miércoles, 28 de octubre de 2020

SALVACIÓN. No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe. “Sabéis que él fué manifestado para quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo aquel que mora en él no peca; todo aquel que peca no le ha visto, ni le ha conocido.” He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestros designios, nuestras acciones, estarán en armonía con la voluntad de Dios, según se expresa en los preceptos de su santa ley. “¡Hijitos míos, no dejéis que nadie os engañe! el que obra justicia es justo, así como él es justo.” La justicia se define por la norma de la santa ley de Dios, expresada en los diez mandamientos dados en el Sinaí. La así llamada fe en Cristo que, según se sostiene, exime a los hombres de la obligación de obedecer a Dios, no es fe, sino presunción. “Por gracia sois salvos, por medio de la fe.” Mas “la fe, si no tuviere obras, es de suyo muerta.” El Señor Jesús dijo de sí mismo antes de venir al mundo: “Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón.” Y cuando estaba por ascender de nuevo al cielo, dijo: “Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.” La Escritura afirma: “Y en esto sabemos que le conocemos a él: si guardamos sus mandamientos. ... El que dice que mora en él, debe también él mismo andar así como él anduvo.” “Pues que Cristo también sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis en sus pisadas.” La condición para alcanzar la vida eterna es ahora exactamente la misma de siempre, tal cual era en el paraíso antes de la caída de nuestros primeros padres: la perfecta obediencia a la ley de Dios, la perfecta justicia. Si la vida eterna se concediera con alguna condición inferior a ésta, peligraría la felicidad de todo el universo. Se le abriría la puerta al pecado con toda su secuela de dolor y miseria para siempre. CC 61,62.