados por el mismo deseo de conquista que los dominaba cuando cayeron.
Satanás consulta con sus ángeles, y luego con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos. Consideran la fuerza y el número de los suyos, y declaran que el ejército que está dentro de la ciudad es pequeño, comparado con el de ellos, y que se los puede vencer. Preparan sus planes para apoderarse de las riquezas y la gloria de la Nueva Jerusalén. . . Hábiles artífices fabrican armas de guerra. Renombrados caudillos organizan en compañías y divisiones las muchedumbres de guerreros.
Al fin se da la orden de marcha, y las huestes innumerables se ponen en movimiento; un ejército cual no fue jamás reunido por conquistadores terrenales ni podría ser igualado por las fuerzas combinadas de todas las edades desde que empezaron las guerras en la tierra. Satanás, el más poderoso guerrero, marcha al frente, y sus ángeles unen sus fuerzas para esta batalla final. Hay reyes y guerreros en su comitiva, y las multitudes siguen en grandes compañías, cada cual bajo su correspondiente jefe. Con precisión militar las columnas cerradas avanzan sobre la superficie desgarrada y escabrosa de la tierra hacia la ciudad de Dios. Por orden de Jesús, se cierran las puertas de la nueva Jerusalén y los ejércitos de Satanás circundan la ciudad y se preparan para el asalto.* 337
EL JUICIO FINAL
Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; . . . y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. (Apoc. 20:12).
Entonces Cristo reaparece a la vista de sus enemigos. Muy por encima de la ciudad, sobre un fundamento de oro bruñido, hay un trono alto y encumbrado. En el trono está sentado el Hijo de Dios, y en torno suyo están los súbditos de su reino. Ningún lenguaje, ninguna pluma pueden expresar ni describir el poder y la majestad de Cristo. La gloria del Padre eterno envuelve a su Hijo. El esplendor de su presencia llena la ciudad de Dios, rebosando más allá de las puertas e inundando toda la tierra con su brillo.
Inmediatos al trono se encuentran los que fueron alguna vez celosos en la causa de Satanás, pero que, cual tizones arrancados del fuego, siguieron luego a su Salvador con profunda e intensa devoción. Vienen después los que perfeccionaron su carácter cristiano en medio de la mentira y de la incredulidad, los que honraron la ley de Dios cuando el mundo cristiano la declaró abolida, y los millones de todas las edades que fueron martirizados por su fe. Y más allá está la "grande muchedumbre, que nadie puede contar, de entre todas las naciones, y las tribus, y los pueblos, y las lenguas. . . de pie ante el trono y adelante del Cordero, revestidos de ropas blancas, y teniendo palmas en sus manos" (Apoc. 7: 9, VM). . .
Los redimidos entonan un canto de alabanza que se extiende y repercute por las bóvedas del cielo: "¡Atribúyase la salvación a nuestro Dios, que está sentado sobre el trono, y al Cordero!" (Vers. 10). Ángeles y serafines unen sus voces en adoración. . .
En presencia de los habitantes de la tierra y del cielo reunidos, se efectúa la coronación final del Hijo de Dios. Y entonces revestido de suprema majestad y poder, el Rey de reyes falla el juicio de aquellos que se rebelaron contra su gobierno, y ejecuta sentencia contra los que transgredieron su ley y oprimieron a su pueblo. . .
Apenas se abren los registros, y la mirada de Jesús se dirige hacia los impíos, éstos reconocen todos los pecados que cometieron.* 338
TODA OBRA SERÁ TRAÍDA A JUICIO
Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala. (Ecl. 12: 14).
En el caso de cada individuo hay un proceso en marcha mucho más maravilloso que aquel por el cual el artista transfiere los rasgos de una persona a la placa bruñida.* El arte del fotógrafo consiste meramente en obtener fotografías de algo que es perecedero; pero en el registro de la vida, el carácter se graba con exactitud, y si ese registro es oscuro, jamás podrá ser borrado, excepto por la sangre del sacrificio expiatorio. *
Los ángeles de Dios están ocupados en obtener un daguerrotipo del carácter con la misma fidelidad con que el artista reproduce las facciones del rostro humano; ¡y seremos juzgados por lo que revele ese daguerrotipo!*
Cuando se inicie el juicio y los libros se abran, habrá muchas revelaciones asombrosas. Los hombres no aparecerán entonces como se exponen ante los ojos humanos y los juicios falibles. Los pecados secretos quedarán a la vista de todos. Se revelarán motivos e intenciones que se ocultaron en la cámara secreta del corazón.*
Todo aparecerá como un retrato de tamaño natural.*
En esa hora solemne y tremenda la infidelidad del esposo quedará expuesta ante la esposa, y la deslealtad de la esposa ante el esposo. Por primera vez los padres sabrán cuál fue el carácter verdadero de sus hijos, y los hijos verán los errores y desaciertos de sus padres. El que robó a su vecino recurriendo a falsedades, no escapará con sus ganancias mal habidas. Dios lleva en sus libros un registro exacto de todo acto injusto y de cada negocio deshonesto. *
La memoria será fiel y vívida cuando condene al culpable que en ese día haya sido hallado falto. La mente recordará todos los pensamientos y acciones del pasado; la vida entera pasará en revista como las escenas de un panorama.* 339
CRISTO ES EL JUEZ.
El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo. (Juan 5: 22).
Al impartir sus enseñanzas, Cristo procuró impresionar a los hombres con la certeza y el carácter público del juicio venidero. No es el juicio de unos pocos individuos o aun de una nación, sino del conjunto total de inteligencias humanas, de seres responsables. Se llevará a cabo en presencia de los otros mundos, para que el amor, la integridad y el servicio del hombre a Dios puedan ser honrados supremamente. Allí no faltarán ni la gloria ni el honor. . . La ley de Dios será revelada en su majestad; y los que hayan asumido una actitud de desafiante rebelión contra sus santos preceptos, comprenderán que la ley que desecharon, menospreciaron y hollaron bajo sus pies es la norma de Dios para evaluar el carácter. . .
Por este mundo minúsculo el universo manifiesta su mayor interés, porque Jesús pagó un precio infinito por las almas de sus habitantes. . . Dios encomendó todo el juicio al Hijo porque sin duda él es Dios manifestado en carne.
Dios decidió que el Príncipe de los sufrientes entre los humanos fuera el Juez de todo el mundo. El que vino desde las cortes celestiales a salvar al hombre de la muerte eterna; . . . el que se sometió a comparecer ante un tribunal terrenal y sufrió la ignominiosa muerte de cruz, sólo él ha de pronunciar la sentencia que determine la recompensa o el castigo. El que se sometió aquí al sufrimiento y la humillación de la cruz, tendrá en el consejo de Dios la más amplia compensación, y ascenderá al trono reconocido por todo el universo celestial como Rey de los santos. Él emprendió la obra de la salvación y demostró ante los mundos no caídos y la familia celestial que era capaz de terminar la obra que comenzó. . .
En ese día de castigo y recompensa definitivos, tanto los santos como los pecadores reconocerán en el que fue crucificado al Juez de todos los vivientes. . . Se nos concede un tiempo de prueba; se nos dan oportunidades y privilegios a fin de que afirmemos nuestra vocación y elección. ¡Cuánto deberíamos valorar este tiempo precioso y aprovechar cada talento que Dios nos ha dado para ser fieles administradores de nosotros mismos!
Solemne será el día de la decisión final. * 340
PREMIOS Y CASTIGOS.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. (Mat. 25: 34).
El Salvador nos presenta la escena del juicio final cuando se da la recompensa a los que están a su mano derecha, y se pronuncia sentencia de condenación sobre los que están a su mano izquierda. Se presenta a los justos preguntando qué hicieron para que se los recompense con tanta prodigalidad. Tuvieron en sus corazones la presencia de Cristo, fueron imbuídos de su Espíritu y sin esfuerzo consciente de su parte, sirvieron a Cristo en la persona de sus santos y por lo tanto lograron ciertamente la recompensa. Pero no tuvieron en cuenta el premio que iban a recibir, y la expectativa de él no formó parte del motivo que los impulsó a actuar en su servicio. Lo que realizaron fue hecho por amor a Cristo y al prójimo, y Jesús se identifica con la humanidad que sufre, y considera como hechos a él mismo todos los actos de simpatía, compasión y amor que se hayan realizado en favor de los hombres.
En un sentido secundario todos debemos tener en cuenta la recompensa. Pero al mismo tiempo que apreciamos la bendición prometida, debemos confiar plenamente en Jesucristo, creer que él obrará con justicia y que nos recompensará de acuerdo con nuestras acciones. La dádiva de Dios es vida eterna, pero Jesús no desea que estemos tan ansiosos con respecto a nuestra recompensa como al hecho de que hagamos su voluntad porque es correcto hacerlo, al margen de toda ganancia. . .
Los que van a recibir la mayor recompensa serán los que incorporaron a su actividad y celo la cortesía, y la tierna compasión por el pobre, el huérfano, el oprimido y el afligido. . .
Hay entre nosotros quienes tienen un espíritu manso y humilde -el espíritu de Cristo-, que realizan muchas acciones pequeñas con el objeto de ayudar a los que están a su alrededor y que no piensan en ello. Se sorprenderán en el día final al descubrir que Cristo tuvo en cuenta la palabra bondadosa que dirigieron al desalentado, y los pequeños donativos que dieron para ayudar al pobre, y que implicaron abnegación para ellos. El Señor toma en cuenta el espíritu que impulsa un acto y recompensa consecuentemente; y la pureza, la humildad y el espíritu de amor como el de un niño influyen para que la ofrenda sea preciosa a su vista. * 341
EL JUICIO FINAL Y LA TIERRA NUEVA
VISIÓN PANORÁMICA DE LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO. Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. (2 Cor. 5: 10).
Por encima del trono se destaca la cruz; y como en vista panorámica aparecen las escenas de la tentación, la caída de Adán y las fases sucesivas del gran plan de redención. El humilde nacimiento del Salvador; su juventud pasada en la sencillez y en la obediencia; su bautismo en el Jordán; el ayuno y la tentación en el desierto; su ministerio público, que reveló a los hombres las bendiciones más preciosas del cielo; los días repletos de obras de amor y misericordia, y las noches pasadas en oración y vigilia en la soledad de los montes; las conspiraciones de la envidia, del odio y de la malicia con que se recompensaron sus beneficios; la terrible y misteriosa agonía en Getsemaní, bajo el peso anonadador de los pecados de todo el mundo; la traición que lo entregó en manos de la turba asesina; los terribles acontecimientos de esa noche de horror: el preso resignado y olvidado de sus discípulos más amados, arrastrado brutalmente por las calles de Jerusalén; el Hijo de Dios presentado con visos de triunfo ante Anás, obligado a comparecer en el palacio del sumo sacerdote, en el pretorio de Pilato, ante el cobarde y cruel Herodes; ridiculizado, insultado, atormentado y condenado a muerte. Todo eso está representado a lo vivo.
Luego, ante las multitudes agitadas, se reproducen las escenas finales: el paciente Varón de dolores recorriendo el sendero del Calvario; el Príncipe del cielo colgado de la cruz; los sacerdotes altaneros y el populacho escarnecedor ridiculizando la agonía de la muerte; la oscuridad sobrenatural; el temblor de la tierra, las rocas destrozadas y los sepulcros abiertos que señalaron el momento en que expiró el Redentor del mundo.
La escena terrible se presenta con toda exactitud. Satanás, sus ángeles y sus súbditos no pueden apartar los ojos del cuadro que representa su propia obra. Cada actor recuerda el papel que desempeñó. . . Todos contemplan la enormidad de su culpa. En vano procuran esconderse ante la divina majestad de su presencia que sobrepuja el resplandor del sol, mientras que los redimidos echan sus coronas a los pies del Salvador, exclamando: "¡Él murió por mí!" * 342
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